El Atrio de los Gentiles

(Melchor Sánchez de Toca– Subsecretario del Pontificio Consejo de la Cultura) Cuando el Papa, en su discurso a la Curia romana el 22 de diciembre de 2009, habló acerca del Atrio de los Gentiles, en el Consejo Pontificio de la Cultura inmediatamente comprendimos que nos estaba señalando un campo de acción. El Atrio o Patio de los Gentiles era el gran recinto que se abría en el Templo de Jerusalén, al que podían acceder los no judíos que deseaban orar al Dios único, aun cuando no pudieran participar plenamente en el culto judío. Una balaustrada, convenientemente señalada con inscripciones en griego y latín, trazaba el límite que los no judíos no podían atravesar bajo ningún concepto, so pena de muerte inmediata. En aquel inmenso espacio, cuyas dimensiones podemos imaginar hoy contemplando la actual explanada de la Mezquita de la Roca, se colocaban en apretada multitud los cambistas y los vendedores de animales para el sacrificio, paseaban los curiosos, se sentaban los escribas y maestros de la ley, con quienes se entretenían en conversaciones doctas los visitantes del Templo. Fue esa área del Templo la que Jesús purificó con un gesto profético expulsando a los mercaderes, porque su “Casa debía ser una casa de oración para todas las naciones”, citando al profeta Isaías (Is 56,7).

A este espacio de frontera, de límite con lo sagrado, pero también de encuentro, se refirió Benedicto XVI en su discurso precisamente al hablar de los no creyentes. Éstas fueron sus palabras textuales: “Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de ‘patio de los gentiles’ donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia”. Y continuaba aún: “Al diálogo con las religiones debe añadirse hoy sobre todo el diálogo con aquéllos para quienes la religión es algo extraño, para quienes Dios es desconocido y que, a pesar de eso, no quisieran estar simplemente sin Dios, sino acercarse a él al menos como Desconocido”.

Esta sugerencia del Papa, acogida inmediatamente por el Consejo Pontificio de la Cultura, se transformó pronto en un proyecto denominado, precisamente, el “Atrio de los Gentiles”, un lugar de reflexión, de encuentro y de diálogo con quienes tienen dificultad para creer en un Dios personal, pero no renuncian del todo a Él. Si bien podría parecer una novedad, en realidad, con esta iniciativa, el dicasterio no hace sino continuar la misión que tiene encomendada desde sus orígenes, es decir, desde la fundación del Secretariado para los no Creyentes en el año 1965. Creo que vale la pena recordar sumariamente la historia del Consejo. Así, mientras el Concilio se dirigía hacia su etapa conclusiva, Pablo VI quiso comenzar a poner en práctica el programa que había delineado el año anterior en su encíclica programática Ecclesiam Suam, en la que sugería una serie de círculos concéntricos de extensión progresivamente mayor, con los que la Iglesia quería abrazar toda la realidad situada fuera de sus límites visibles: el diálogo con las demás iglesias cristianas, el diálogo con los creyentes de otras religiones, el diálogo con los hombres de buena voluntad que no se reconocían en una religión particular. Fue así como nació, en primer lugar, el Secretariado para la Unidad de los Cristianos por transformación de la homónima comisión conciliar en un dicasterio de la Curia romana. A éste siguió, en 1964, el Secretariado para los no Cristianos, rebautizado en 1988 como Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Y, algunos meses después, en abril de 1965, el Secretariado para los no Creyentes. De este modo, también, se convertía en realidad el deseo expresado insistentemente por los padres conciliares de crear en la Curia romana un organismo que se ocupase de los problemas del mundo moderno, que mirase, por decirlo así, hacia fuera de la Iglesia, y no sólo hacia dentro de ella. Era, en cierto sentido, la traducción concreta de la Constitución Gaudium et spes, que al ateísmo y al diálogo con los no creyentes había dedicado amplio espacio (nn. 19-21).

