OBITUARIO: Carlos García Hirschfeld, un jesuita de frontera

Carlos García Hirschfeld, jesuita fallecido en 2012

Carlos García Hirschfeld, jesuita fallecido en 2012

ILDEFONSO CAMACHO, SJ | No era un hombre muy conocido, pero para los que le conocíamos ha sido una gran pérdida. Su vida es fácil de resumir. Carlos García Hirschfeld nació en Málaga en 1929. Entró en la Compañía de Jesús en 1945, sin haber cumplido todavía los 16 años.

Concluyó los largos años de formación en 1962. Ya en 1966 llegó a Granada. Allí ha permanecido hasta marzo de este año, cuando ya su salud aconsejó llevarlo a la enfermería que tienen los jesuitas en Málaga, donde le sorprendió la muerte en la mañana del 4 de abril, Miércoles Santo…

Sus 45 años en Granada se pueden resumir en torno al mundo universitario: Colegio Mayor Loyola, Delegación Diocesana de Pastoral Universitaria y Centro Universitario Francisco Suárez. Su trabajo fue esencialmente “pastoral”, palabra que nunca le agradaba para definir lo que hacía.

Quizá el término que mejor le cuadraba se lo ofreció Benedicto XVI cuando quiso señalar qué era lo específico de los jesuitas, lo que la Iglesia esperaba de ellos: “Estar en la frontera”. Es lo que había venido haciendo Carlos desde el comienzo, con una intuición verdaderamente ignaciana. Y para ello le ayudó su espíritu inquieto e inconformista, de buscador incansable. Buscó personalmente y buscó con otros. Por eso, el acompañamiento de otros le ocupó mucho tiempo y le dejó muchos amigos incondicionales.

Para este acompañamiento fueron los Ejercicios de san Ignacio su gran instrumento. Dio muchos ejercicios, en grupos y personalizados; pero sobre todo buscó siempre en ellos la inspiración para ayudar a muchos a discernir su camino.

Rahner y el Vaticano II

Después de los ejercicios, su otro referente fue Karl Rahner. Lo había leído a fondo y lo citaba con frecuencia. Su teología le valía para acercar el cristianismo a las personas. Como el gran teólogo alemán, huía siempre de los tópicos, de ese cierto lenguaje eclesiástico que tantas veces deja indiferente a quien viene cargado de interrogantes.

De Rahner aprendió también a amar a la Iglesia del Vaticano II. Amaba a la Iglesia apasionadamente, pero con un amor adulto: la amaba “desde la frontera”, donde muchas veces son más perceptibles sus limitaciones y miedos. Este amor le hacía sufrir y ser crítico siempre que sentía a la Iglesia y a sus representantes institucionales demasiado replegados sobre sí mismos.

Carlos no era nada convencional: eso le hacía incómodo a veces. Su lenguaje seco y su timidez ocultaban un corazón cercano, al que había que saber llegar. Era una persona apasionada, pero siempre respetuosa. En ese mundo de “frontera” que fue para él el ambiente universitario, trabajó incansable buscando caminos nuevos, rodeándose de colaboradores a los que gustaba dejar siempre la iniciativa.

El principal legado de Carlos: sus muchos amigos. Siempre recordarán su sonrisa franca, su palabra oportuna, su aliento medido. Y le agradecerán que les ayudara a progresar como personas y como creyentes en un mundo donde las certezas no abundan y tanta es la tentación de refugiarse en falsas seguridades.

En el nº 2.796 de Vida Nueva.

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