Benedicto XVI ya está “oculto al mundo”

Benedicto XVI besa a un bebé en su última audiencia general miércoles 27 febrero 2013

“Ni a los maestros de Hollywood se les hubiera ocurrido una puesta en escena tan impactante

Benedicto XVI entra en el palacio apostólico de Castel Gandolfo en su última aparición pública

Benedicto XVI en Castel Gandolfo, en su última aparición pública

ANTONIO PELAYO. ROMA | Sin aspirar a que se le compare con el profeta Elías, arrebatado de la tierra por un carro de fuego descendido del cielo, la salida de Benedicto XVI del Vaticano, el jueves 28 de febrero a las cinco de la tarde, tenía todos los elementos de una gran dramaturgia. “Ni a los maestros de Hollywood se les hubiera ocurrido una mise en scène tan impactante”, me comentaba un colega americano que seguía conmigo la escena desde los murallones aurelianos que dan contorno al helipuerto vaticano.

Sin exagerar un pelo, el helicóptero de la Aeronáutica Militar Italiana que conducía al Papa a Castel Gandolfo nos pasó al reducido grupo que nos habíamos situado cerca de la Torre de San Juan a poco más de 20 metros sobre nuestras cabezas, y pudimos observar –algunos incluso fotografiar– la mano del Santo Padre que nos saludaba.

El piloto, alcanzada la debida altura, giró en redondo y sobrevoló la Plaza de San Pedro, donde una multitud seguía a través de pantallas gigantes de televisión las imágenes que estaba transmitiendo en directo el Centro Televisivo Vaticano. Esta pudo saludar al helicóptero iluminado en el horizonte por los rayos de un ocaso casi primaveral. Los mejor situados para contemplar el insólito espectáculo eran un emocionado grupo de peregrinos que habían subido hasta la plataforma que remata la cúpula de Miguel Ángel.

El piloto le hizo a Benedicto XVI –al que acompañaban su secretario personal, Georg Gänswein, y el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza– un recorrido aéreo por los monumentos más emblemáticos de la Ciudad Eterna y se posó, poco antes de las cinco y media de la tarde, en el pequeño helipuerto de Castel Gandolfo.

helicóptero papa Benedicto XVI último día en Roma

El helicóptero del Papa sobrevolando Roma

Allí le esperaban el cardenal Giuseppe Bertello, presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano, y el director de las Villas Pontificias, Saverio Petrillo, quien será en estos meses su anfitrión, y que ha adoptado todas las medidas necesarias para que a su huésped no le falte de nada, incluido el piano Stenway & Sons de media cola donde Joseph Ratzinger interpreta sus partituras musicales preferidas.

Resulta significativo que también se haya trasladado a Castel Gandolfo Birgit Wansing, la laica del movimiento de Schoenstatt que ayuda al ya Papa emérito en la elaboración de sus textos.

En la placita que preside la residencia papal se había congregado ese histórico día 28 una multitud; en torno a 1.000 personas, con la alcaldesa, Milvia Monachesi, al frente. Sus aplausos se hicieron muy intensos cuando vieron que se abría el balcón al que se suponía que se asomaría el Papa, como así sucedió pocos minutos después.

“¡Gracias, gracias a vosotros –les dijo Ratzinger con una voz enronquecida, tal vez por la emoción–, queridos amigos! Me siento feliz por estar con vosotros, rodeado por la belleza de la creación y por vuestra simpatía, que me hace tanto bien. Gracias por vuestra amistad y vuestro afecto. Vosotros sabéis que este día es diferente para mí respecto a los precedentes: ya no soy Sumo Pontífice de la Iglesia católica; lo seré todavía hasta las ocho de la tarde. Soy sencillamente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quisiera, con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores trabajar por el bien común, por el bien de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Vayamos juntos con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo” .

Última bendición

Al dar la bendición, Benedicto XVI, evidentemente emocionado, se equivocó y tuvo que rectificar las primeras palabras rituales. Después de un ligero saludo a todos los congregados, desapareció detrás de unas cortinas blancas.

A las ocho de la tarde, con absoluta precisión, los guardias suizos cerraron el portón del palacio y ya, a partir de ese momento en que dejó de ser Papa, la protección de su persona ha quedado encomendada a la gendarmería vaticana.

Benedicto XVI se despide de los cardenales jueves 28 febrero 2013

Despedida de los cardenales el 28 de febrero

Finalizaba así un pontificado que ha durado siete años, diez meses y nueve días. El último de estos, el 28 de febrero, no se le borrará fácilmente de la memoria a Joseph Ratzinger.

Por la mañana, había querido despedirse personalmente de todos los cardenales presentes en Roma y de sus más estrechos colaboradores durante estos ocho años. Todos se habían congregado en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, donde a las once entró el Santo Padre entre aplausos.

En nombre de todos tomó la palabra el decano del Colegio Cardenalicio, Angelo Sodano, que comenzó su alocución manifestándole el “profundo afecto” y la “viva gratitud” por su “abnegado servicio apostólico”.

“Amado y venerado sucesor de Pedro –continuó–, somos nosotros los que debemos agradecerle el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de pontificado. El 19 de abril de 2005 se insertaba en la larga cadena de sucesores del Apóstol Pedro, y hoy, 28 de febrero de 2013, se dispone a dejarnos a la espera de que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos. Continuará así la sucesión apostólica que el Señor ha prometido a su santa Iglesia, hasta cuando se oiga en la tierra la voz del Ángel del Apocalipsis, que proclamará: ‘El tiempo se ha acabado, se ha consumado el misterio de Dios’. Finalizará así la historia de la Iglesia, junto a la historia del mundo, con la llegada de nuevos cielos y de una nueva tierra”.

