La realidad nacional según el magisterio eclesial

obispos miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense
obispos miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense

Los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense

JORDI LLISTERRI | “Como obispos de la Iglesia en Cataluña, encarnada en este pueblo, damos fe de la realidad nacional de Cataluña, plasmada a lo largo de un milenio de historia, y también reclamamos para ella la aplicación de la doctrina del magisterio eclesial: los derechos y los valores culturales de las minorías étnicas dentro de un Estado, de los pueblos y de las naciones o nacionalidades, han de ser respetados absolutamente e incluso promovidos por los Estados, los cuales no pueden de ninguna manera, según derecho y justicia, perseguirlos, destruirlos o asimilarlos a otra cultura mayoritaria. La existencia de la nación catalana exige una adecuada estructura jurídico-política que haga viable el ejercicio de los derechos mencionados. La forma concreta más apta para el reconocimiento de la nacionalidad, con sus valores y prerrogativas, corresponde directamente al ordenamiento civil”.

Este párrafo del documento Raíces cristianas de Cataluña contiene el mensaje que han ido repitiendo los obispos catalanes desde 1985.

Diez años más tarde, el texto fue incorporado en las resoluciones del Concilio Provincial Tarraconense, aprobadas por la Santa Sede. Y, en un nuevo contexto, 25 años después, los obispos catalanes renovaron este discurso en Al servicio de nuestro pueblo, una pastoral conjunta y no un documento aprobado por mayoría.

Allí vuelven a afirmar que, “en continuidad con nuestros predecesores, reconocemos la personalidad y los rasgos nacionales propios de Cataluña, en el sentido genuino de la expresión, y defendemos el derecho a reivindicar y promover todo lo que esto comporta, según la doctrina social de la Iglesia”.

Este documento del año 2011 expresa “la legitimidad moral de todas las opciones políticas” y evita hacer un juicio moral sobre la independencia o la unidad de España, siempre que cuente “con la participación de todos, teniendo en cuenta los derechos y los deberes que se derivan de la dignidad personal, y que ha de permanecer abierto a los valores trascendentes”.

En el nº 2.820 de Vida Nueva.

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