Un lugar de encuentro, un espacio para el diálogo

Cuatro expertos exponen a ‘Vida Nueva’ su visión del Atrio de los Gentiles y lo que creen que debe aportar

El cardenal Gianfranco Ravasi

FRAN OTERO | Concluyó en París la primera edición del Atrio de los Gentiles con importantes aportaciones y un prometedor futuro. Fue una imagen de los cristianos que salen del templo al encuentro de aquellos que no lo son y esperan en el exterior. El atrio, a medio camino entre lo divino y lo humano, la creencia y la increencia… lugar de encuentro, de diálogo y de escucha. Cabe recordar las palabras que el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura y promotor de esta iniciativa, el cardenal Gianfranco Ravasi, pronunciaba recientemente en una entrevista a un diario francés y en las que reivindicaba de alguna manera la importancia de eventos como el de París. Decía, en concreto, que la Iglesia no se ve como una isla en el mundo; “está en el mundo”. Apuntaba también que lo que se pretende es decir a la sociedad contemporánea que “la fe y la teología son vectores de conocimiento y cultura”, y admitía que el principal desafío hoy “no es el ateísmo, sino la indiferencia”.

Reconocida la importancia de un diálogo entre creyentes y no creyentes, fe y cultura, Vida Nueva ha preguntado a algunos de sus colaboradores y expertos en la materia, vinculados de alguna manera con la cultura, sobre cómo ven la iniciativa vaticana, los temas que se deberían abordar en ella, y también sobre qué pueden aportar los no creyentes a los que sí lo son, y viceversa, en su relación, además del papel de la Iglesia en la cultura.

Logotipo del Atrio de los Gentiles en París

De este modo, el director de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) y consultor del Pontificio Consejo para la Cultura, Jorge Juan Fernández Sangrador, opina que el Atrio de los Gentiles “ha de ser, no solo un espacio para el diálogo, sino también para la oración, en el que se pueda estar en relación con Dios aun entre oscuridades de diversa índole”.

Del mismo modo, la doctora en Historia y conservadora de Patrimonio Nacional, María Leticia Sánchez Hernández, cree que debe servir “para establecer una plataforma entre creyentes y no creyentes, seria, realista, intelectualmente sólida, y, sin pretensiones de llegar a conclusiones definitivas por ninguna de las dos partes”. “Este espacio tiene que lograr un sano entendimiento entre las partes, superando, y ayudando a superar, el fanatismo religioso y el ateísmo folclórico”, añade.

El sacerdote y escritor Jesús Sánchez Adalid sostiene que “debe permitir a los católicos, y a cuantos se preocupen por el bien de la humanidad, dialogar y cooperar entre sí”. En definitiva, concluye, “un foro privilegiado que, libre de artificios y dogmatismos, nos permita a los creyentes descubrir los lugares comunes que compartimos con nuestros hermanos no creyentes, en la búsqueda o en la duda”.

Francisco M. Carriscondo Esquível, profesor de Lengua Española de la Universidad de Málaga, dice que eventos como el de París o los sucesivos “deberían concienciarnos de que, seamos de la opinión, idea o creencia que seamos, vamos todos en esta nave llamada ‘Tierra’ en un viaje tanto interno como externo, que debería ser el resultado de la suma de nuestra voluntades particulares”. “Puede aportar  bastante –continúa–; si no marcar de forma categórica, sí al menos puede sugerir una hoja de ruta en la que todos nos veamos implicados”.

Interrogantes del hombre

El propio Carriscondo Esquível apunta, además, cuáles son los temas que tendrían que ser abordados. Cita, entre ellos, la necesidad de una ética universal, la concienciación ecológica, la convivencia con nuestros semejantes o los mecanismos de control ante un mayor conocimiento científico –la energía atómica, la manipulación de células madre, el control de la maternidad o la selección embrionaria con determinados fines–.

En la misma línea se mostró María Leticia Sánchez, para quien los temas de los encuentros deben versar sobre las grandes cuestiones que afectan a la existencia del hombre: el sufrimiento, la muerte, el sentido de la vida, los problemas bioéticos, los interrogantes cosmológicos o los diferentes enfoques de las expresiones culturales. Coincide también Sánchez Adalid, que añade que no se debe tender a lograr “un sincretismo o una especie de condensación espitirual”, sino a “dialogar con vistas a descubrir aportaciones originales, correctivas o integrantes, sobre los mayores interrogantes del hombre”.

Un espacio sagrado

Para Fernández Sangrador, el Atrio de los Gentiles “no debe desembocar solo en coloquios académicos sobre teodicea, antropología, filosofía, ética, teología fundamental, narrativa, poesía, cultura o arte”. “El Atrio de los Gentiles no es un aula universitaria, ni un taller de arte, ni un ciclo de conferencias, ni una sala de exposiciones. Es, a su manera, un espacio sagrado, en el que han de aproximarse mutuamente, tanto cuanto sea posible, la espiritualidad cristiana y la del ateo o el agnóstico, si la hubiere. He aquí la novedad de la iniciativa propuesta por Benedicto XVI”, explica.

