¿Cómo pueden los catequistas enseñar a orar a los niños?

Las Jornadas de Catequesis destacan la capacidad de los pequeños para “conectar con el Espíritu”

(Marina de Miguel) No hay transmisión de fe si no hay transmisión de amor”. Tras veinte años volcado en “propiciar el encuentro con Jesús” a través del oratorio de niños, Gonzalo Carbó, Sch. P, sabe bien que, para enseñar a orar, la clave reside en las actitudes de los animadores. “Solamente si hay un verdadero amor que haga presente el amor gratuito de Cristo, el niño se adhiere a la fe y a la persona de Jesús”.

Su experiencia en esta iniciativa, que nace con la tradición escolapia, formó parte de las Jornadas Nacionales de Delegados Diocesanos de Catequesis, celebradas en Madrid del 26 al 28 enero. Bajo el lema Enseñar a orar, tarea de la catequesis, a lo largo de esos días se puso de relieve la importancia de profundizar en este punto determinante de toda programación pastoral, debido a la necesidad de asentar las bases para la formación de cristianos adultos. 

Los datos recogidos en el Informe sobre la infancia en España, editado por la Fundación SM (que fueron expuestos a los delegados durante las jornadas), revelan la enorme capacidad de los más pequeños para recibir el mensaje evangélico. Según el estudio, cuatro quintos de los niños españoles son cristianos, creen en Dios y rezan; dos tercios van a misa ocasionalmente y dos quintos acuden casi cada semana. “Cuanto más pequeños son, más preparados están para un encuentro con Dios”, corrobora Gonzalo Carbó. Incluso va más allá, indicando que “Jesús puede llegar a cualquier niño, con independencia de la edad, cultura y condición social”. “Uno de los grandes descubrimientos que he percibido es la capacidad que tienen de conectar con el Espíritu, dejarse iluminar por Él y dar fe”, explica atribuyendo esta receptividad a la mayor sensibilidad y, también, a su gran necesidad de ser amados.

El oratorio se configura desde los cinco a los doce años en el horario escolar. A partir de esa edad, se busca incentivar a los preadolescentes a leer, meditar y orar el Evangelio de manera personal, ya sea en la reunión del colegio, en las parroquias o en su propia casa. Para que esta semilla sembrada por la catequesis florezca a lo largo de la vida, considera prioritarias “la coherencia, unidad y continuidad” entre sus tres entornos fundamentales: el colegio, la parroquia y, especialmente, la familia.

Otro aspecto interesante de las jornadas versó sobre la vida cotidiana como fuente posible y positiva para la oración. José García de Castro, SJ, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, encuentra un importante referente para este tipo de oración en la espiritualidad de san Ignacio de Loyola: la contemplación para alcanzar el amor; el buscar y hallar a Dios en todas las cosas; o la pura y recta intención como manera de aproximarse al mundo y poder prepararse para la experiencia religiosa en medio de la vida. “A través de la óptica de la perspectiva ignaciana, encontramos una metodología para ayudar a la oración desde los hechos y la historia de cada día”. El principal reto es vencer los ritmos frenéticos y la tentación de la superficialidad. Ante esto, el preámbulo es la autoconsciencia, es decir, “vivir un poco más anclado en uno mismo y menos distraído por los estímulos”. “Hay que pasar de la distracción a la concentración mística, en la cual Dios trabaja y habita”.

CIRCULARIDAD CRISTIANA

A juicio del P. García de Castro, una actitud más concentrada en cada uno y la oración personal, aquella que implica una búsqueda en la intimidad del corazón, “se reclaman y necesitan”. Así recuerda al maestro Pedro Fabro y su concepto de circularidad cristiana: “Que la oración silenciosa e íntima con Dios nos lleve a descubrirle más fácilmente en nuestra vida ordinaria y que, nuestra vida ordinaria, a su vez, alimente nuestros momentos de intimidad y oración con Dios”.

A la hora de transmitir esta forma de orar, esboza cuatro propuestas: el examen de consciencia (ser consciente de cómo Dios pasa por nuestra vida); la contemplación de los misterios de la vida de Cristo (imitar su ser contemplativo en acción); la revisión de vida (compartir en el grupo de creyentes las mociones de cada uno); y ciertas prácticas que, si se alientan y orientan, pueden ayudar a reconocer a Dios en todas las cosas.

En la misma línea del encuentro, la Conferencia Episcopal ha puesto en marcha un año de oración por la vida que pretende, en la línea de lo que afirma Juan Pablo II en la Evangelium Vitae, que “en cada comunidad cristiana, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida”.

En el nº 2.646 de Vida Nueva.

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