Francesc Torralba: “Queremos romper prejuicios ante el fenómeno religioso”

Presidente del Consejo Asesor de Diversidad Religiosa en Cataluña

(Texto y fotos: Glòria Carrizosa) Francesc Torralba (Barcelona, 1967), doctor en Filosofía y Teología, tiene un expediente académico brillante. Profesor de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, es un prolífico autor con más de medio centenar de libros sobre temas muy variados. En el último, No pasar de largo (Proteus), se aborda la cuestión de la ética vista por los más pequeños a partir de una charla en un instituto con niños de 10 a 12 años.

En los últimos tiempos, Torralba se ha convertido en el humanista cristiano más mediático de Cataluña. No solo tiene prestigio en el ámbito académico, sino que su mensaje, bien construido, y su look actual son sinónimos de credibilidad para el gran público. “Quería hacer llegar los grandes temas filosóficos a la gente, y por eso me arriesgué a salir en los medios”.

Ahora afronta un nuevo reto: el nuevo Gobierno que ha accedido a la presidencia de Cataluña, presidido por Artur Mas, de Convergencia i Unió, le ha nombrado presidente del recién creado Consejo Asesor de Diversidad Religiosa, un organismo pionero en España.

¿La creación de este Consejo es un primer paso para que se escuche la opinión de las diferentes religiones?

Es una oportunidad de primer orden. Cuando se hizo el mapa de la diversidad religiosa en Cataluña, hace dos años, elaborado por Joan Estruch, que es sociólogo de la religión en la Universidad de Barcelona, apareció un mapa relativamente complejo. En zonas donde hay más inmigración, hay más diversidad religiosa, por ejemplo en Santa Coloma de Gramenet, donde hay una gran pluralidad étnica, cultural y lingüística. La diversidad es un hecho emergente, y todo indica que se incrementará en el futuro. Por tanto, se necesita un órgano de deliberación para ver qué une a las distintas confesiones religiosas, ver qué tipo de dificultades tienen en el espacio público para manifestar sus creencias, y también, naturalmente, que puedan ser escuchadas. Será una voz, nunca vinculante, pero al menos expresará una laicidad positiva respecto al hecho religioso.

También puede ser un órgano pionero en otras comunidades de España que puede ayudar a lidiar en determinados conflictos, a limar asperezas, a romper prejuicios ante el fenómeno religioso. En definitiva, puede ayudar a un Gobierno a ser muy cauteloso cuando legisle en temáticas religiosas.

¿Cuál es el modelo a seguir y quién formará parte de este organismo?

No puedo contestar todavía sobre las personas que formarán parte del mismo. Creo que lo ideal sería que el Consejo de Diversidad fuera realmente representativo y estuviera integrado por personas que, más allá de sus creencias, tengan una visión con cierta perspectiva del fenómeno religioso.

Por tanto, además de los representantes de las religiones, me gustaría que estuvieran presentes expertos en esta temática para que puedan proyectar luz a partir de su competencia profesional. Tampoco tenemos un modelo. Sí que es verdad que en Quebec, en Canadá, existe un consejo de asuntos religiosos orientado al ámbito educativo. Han escrito documentos muy bien elaborados en torno a la educación de la dimensión espiritual de los alumnos de la escuela pública. Por tanto, no tenemos un modelo, y esto exige audacia, imaginación, cautela, para llevar a cabo un proyecto muy interesante.

Minorías representativas

En Cataluña existe una tradición mayoritariamente católica. ¿Se va a notar eso en el Consejo?

Necesariamente tenemos que valorar esta tradición mayoritaria en Cataluña, que fue hegemónica y ya no lo es, y que tiene una enorme proyección en lo cultural, artístico, arquitectónico. Pero lo que yo entiendo es que no debe ser un Consejo que represente exactamente esta proporcionalidad que hay en la vida social. Tampoco creo que deba funcionar como un consejo de una fundación o asociación privada; pienso que hay que aceptar la diversidad, aunque sea minoritaria. Si son representativos en Cataluña, hay que incluirlos. Para tener una voz consensuada, el Consejo tendría que moverse entre ocho y doce personas. Al final, quien manda es el Parlamento, pero los consejos asesores, como también los hay en Economía o en Sanidad, pueden ser muy útiles para legislar con conocimiento de causa.