En este contexto, surge la duda de si es posible el entendimiento entre creencia e increencia y la pregunta sobre qué puede aportar cada parte a la otra al tener modelos distintos, a veces, opuestos. “El diálogo entre creyentes y no creyentes nunca es una pérdida de tiempo: siempre es una buena ocasión, por lo menos, para erradicar crispaciones y para superar las caricaturas mutuas. Es un momento para que los creyentes reflexionen sobre los interrogantes formulados por aquellos que excluyen a Dios de su visión de la vida, y se planteen cómo es la vivencia de una fe madura. Al mismo tiempo, es igualmente una oportunidad para que los no creyentes puedan plantearse la pregunta por la trascendencia”, afirma la conservadora de Patrimonio Nacional.

El director de la BAC sostiene que corresponde a los no creyentes “decir lo que significa vivir sin la Iglesia y como si Dios no existiese, y articular el discurso sobre cómo se pueden plantear desde esa posición aquellas cuestiones fundamentales que preocupan al hombre”. “A la Iglesia, en cambio, en este foro, no le corresponde hablar, sino escuchar. Y apreciar cuanto haya de nostalgia de Dios en la mente y en el corazón de aquellos que no logran aceptar ni entender el hecho de que Dios se ocupe de ellos con amor”.

Sánchez Adalid ofrece una visión nueva. Cree que los no creyentes “deben reconocer que el hecho central y definitivo de la historia humana y de la historia de la cultura de la humanidad es el nacimiento de Jesucristo”. “El cristianismo no hizo derrumbarse la civilización grecorromana, sino que, por el contrario, salvó su propia cultura, haciéndola nueva, al rescatar todos los elementos humanos y civilizadores de la antigüedad. Esa gran aportación no ha concluido y el Atrio de los Gentiles debe expresar con humildad y amor esta gran verdad al hombre de hoy”.

El profesor de la Universidad de Málaga lamenta, por su parte, que la relación entre ambos no haya sido ni sea “simbiótica”. Cree que la Iglesia ha dado “sobradas muestras de voluntad de escuchar voces” –citá el caso de la Academia Pontificia de las Ciencias, que acoge a miembros de distintas creencias o el propio Atrio de los Gentiles–, algo que, en su opinión, no sucede a la inversa, porque “no se tiene a la Iglesia en cuenta si no es para criticarla, para censurarla e, incluso, menospreciarla”.

Uno de los modos de entrar en diálogo con los que no tienen en cuenta a Dios es la cultura. Pero hay varios interrogantes: ¿es hoy la Iglesia creadora de cultura? ¿potencia este recurso como vehículo para relacionarse con otros? Francisco M. Carriscondo señala que siempre ha sido creadora de cultura, aunque ya no sea considerada primer referente cultural. “También mantenedora –continúa– de una tradición milenaria que, actualmente, descansa en la infinidad de vestigios: artes plásticas, arquitectura, música, literatura… Despreciarla es un indicio claro de ignorancia”.

Coincide en parte María Leticia Sánchez, que estima que hoy la Iglesia no es creadora de cultura, pero sí es referente “en el cuidado y trasmisión de nuestro legado religioso, actualizándolo y brindándolo desinteresadamente”. “Mi experiencia de 30 años en la conservación de uno de los conjuntos históricos-artísticos más importantes de Europa, con más de un 70 % de obras religiosas, y con la oportunidad de trato casi diario con creyentes y no creyentes, me ha hecho ver el impacto que produce la contemplación de determinados monasterios y obras de arte”, aporta.

Espiritualidad y sabiduría

Sánchez Adalid se refiere, en cambio, a la cultura actual, caracterizada por la confusión, donde vida y sabiduría “tal vez funcionen separadas”. Así, se pregunta sobre las esperanzas y preocupaciones del ser hoy, planteamientos ante los que, según dice, “nadie podrá negar que nuestra Iglesia atesora espiritualidad y sabiduría”. “Pero una nueva humildad y honestidad dentro de las iglesias deberá hacer visible ese tesoro secular y ponerlo al servicio de la humanidad”, propone.

Finalmente, Fernández Sangrador considera que la Iglesia “produce cultura también hoy, en unas proporciones que pocas instituciones la igualan”.  “Así lo acredita el cúmulo de libros, edificios, museos, universidades, películas, cursos, conferencias, revistas, ornamentos, fiestas, gastronomía (…) que ha emanado y emana de la Iglesia. Y aunque se ha ido incorporando a la cultura tecnológica con lentitud, está dando ya pasos de gigante, pues católicos jóvenes la están conduciendo hacia un nuevo horizonte en las comunicaciones sociales”.

En el nº 2.748 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir