Ecos de solidaridad con Haití desde República Dominicana

(Jesús Espeja, OP, profesor en el Instituto de Teología y Pastoral de América Latina) Escribo desde Santo Domingo, donde hace un año, cuando la catástrofe de Haití, percibí de cerca el sufrimiento del pueblo destruido. De nuevo en la isla, sigo escuchando el clamor de los pobres. Tanto hace un año como ahora, sigue siendo admirable la reacción de los dominicanos hacia sus vecinos.

El diario Hoy trae un titular significativo: “Hospitales RD atendieron 30.000 haitianos tras el sismo”. A pesar de que la lógica de la rivalidad ya contagia también a estos pueblos latinoamericanos, los sentimientos humanitarios aún tienen más fuerza.

La denuncia es, más bien, contra la indolencia de la comunidad internacional. Según Hoy, “tacañería global hunde a Haití”; “cumplido hoy el primer año del terremoto, el balance de las acciones, iniciativas y proyectos que para su reconstrucción en su momento se hicieron, arroja un balance en extremo negativo”. Y las causas de esa negatividad son dos.

La perversa lógica de producción de la riqueza

Primera, la pasividad y desentendimiento de la comunidad internacional. Segunda, “de la tragedia de Haití viven muchos y se enriquecen otros; los problemas económicos y sociales de siempre se han visto agravados por el casi completo colapso de sus extremadamente débiles instituciones políticas, lo que a su vez fortalece la secular y perversa lógica de producción de riqueza de unos pocos a costa de la pobreza de casi todos”.

En la República Dominicana es bien palpable que sus organismos estatales se han volcado en ayuda de los damnificados.

Al ver la dignidad de los seres humanos por los suelos, en esta situación catastrófica, y en otras muchas que rompen nuestros esquemas y desbordan los marcos de toda racionalidad, también mirando al Crucificado, me pregunto: ¿por qué, Señor, tanto sufrimiento?

En el nº 2.738 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, puede leer el artículo completo aquí.

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