El discurso del ya papa emérito Benedicto XVI resultó algo más que una simple despedida, después de ocho años “en los que hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto a momentos en los que algunas nubes se acumulaban en el cielo… Juntos podemos agradecer al Señor que nos ha hecho crecer en la comunión y, al mismo tiempo, rezarle para que nos ayude a crecer aún en esta unidad profunda, de manera que el Colegio de los cardenales sea como una orquesta donde la diversidad –expresión de la Iglesia universal– coopere siempre a la superior y concorde armonía”.

Promesa de obediencia

Citó después esta frase del escritor Romano Guardini: “La Iglesia no es una institución pensada y construida en teoría, sino una realidad viviente. Vive a lo largo del tiempo, en un perpetuo devenir, como todo ser viviente, transformándose. Y, sin embargo, su naturaleza sigue siendo la misma, su corazón es Cristo”. El Papa aseguró que, “a través de la Iglesia, el Misterio de la Encarnación está siempre presente. Cristo continúa caminando a través de los tiempos y todos los lugares”

El último párrafo de este discurso es el que tiene más “miga” o sustancia informativa. Dice así: “Antes de saludaros personalmente, deseo deciros que continuaré estando cercano a vosotros con la oración, especialmente en los próximos días, para que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo papa. Que el Señor os muestre lo que Él quiere. Entre vosotros, en el Colegio Cardenalicio, está también el futuro papa, al que ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia”.

No son necesarias especiales dotes de interpretación para comprender el significado de estas palabras que descartan cualquier voluntad de convertirse en un “papa en la sombra” o alternativo del que saldrá elegido en el próximo cónclave.

oración por la noche en plaza San Pedro Vaticano ante la despedida de Benedicto XVI, jueves 27 febrero 2013

Oración en la Plaza de San Pedro el 27 de febrero

Finalizados los dos discursos, Joseph Ratzinger saludó uno por uno no solo a los cardenales presentes, sino a todos los restantes arzobispos presidentes de diversos organismos de la Curia, así como a sus principales colaboradores de la Secretaría de Estado y de la Casa Pontificia. Para todos ellos tuvo Benedicto XVI una sonrisa, un cálido apretón de manos y alguna frase personalizada.

Última audiencia general

El día anterior, miércoles 27, tuvo lugar en la Plaza de San Pedro la última audiencia general (han sido más de 400 durante el pontificado), que tuvo un carácter muy singular, dada la alta afluencia de fieles y peregrinos (en torno a 100.000), la presencia de innumerables cardenales, arzobispos y obispos, así como personal del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y algunas personalidades políticas, entre las que se encontraban el presidente de Eslovaquia, los regentes de la República de San Marino, el presidente de Baviera y el copríncipe de Andorra, el arzobispo Joan-Enric Vives i Sicilia.

Los fieles tuvieron ocasión de ver y aclamar a Ratzinger hasta la extenuación durante el recorrido que hizo por la plaza en el papamóvil. La atmósfera iba calentándose por momentos, y a ello contribuía, sin duda, la espléndida temperatura.

Cuando llegó al podio, se intensificó aún más el clamor de la multitud y pasaron algunos minutos antes de que Benedicto XVI pudiese hacer uso de la palabra.

Una catequesis especial

La estructura de la audiencia fue, sin embargo, la de cualquier miércoles, solo que en vez de continuar con las catequesis sobre la fe que había desarrollado en las precedentes, esta vez quiso hablar con el corazón y desde la fe para explicar el sentido de su renuncia al ministerio petrino. “¡Gracias de todo corazón –fueron sus primeras palabras–. Estoy verdaderamente conmovido. ¡Veo la Iglesia viva!”.

En otro momento, abrió su corazón a los recuerdos de estos años: “Ha sido un trecho del camino de la Iglesia que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como san Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea; el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre he sabido que en esa barca está el Señor y que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y Él no la deja hundirse. Es Él quien la dirige, ciertamente, a través de los hombres que ha escogido, porque así lo ha querido”.

Benedicto XVI besa a un bebé en su última audiencia general miércoles 27 febrero 2013

Un momento de la última audiencia general

Respondiendo a una de las falsedades más repetidas estos años, dijo rotundamente: “Un papa no está solo en la guía de la barca, aunque sea suya la primera responsabilidad; yo no me he sentido solo, ni en la alegría ni el peso del ministerio petrino… Si el papa no está nunca solo, ahora lo experimento una vez más de una manera tan fuerte que me toca el corazón. El papa es de todos y muchísimas personas se sienten muy cercanas a él”.

Antes de concluir, Benedicto XVI quiso explicar las razones de su gesto: “En estos últimos meses, he sentido –confirmó lo que todos veíamos– que mis fuerzas disminuían, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminase con su luz para hacerme tomar la decisión más justa, no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de emprender opciones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no a uno mismo”.

Joseph Ratzinger se ve así en el futuro: “No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etc. No abandono la Cruz, sino que permanezco de una manera nueva junto al Señor Crucificado. Ya no llevo la potestad de mi oficio para gobernar la Iglesia, sino, en el servicio de la oración, permanezco, por así decirlo, en el recinto de san Pedro”.

En el nº 2.839 de Vida Nueva.

 

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