Abusos. Ya no hay excusa para el silencio

Benedicto XVI impulsa una guía con las líneas maestras para frenarlos, priorizando a las víctimas

JUAN RUBIO | Cuando en la década de los ochenta algunos obispos norteamericanos recibían denuncias por parte de víctimas y familiares de quienes habían sido objeto de abusos sexuales por parte de clérigos o personal adscrito a centros eclesiásticos, los prelados sentían escalofríos, limitándose a instruir un expediente canónico que, en algunos casos, se eternizaba. Si acaso, se limitaban a retirar al acusado del ministerio, trasladarlo de parroquia o alojarlo en una casa de retiro y espiritualidad. El silencio, el sigilo y un mal sentido de paternidad espiritual asistía a los sacerdotes; no así a las víctimas, que empezaron a asociarse para defender sus derechos y a pedir ser escuchados en Roma.

En el 2001, y en Boston, tras un sonado escándalo, el gabinete de prensa del arzobispado, ante las informaciones que iban apareciendo en los medios de comunicación, especialmente en el Boston Globe y luego en The New York Times, se limitó a decir que el cardenal Law “había actuado con paternal solicitud, abordando el tema y actuando en todo momento con prudencia y sigilo”. Unos días más tarde, insistía: “Somos pastores; no policías”. Un torrencial de críticas, junto a una avalancha de noticias, iba llegando, mientras en las cortes judiciales americanas aumentaban los expedientes.

Desde el lunes 16, esas respuestas como la del portavoz del cardenal de Boston, o las de otros similares, no caben. Los obispos del mundo ya cuentan con unas directrices que les servirán para elaborar guías propias de cara a tratar los casos de abuso sexual de menores por parte del clero. También los responsables de órdenes religiosas tienen ya sus directrices.

Una víctima en EE.UU. durante una rueda de prensa en 2010

La Congregación para la Docrina de la Fe daba a conocer el pasado 16 de mayo, la Carta Circular a las conferencias episcopales dentro de la política de tolerancia cero que Benedicto XVI está llevando a cabo para erradicar esta lacra, pecado para la ley moral, delito para la civil. La Carta sale al paso de estas indecisiones y respuestas superficiales y aborda con claridad y contundencia cómo se debe actuar ante estos casos. Los obispos ya saben a qué atenerse. Las dudas del procedimiento quedan aclaradas. Ahora toca colaborar con el deseo de Benedicto XVI de sanear la vida interior de la Iglesia.

En la carta se aprecian tres prioridades: las víctimas, la protección de menores y la colaboración con la autoridad civil. El resto, repite y actualiza la legislación de la Iglesia al respecto. Ahora, una prioridad: las víctimas y su protección.

Escuchar y atender a las víctimas

Lo primero a lo que invita la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe es a “escuchar a las víctimas y a sus familiares y a esforzarse en asistirles espiritual y psicológicamente”, aludiendo a palabras del Papa en su Carta a los católicos de Irlanda: “Habéis sufrido inmensamente y me apesadumbra tanto. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y violada vuestra dignidad”.

Palabras contundentes en el primer párrafo de una carta en la que también se aboga por el apoyo de “programas educativos de prevención para propiciar ambientes seguros para menores, ayudando a los padres, a los agentes de pastoral y al personal educativo incluso a reconocer los indicios de abuso sexual y adoptar mediadas adecuadas”.

Como se ve, no solo se trata de escuchar, sino también de prevenir. Y en esto hay una novedad importante, una acción preventiva que tendrá muy en cuenta el perfil de los educadores en centros eclesiásticos, y no solo los ministros consagrados. Son muchos los centros educativos de propiedad eclesiásticas, o de congregaciones religiosas, que se han visto involucrados en estos delitos.

La prevención se extiende también al personal laico. Y esta prevención ha de cuidarse aún más entre los responsables de la formación del clero, a los que se les pide un “discernimiento mayor” e, incluso, un intercambio de informaciones si el candidato procede de otra diócesis o congregación religiosa. En este sentido, había habido negligencia en algunas ocasiones en que ni tan siquiera se había pedido la información adecuada (de algo parecido se le había acusado al Papa durante su período al frente de la Archidiócesis de Munich).

Otra novedad es la importancia de estar al tanto para detectar indicios en el ejercicio del ministerio o de la docencia. No solo faltan las pruebas, sino también los indicios. Es una de las grandes aportaciones de esta guía. Se pretende afinar en los perfiles psicológicos algún indicio que pudiera derivar en abusos. Estudios psicológicos realizados recientemente insisten en este aspecto. Tal es el caso de los artículos escritos por los profesores jesuitas G. Cuzzi y H. Zollner. Esta prevención, desde el período de formación, es fundamental para la madurez del candidato. Incluso, se advierte en la Carta, que si en el ejercicio del ministerio pudieran atisbarse estos indicios, habría que atajarlos.

La colaboración con las leyes civiles es una exigencia clara en la Carta. Con ella quedan disueltas las dudas de algunos prelados que, como ha sucedido, desconfiaban de los testimonios de las víctimas.

Se les advierte para que, a la hora de los nombramientos, se tenga en cuenta que no se puede poner al frente de instituciones, especialmente docentes, a personas con este perfil. Los rectores de los seminarios deberán afinar, y mucho, el conocimiento previo de la procedencia de los candidatos, si es que vienen de otros centros. Y también los obispos a la hora de acoger a sacerdotes extradiocesanos. Los obispos deberán articular la forma de hacer llegar a conocimiento de la justicia los casos que conozcan; y esto, de forma independiente de los procesos canónicos.

Sobre el silencio del Papa

Una acusación recurrente hecha a las jerarquías eclesiásticas es que no denuncian también ante las autoridades civiles los delitos de pedofilia que alcanzan a conocer. En algunos países de cultura jurídica anglosajona, pero también en Francia, los obispos que saben que algunos sacerdotes han cometido delitos fuera del secreto sacramental de la confesión, están obligados a denunciarlos a las autoridades judiciales.

Con esta Carta, en el contexto de una política de tolerancia cero contra la pederastia, las conferencias episcopales deberán trabajar para acomodar las leyes generales a las particulares de cada país.

Queda aún tarea por delante. La información ha venido siendo, y es, necesaria para frenar en muchos las tendencias delictivas. Lo reconocía hace poco un obispo que trabaja en la Curia vaticana: “Desde que se habla tanto de este tema, han remitido los casos. Hay más miedo”. Pero debe de haber también más justicia.

En el nº 2.754 de Vida Nueva (reportaje íntegro para suscriptores).

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