Es bueno que los haya porque evita la endogamia política y genera una situación de permeabilidad y de ósmosis con la realidad religiosa de la sociedad. El Consejo Asesor puede ser más arriesgado porque no gobierna, pero al menos no aísla al gobernante en su toma de decisiones.

En algunas ocasiones, las religiones son más fuente de conflicto que de paz. ¿Se van a valorar temas como la indumentaria en la vida pública o la libertad de celebración de culto?

Así es, las relaciones entre las creencias y la sociedad democrática no siempre son fáciles. Vamos a valorar cuál debe ser la presencia de lo religioso en el ámbito de la escuela pública, en los hospitales públicos, en las cárceles. Los medios acostumbran a recoger los elementos de tensión, donde no hay acuerdo, o hay un debate muy abierto entre lo religioso, lo social y lo político.

Pienso que este Consejo puede aportar mucha luz sobre estas cuestiones y, sobre todo, mostrar los aspectos más nobles, más positivos que aportan las tradiciones a la sociedad. Las religiones, en contexto de crisis, están haciendo una labor muy intensa, pero discreta, de apoyo a personas en situación de gran fragilidad. Queremos demostrar que las tradiciones religiosas son un activo en el conjunto de la sociedad democrática, plural, abierta. También nos interesa neutralizar actitudes fanáticas, autoritarias, despóticas e incluso de vejación de derechos fundamentales. Las mismas tradiciones tienen que ser capaces de identificar estos enemigos de la sociedad, que puede haber debajo de la denominación de lo religioso.

Por otra parte, en nuestra sociedad avanza un laicismo a veces agresivo…

Ciertamente, hay distintas actitudes ante el hecho religioso, y una de ellas es el laicismo, que desearía que todo lo que tiene que ver con el ámbito religioso se desarrollara en una estricta privacidad. El Estado es aconfesional; o sea, que todos los centros que dependen de él deben ser neutros desde este punto de vista. Pero la sociedad no es aconfesional, sino que es plural, lo que significa que hay un grupo de personas ateas, otro grupo de agnósticas, otro de personas que son indiferentes ante la religión, pero que adoran a un futbolista o a una actriz, con connotaciones casi religiosas. También existen tradiciones religiosas emergentes, y luego está la religión católica. Hay un auténtico rompecabezas, la sociedad es libre en sus manifestaciones. Por tanto, me parece que el laicismo confunde la confesionalidad del Estado con la pluralidad de la sociedad.

El reto es ver cómo gestionamos esta pluralidad en un Estado aconfesional: en sus escuelas, hospitales, prisiones, centros de servicios sociales, en sus administraciones jurídicas, etc. Lo que el Estado no puede exigir es que la sociedad sea neutra. Pienso que hay un laicismo por reacción, no por convicción, que considera que la religión es un tumor maligno en la sociedad que genera una especie de metástasis. Y hay otro laicismo, a la defensiva, ante una actitud que considera lo religioso demasiado invasivo en la vida pública. Tengo la impresión de que es un laicismo que hace mucho ruido, pero que no es mayoritario.

Pero la práctica de la religión no está hoy muy bien vista en nuestro país…

Quizás sea así, pero no ocurre lo mismo en otros países, en donde se percibe una actitud muy receptiva frente a lo espiritual y a la diversidad religiosa. Hay que ver cómo una película como De dioses y hombres, que no puede competir con otras grandes producciones, ha sido tan premiada, y, además, muy seguida por el público. Hay una actitud negativa ante el hecho religioso clerical, pero no así de la espiritualidad.

