Ondulación del arte

ARTURO GUERRERO

Quien quiera saber el color del mundo, que pinte. Quien aspire al sonido de las esferas, que componga música. Quien pretenda descifrar la realidad con palabras, que escriba. En el arte genuino, el acto mismo de crear es iluminación y conocimiento. No es preciso clarificar el pensamiento para luego sí pronunciar la obra. Esta en sí misma es un adelanto, un agregado de sabiduría y de misterio.

Decía Salvador Dalí: “en el momento de pintar yo mismo no comprendo la significación de mis cuadros, lo cual no quiere decir que mi pintura no tenga significación: por el contrario su significación es tan profunda, compleja, coherente, involuntaria, que escapa al simple análisis de la intuición lógica”. La vía del arte es, pues, diferente a la de la razón. Mientras esta avanza entre luces gracias a tesis, antítesis y comprobaciones, el arte ondula entre sargazos y extrae su iluminación de plantas fosforescentes entre el légamo. Los poetas tienen su ciencia, complementaria de aquella de los físicos. Unos y otros se necesitan, así sus campos parezcan tan ariscos. La tragedia de la sociedad contemporánea estriba en su materialismo. La adoración de la materia, que se deja medir y someter a argucias de laboratorio, ha dejado sin patria saberes no sometidos a los cinco sentidos ordinarios. Hoy el arte vale cuando es posible comprarlo. Pero hay obras inefables, que ilustran sobre rincones del alma contemporánea, a las que no se les puede poner precio.  Ante estas el mundo se ciega y los creadores mueren de hambre o de ostracismo. De ahí que crezca la muerte del alma, de ahí que la humanidad se haya acercado a la turba de energúmenos, que de paso se llevan por delante al planeta. Es que el arte es una dimensión insustituible, su abolición coincide con la de la especia inteligente.

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