Descubriendo al Resucitado

“Resucitar no es salir del sepulcro y volver al cuerpo, eso no es resurrección”

Cómo alrededor de la resurrección de Jesús, coincidieron las voces y las ideas del Papa Benedicto XVI, del teólogo español José Antonio Pagola y del jesuita colombiano Alfonso Llano. La visión de los tres sobre la resurrección obliga a revisar las nociones de los viejos catecismos y a mirar la resurrección de Jesús con otros ojos.

“Si la resurrección de Jesús no hubiera sido más que un milagro de un muerto redivivo, no tendría para nosotros, en última instancia, interés alguno. No tendría más importancia que la reanimación, por la pericia de los médicos, de alguien clínicamente muerto. Para el mundo en su conjunto y para nuestra existencia nada hubiera cambiado. El milagro de un cadáver  significaría que la resurrección de Jesús fue igual que la resurrección del joven Naín, de la hija de Jairo o de Lázaro. De hecho estos volvieron a la vida anterior durante cierto tiempo para, llegado el momento, antes o después, morir definitivamente”.
No fue, pues una resurrección como se da a entender en la oratoria común de semana santa. Era necesario que lo dijera el Papa en párrafos como el anterior, para que se dejara de mirar como  sospechosos a teólogos como el padre Alfonso Llano y el padre José Antonio Pagola. Según Llano “Resucitar no es volver atrás. Es pasar a la vida divina y desplegar esa maravilla del Padre que se le comunica al Hijo en el Dios eterno y único para toda la eternidad”. “Resucitar no es salir del sepulcro y volver al cuerpo, eso no es resurrección. Que una persona que parecía muerta se reanime y vuelva a comer y a dormir. No, así no fue”. A su vez, Pagola coincide con el Papa y con el padre Llano: “La resurrección no es la reanimación de un cadáver. Es mucho más. Nunca confunden los primeros cristianos la resurrección de Jesús con lo que ha podido ocurrirles, según los evangelios, a Lázaro, a la hija de Jairo o al joven de Naín. Jesús no vuelve a esta vida sino que entra definitivamente en la ‘vida de Dios’”.