El Secretariado, presidido por el arzobispo de Viena, cardenal Franz König, bajo la sabia dirección de don Vincenzo Miano, tenía como misión, ante todo, el diálogo con los no creyentes y, en segundo lugar, el estudio de las causas del ateísmo en el mundo moderno. Sin embargo, ante la dificultad para encontrar interlocutores adecuados, el nuevo dicasterio fue derivando progresivamente hacia el estudio del fenómeno del ateísmo, especialmente en la cultura. Cuando en 1982 Juan Pablo II creó el Consejo Pontificio de la Cultura, muchos advirtieron la cercanía entre el nuevo dicasterio y el Secretariado, y los puso bajo la presidencia común del cardenal Poupard, indicando en la cultura el terreno ideal del diálogo con los no creyentes. Esta duplicidad de organismos se mantuvo hasta 1993, en que, con el Motu Proprio Inde a Pontificatus, los dos dicasterios se fundieron en el actual Consejo Pontificio de la Cultura, que conserva íntegramente la misión de sus predecesores: promover “el estudio del problema de la no creencia y la indiferencia religiosa presente, bajo diferentes formas, en los diversos ambientes culturales, investigar sus causas y consecuencias”, y, además, “entablar el diálogo con los que no creen en Dios o no profesan religión alguna, siempre que estén abiertos a una sincera colaboración”.

El Consejo de la Cultura regresa, pues, a su vocación original, una misión apasionante y delicada, que consiste en mantener viva la cuestión de Dios como problema central de la existencia, una cuestión que interroga profundamente a creyentes y a muchos de los que se llaman ateos o no creyentes, que no saben bien cómo responder.

El Atrio de los Gentiles, pues, está abierto a quienes buscan a Dios o se interrogan por él. Ello excluye de antemano los fundamentalismos de ambos bandos, tanto al ateísmo panfletario e irreverente que se mofa de la cuestión de Dios, la actitud jactanciosa e insolente que piensa haber liquidado a Dios con frases de ingenio o pacotilla pseudocientífica, como también a quienes piensan que de los ateos no hay nada que aprender y que lo único que tienen que hacer es convertirse o desaparecer.

El Atrio de los Gentiles toma conciencia de que, a veces, es más importante la distinción entre ateos pensantes y no pensantes que entre creyentes y no creyentes, que el diálogo con el denominado “nuevo ateísmo” del que hacen gala Dawkins, Hitchens, Onfray, Odifreddi es casi imposible, pero no así con otros autores, “noblemente pensativos”. Como recuerda monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura y promotor de esta idea, entre dos realidades contrapuestas se puede entablar un duelo o un dúo: los dos términos se parecen, pero qué diferencia tan grande esconden.

Armonía a dos voces

El Atrio de los Gentiles busca, precisamente, crear armonía a partir de dos voces, aun cuando estén en las antípodas sonoras, como el bajo y el soprano, que no necesitan difuminar sus contornos para hacer algo bello. El diálogo que proponemos, como todo diálogo en la Iglesia, parte de la afirmación de la propia identidad, del compromiso con la verdad, que desencadena el deseo de buscarla con mayor plenitud aún y no se contenta con medias verdades.

El Atrio de los Gentiles, bajo la dirección del P. Laurent Mazas, encargado del diálogo con los no creyentes del Consejo de la Cultura, comenzará su actividad con una serie de encuentros, que tendrán su gran inauguración en París, en marzo de 2011, en tres lugares emblemáticos de la gran tradición de pensamiento laico: la UNESCO, La Sorbona, la Académie de France. La iniciativa ha encontrado una acogida calurosa y agradecida entre aquéllos que son sus destinatarios naturales, y ha suscitado también el interés de muchos cristianos, que han sabido hacerse eco de la invitación del Papa: “También las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes”. Al gran encuentro en París seguirán otros, ya programados, en Bolonia y en Estocolmo. Está previsto también organizar un encuentro en Madrid, un diálogo a dos voces sobre la cuestión de Dios. El deseo del Consejo sería, sin embargo, que cada Iglesia o cada comunidad creara su propio Atrio de los Gentiles. Mientras tanto, sirvan de programa las palabras del gran poeta y sacerdote italiano, Davide María Turoldo, quien dejó, en un bellísimo poema, esta invitación al diálogo: “Hermano ateo, noblemente pensativo, / en búsqueda de un Dios / que yo no sé darte, / atravesemos juntos el desierto. / De desierto en desierto, vayamos más allá / del bosque de los credos, / libres y desnudos hacia / el Ser Desnudo / y allá, / donde la palabra muere / tenga fin nuestro camino”.

En el nº 2.723 de Vida Nueva.

INFORMACIÓN RELACIONADA

Compartir