A través de libros, artículos, apariciones en televisión…, usted ha querido hacer llegar los grandes temas filosóficos al público. ¿Con qué motivo?

En mi producción hay dos partes: una muy académica y desconocida para la gran mayoría a través de revistas especializadas, de ensayo; y otra, ya en los últimos diez años, en la que me preocupo por articular un discurso que llegue a más gente, porque pienso que un filósofo y un teólogo deben estar en el ágora. Este es un deporte de alto riesgo; por un lado, hay un formato distinto de una clase, donde repites tu discurso día tras día. La lógica de los medios, de las redes sociales, es otra y, por tanto, creo que no solo se necesita audacia, sino una cierta tolerancia ante el riesgo de ser mal interpretado, de que publiquen un titular que no refleja tu charla. Lo que he observado es que si uno es capaz de comunicar unos mensajes de un modo inteligible, se le vuelve a solicitar.

O sea que, en el fondo, estos temas interesan. Este último libro que he escrito, No pasar de largo, era una propuesta de riesgo: coger a un catedrático y sentarle frente a niños de entre 10 y 12 años en una escuela pública. ¡La verdad es que sentí auténtico temor ante aquellos chicos! Estuvieron atentos y se produjo un debate interesante que se recoge en el libro, con las preguntas espontáneas de unos niños sobre la ética, que no se autocensuran y no tienen miedo a quedar mal. A través de la parábola del buen samaritano, que nadie conocía, sin decir las fuentes, fui introduciendo la experiencia ética. Pienso que este esfuerzo vale la pena, porque si no, en el ágora pública solo hay políticos y fútbol hasta la saciedad.

Niños y realidad

Usted está casado y es padre de cinco hijos. ¿Es partidario de hablar con los niños sobre los dramas de su entorno?

Pienso que una educación debe englobar el lado oscuro de la realidad, el que no queremos, pero que está. Los niños tienen una antena con la que captan que está pasando algo: problemas laborales, de enfermedad, de muerte. El silencio todavía inquieta más al niño. Hemos articulado una educación muy paternalista, les hemos metido en una burbuja celestial, paradisíaca. Mi impresión es que, cuando finaliza el proceso formativo obligatorio, se pincha esta burbuja y el joven no tiene herramientas para enfrentarse a las contrariedades de la vida. Lo que no podemos es convertir es tabúes la muerte, el fracaso, la enfermedad, el envejecimiento, la frustración, etc. Tenemos que educar al niño para que asuma la contrariedad y para que desarrolle su creatividad e inteligencia para abrirse camino.

¿Piensa que la jerarquía eclesiástica es eficaz a la hora de transmitir sus mensajes?

Pienso que existe un temor hacia los nuevos lenguajes, y hoy no basta con el lenguaje oral; cuentan la presencia, los gestos… En la comunicación eclesial, muchas veces se ha remarcado más lo que separa; pero también hay elementos que unen, que permiten establecer vasos comunicantes. Hay que hacer el esfuerzo de mostrar lo que une a los que están en el ágora, a pesar de sus distintas opciones de fe, y ese es un trabajo que hay que hacer, porque si no, puede dar la impresión de que los creyentes somos de otro mundo.

A veces, si el temor al fracaso en la comunicación es tan fuerte que paraliza, ese espacio queda ocupado por otro grupo que a lo mejor no representa a toda la comunidad, a toda la pluralidad de matices que hay en la Iglesia, pero como no hay nadie más para hablar…  Entonces se genera una imagen todavía más marcada por el prejuicio. Cuanta más ignorancia hay de la diversidad religiosa, más crecen los prejuicios. En este Consejo Asesor de la Diversidad Religiosa vamos a analizar los prejuicios que hay en la sociedad respecto al hecho religioso y a estudiar cómo podemos deshacerlos para que no se creen fobias ante determinados colectivos que no ayudan para nada a la convivencia.

En el nº 2.746 de Vida Nueva

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