Las comunidades de primitivos cristianos lo tenían más claro que los predicadores que el pasado domingo de pascua insistieron en una resurrección como la de Lázaro, o sea el regreso de Jesús a la vida terrena.
No ha sido nada fácil el tema de la resurrección. Observa Pagola que “ninguno de los evangelistas se ha atrevido a narrar la resurrección de Jesús. Nadie puede ser testigo de esa actuación trascendente de Dios”. Hecho que corrobora el Papa: (los discípulos) “se encontraron ante un fenómeno totalmente nuevo para ellos, pues superaba el horizonte de su propia experiencia. Por más que la realidad de lo acontecido se les presentara de manera tan abrumadora que los llevara a dar testimonio de ella, esta seguía siendo del todo inusual”.
En efecto, es un tema tan esencial que los teólogos, los historiadores, predicadores y catequistas, sienten el deber de abordarlo. Las riquezas de este hecho se han revelado progresivamente de modo que las miradas sobre el resucitado, lo mismo que la fe, han ganado en hondura a medida que avanza la reflexión.
El lenguaje utilizado por el Papa en la segunda parte de su libro sobre Jesús es el mismo que se encuentra en los teólogos de hoy. Al fin y al cabo Ratzinger se distingue por su severa disciplina académica de teólogo.
Los testimonios del Nuevo Testamento no dejan duda alguna de que en la “resurrección del Hijo del hombre, ha ocurrido algo completamente diferente. La resurrección de Jesús ha consistido en un romper de cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser hombre” (B.XVI).
En Pagola se lee algo semejante. Citando a san Pablo “Jesús ha sido resucitado por la fuerza de Dios que es la que le hace vivir la nueva vida de resucitado, por eso Jesús  resucitado, lleno de esa fuerza divina puede ser llamado “Señor” con el mismo nombre que se le da a Yaveh entre los judíos de lengua griega. Dice también que ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza creadora y salvadora en que se revela lo grande que es”. La resurrección de Jesús es pues, “una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Así lo repiten una y otra vez las primeras confesiones cristianas y los primeros predicadores”.
Para este teólogo “Jesús murió gritando “Dios mío, ¿porqué me has abandonado?” y, al morir, se encuentra con su Padre que lo acoge con amor inmenso, impidiendo que su vida quede aniquilada. En el mismo momento en que Jesús siente que todo su ser se pierde definitivamente siguiendo el triste destino de todos los humanos, Dios interviene para regalarle su propia vida. Allá donde todo se acaba para Jesús, Dios empieza algo radicalmente nuevo. Cuando todo parece hundirse sin remedio en el absurdo de la muerte, Dios comienza una nueva creación”.
Ratzinger a su vez reflexiona: “Por eso la resurrección de Jesús no es un acontecimiento aislado que podríamos pasar por alto y que pertenecería únicamente al pasado, sino que es una especie de “mutación decisiva” (por usar analógicamente esta palabra, aunque sea equívoca) un salto cualitativo. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad”.
Nadie esperaba la resurrección. Esa tarde del viernes santo y el sábado se respiraban aires de derrota y de fracaso. El final había sido cruel y la desilusión general. Cercana a Jesús, María Magdalena había ido en busca de un cadáver; los de Emaús iban nostálgicos y derrotados hablando de un pasado que sentían distante e irrecuperable; pero todo eso cambió cuando en sus vidas entró la dinámica de la resurrección que es la innegable presencia del poder de Dios.
Ratzinger evoca a los discípulos que, de regreso del monte de la transfiguración, reflexionaban preocupados sobre aquellas palabras de Jesús, según las cuales el Hijo del hombre resucitaría “de entre los muertos”. Y se preguntaban entre ellos lo que querría decir aquello de “resucitado entre los muertos”. Y de hecho, ¿en qué consiste eso? Los discípulos no lo sabían y debían aprenderlo solo por el encuentro con la realidad.
Quien se acerca a los relatos de la resurrección con la idea de saber lo que es resucitar de entre los muertos, sin duda interpretará mal estas narraciones, terminando luego por descartarlas como insensatas.
“Los relatos evangélicos sobre las apariciones de Jesús resucitado pueden crear confusión”, apunta Pagola. “Según los evangelistas, Jesús puede ser visto y tocado, puede comer, subir al cielo hasta quedar ocultado por una nube. Si entendemos estos detalles narrativos de manera materia se da la impresión de que Jesús ha regresado de nuevo a esta tierra para seguir con los discípulos como en otros tiempos. Sin embargo, los mismos evangelistas nos dicen que no es así. Jesús es el mismo, pero no es el de antes; se les presenta lleno de vida pero no le reconocen de inmediato; está en medio de los suyos, pero no lo pueden retener; es alguien real y concreto, pero no pueden convivir con él como en Galilea. Sin duda es Jesús, pero con una existencia nueva”.
Según Ratzinger “ha inaugurado una nueva dimensión del hombre”.
Y aunque nadie lo esperaba, cuando tuvieron la certeza de la resurrección todo cambió,  y de una vez para siempre. Se lee en el libro de Benedicto XVI: “Así es como la resurrección ha entrado en  el mundo sólo a través de algunas apariciones misteriosas a unos elegidos. Y sin embargo, fue el comienzo realmente nuevo; aquello que, en secreto, todos estaban esperando. Y para los pocos testigos, -precisamente porque ellos mismos no lograban hacerse una idea- era un acontecimiento tan impresionante como real, y se manifestaba con tanta fuerza ante ellos que desvanecía cualquier duda, llevándolos al fin, con un valor absolutamente nuevo, a presentarse ante el mundo para dar testimonio: Cristo ha resucitado verdaderamente”.
Pagola anota: “este lenguaje no podía ser entendido en ambientes judíos, la cultura griega se resistía a la idea de resurrección. Lo pudo comprobar Pablo en el areópago de Atenas. Lucas introdujo un lenguaje que presenta al resucitado como “el que está vivo”, “el viviente”. Así se les dice en su evangelio a las mujeres que van al sepulcro: “¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” Años más tarde el Apocalipsis pone en boca del resucitado expresiones de fuerte impacto, muy alejadas de las primeras fórmulas de fe: ‘Soy yo, el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo’”.
“Los primeros cristianos piensan que con esta intervención de Dios se inicia la resurrección final, la plenitud  de la salvación, Jesús es solo el primogénito entre los muertos, el primero que ha nacido a la vida definitiva de Dios. Él se nos ha anticipado a disfrutar de una plenitud que nos espera también a nosotros. Su resurrección no es algo privado. Que le afecta sólo a él; es el fundamento y la garantía de la resurrección de la humanidad y de la creación entera. Jesús es primicia, primer fruto de una cosecha universal. El Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su fuerza”. “Resucitando a Jesús, Dios comienza la nueva creación. Sale de su ocultamiento y revela su intención última, la que buscaba desde el comienzo, al crear el mundo: compartir su felicidad infinita con el ser humano”.
Para san Pablo, la anotación es de Pagola, la experiencia de Jesús Resucitado le “ha descubierto el poder de su resurrección. Pablo tiene conciencia de que se le está revelando el misterio que se encierra en Jesús. Lo que está viviendo es la revelación de Jesucristo. Se le caen todos los velos; Jesús se le hace diáfano y luminoso. No es una ilusión. Es una grandiosa realidad. “Dios ha querido revelar en mí a su hijo”. El impacto es tan poderoso que provoca una reorientación total de su vida. El encuentro con el resucitado le hace comprender el misterio de Dios y la realidad de la vida de manera radicalmente nueva. Pablo ya no es el mismo”.
Son términos en todo semejantes a los de Benedicto XVI, quien también comenta a san Pablo: “la importancia que tiene la fe en la resurrección de Jesucristo para el mensaje cristiano en su conjunto: es un fundamento.
La fe cristiana se mantiene o se cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos.
Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición, ciertas interesantes ideas sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y sobre su deber ser, -una especie de concepción religiosa del mundo-pero la fe cristiana queda muerta. En este caso Jesús es una personalidad religiosa fallida, una personalidad que, pese a su fracaso, sigue siendo grande y puede dar lugar a nuestra reflexión, pero permanece en una dimensión puramente humana y su autoridad sólo es válida en la medida en que su mensaje nos convence. Ya no es el criterio de medida; el criterio es entonces nuestra valoración personal que elige de su patrimonio particular aquello que le parece útil. Y esto significa que estamos abandonados a nosotros mismos”.
Y concluye Llano: “a través de su resurrección ya es constituido públicamente ante el mundo entero como el hijo de Dios”. Y agrega, “¿Cómo resucitó Jesús? Pasando de este mundo a Dios. Es más correcto decir su exaltación, su glorificación a partir de su muerte que es el instante en el que Jesús pasa a Dios y se revela esa divinidad que tenía en su ser”.
Es, pues, el comienzo de la vida nueva de verdad. VNC

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