Tribuna

CON ACENTO: Ahora… Eurasia (I)

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ALBERTO RUBIO. Catedrático y economista.

Eurasia es la mayor masa continental del planeta. Se extiende entre las costas atlánticas del occidente europeo y el Mar de Bering en el extremo oriental del hemisferio norte. Sin embargo su trayectoria histórica es el opuesto a esa unidad territorial. Se caracteriza por sus diversidades culturales, por sus confrontaciones políticas y sus guerras, a veces hasta fundadas en diferencias religiosas. Si a principios del siglo XX el geopolítico inglés Halford Mackinder consideró que quien dominara el núcleo de ese continente dominaría el mundo bien podría uno decir ahora, a vista de los terribles conflictos ocurridos y en el marco de las tensiones actuales: quien lo pacifique, pacifica el mundo.

El papa Francisco lo sabe y lo siente. Sabe que no habrá paz global sin diálogo sincero entre las religiones. Siente que en un mundo sin fronteras, estrechamente interdependiente y con severos problemas comunes, su misión tiene, particularmente en ese continente, el compromiso más destacado. Otra vez: la clave es inteligencia y actitud para “crear puentes”.

Uno es con Rusia y la Iglesia Ortodoxa. Un Estado severo, heredero de un pasado autoritario y con una Iglesia independiente, sin autoridad religiosa de rango superior, parte de la comunidad ortodoxa mundial. Es la principal religión en Bielorrusia y Ucrania. Su máximo representante es el patriarca de “Moscú y todas las Rusias”. Desde 1054 las Iglesias de Oriente estuvieron cismáticamente separadas de Roma por una entonces delicada controversia teológica en torno a la interpretación acerca de la procedencia del Espíritu Santo. Sólo del Padre para la ortodoxia y tanto del Padre como del Hijo para el catolicismo. No obstante, en el Concilio de Florencia (1439) y ante la clara amenaza de la presión otomana, algunos representantes católicos y ortodoxos acordaron la reunificación de ambas ramas del cristianismo. Pero el príncipe Basilio II de Moscú lo rechazó y en 1448 es independizado el Patriarcado de Moscú, sólo cinco años antes de la caída de Constantinopla (1453). Desde entonces la población percibió a Moscú como una suerte de “Tercera Roma” y, a su Patriarca, la cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Unas pocas palabras del minucioso documento conjunto firmado en La Habana entre Francisco y Cirilo I, sintetiza todas las sombras y delinea todas las luces del nuevo tiempo esperado: “permanecimos divididos dado las heridas causadas por los conflictos del pasado lejano y reciente, por las diferencias heredadas de nuestros antepasados, en la comprensión y la explicación de nuestra fe en Dios, un ser único que existe como tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

El otro, de agenda sin duda mucho más delicada, es con China. La particular situación del catolicismo en China hace que el panorama sea muy complejo de abordar. Algunos motivos importantes: no hay relaciones diplomáticas formales entre ambos estados, la nación china es oficialmente atea, las religiones carecen de libertad y son objeto de persecución, en el espectro de las confesiones cristianas el catolicismo es minoritario y sufre además una seria división institucional. Una parte de los católicos chinos, quizás como estrategia de supervivencia, toleran la vigilancia estatal participando de una Asociación Católica Patriótica China, controlada desde una Oficina Gubernamental para Asuntos Religiosos. Quienes rechazan esa opción y mantienen su lealtad a Roma sufren acoso y discriminaciones. De todos modos, ambas “iglesias” mantienen informalidades, como es el caso de ordenar sacerdotes y obispos en clandestinidad y sin contacto con Roma. Si bien esas facultades las confirió en su momento el Vaticano (1978), Benedicto XVI las revocó. También hizo pública una Carta a la Iglesia Católica de la República Popular China (2007), llamando a la unidad y destacando que si bien el catolicismo no es un enemigo del Estado, la Iglesia no puede aceptar interferencias en su vida interna. Al mismo tiempo son varios los observadores que describen una interesante “explosión de espiritualidad” en China, posible demanda de respuesta y contención a la orfandad que resulta de la disolución del maoísmo y de las marcadas desigualdades de una transformación económica espectacular pero no homogénea. Las iglesias evangélicas y pentecostales son las de mayor crecimiento, incluso el Islam acompañando importantes inversiones de empresas saudíes. Pese a la extensa historia del catolicismo en China, desde el arribo de los franciscanos (1297) a la importante inserción jesuítica en tiempos de la dinastía Ming (1582), las conversiones acompañan desde hace años la tasa de crecimiento vegetativo de la población.

Por ambas cuestiones ahora es el tiempo de estos territorios. Su Santidad les ha puesto foco. La diplomacia vaticana sabe esa prioridad y tiene claro esos horizontes. Los analizaremos en detalle.