Etgar Keret: “El miedo surge del deseo de que los milagros perduren”

Los siete años de abundacia, libro de Etgar Keret escritor judío

En ‘Los siete años de abundancia’, el escritor judío combina una historia familiar con una crónica de la vida en Israel

Etgar Keret escritor judío

Entrevista con Etgar Keret [extracto]

LUIS RIVAS | “¿Turbador y judío? Alumno de Kafka”. Con Etgar Keret (Tel Aviv, 1967), ya sea por intelectual, ya sea por ciudadano de Israel, las categorías del prejuicio lo han tenido siempre fácil. Maestro del relato corto, admira sin distinción a Bábel y a Singer y a otros tan escasamente judíos como Cortázar o Vonnegut. “De todas formas, mi mayor influencia ha sido siempre mi familia”, explica a Vida Nueva.

“Yo soy un hombre de izquierdas y liberal; de padre derechista y esposa pacifista, con un hermano anarquista y radical que abandonó Israel y una hermana colona con 11 hijos que cree en una teocracia”, detalla, enarbolando el sentido del humor como vehículo para exorcizar sentimientos.

Su padre aguantó el paso de los nazis en un zulo bajo tierra durante más de cinco meses, y su madre perdió a toda su familia en la Shoá. “El sentimiento de culpa, al comparar mi vida con la de mis padres, siempre está ahí”, reconoce.

En Los siete años de abundancia, Keret aparca sus irónicas ficciones –también exploradas a través del cine, para el que ha rodado varias películas, galardonado incluso en Cannes– para hilvanar una gran crónica de siete años, el hilo de vida en Israel que va desde el nacimiento de su hijo hasta la muerte de su padre. Como en sus cuentos, este ensayo de corte realista le niega la mano a los finales efectistas, puesto que “el hecho de que podamos ir por la calle sin matarnos los unos a los otros constituye en sí mismo un milagro”.Los siete años de abundacia, libro de Etgar Keret escritor judío

P.- ‘Los siete años de abundancia’ comienza con la noche en que nació su hijo. A su lado, los heridos por un coche bomba colapsaron el hospital. ¿Cómo es criar a un hijo en Israel?

R.- Indudablemente, el hecho de que Israel sufra una realidad más extrema hace que el reto de educar a un niño también lo sea. Como padre, haces de filtro entre el niño y el mundo. A veces, tienes que explicar cosas que tú mismo no entiendes y hacer de abogado del diablo, te toca defender al mundo cuando no te apetece lo más mínimo. Durante la última guerra de los misiles, mi hijo de seis años me presentó el proyecto que él y su mejor amigo acababan de desarrollar: una superbomba que mataría a todos los palestinos. Es un reto complicado, porque no quieres hablar de política con tu hijo de seis años, pero tienes que explicarle la situación. Le hablé de la reivindicación palestina de un Estado propio y de su sufrimiento, y él me dijo: “Muy bien, pero eso no es motivo para lanzar misiles”. Tenía razón. Entonces se me ocurrió proponerle un experimento: “Tú serás el palestino y tu madre y yo los israelíes”. Montamos un puesto de control y, cada vez que quiso pasar por el salón, lo detuvimos e interrogamos pertinentemente. Al final, entendía por qué los palestinos nos lanzaban misiles. Controlar lo que uno cuenta y lo que no, e intentar controlar la información que recibe es agotador.

P.- ¿Qué papel tiene el miedo en su obra?

R.- Sin duda, importante. El miedo siempre está ahí, también cuando uno piensa en su estado de salud o en la propia estructura social. Despertarte y sentir que tu corazón late o reflexionar sobre la forma en que podemos ir por la calle sin que nos matemos unos a otros es un milagro absoluto. Y el deseo de que ese milagro perdure nos produce miedo. El miedo existe y no es malo en sí, pero no podemos dejar que nos controle.

P.- Y frente al miedo, el humor. ¿Cómo diría que es la relación de las tres grandes religiones abrahámicas con el sentido del humor?

R.- Es una pregunta complicada. Para nosotros, el humor es ligeramente diferente al del resto de tradiciones y religiones. Cualquiera se puede reír de una nacionalidad, decir que son poco listos o que huelen… Pero los judíos tenemos un sentido del humor que podríamos denominar como autoinfligido. Siempre estamos haciendo chistes sobre nosotros mismos, o, lo que es lo mismo, uno no gasta su sentido del humor –un bien muy preciado– en aquellas personas que no le caen bien, luego los judíos tenemos un sentido del humor muy empático y crítico. En una ocasión, mi padre me dijo que en casi todos mis cuentos los padres o se morían o eran literalmente tontos. “Pero, pese a todo –me dijo–, cuando leo lo que escribes, me doy cuenta de que me quieres”. El humor es un grandísimo vehículo para expresar sentimientos.

Crítico con Israel

P.- Usted ha denunciado constantemente los abusos de Israel hacia la comunidad palestina. ¿Se siente como un traidor a la memoria de su pueblo?

R.- Para nada, aunque otros sí me han gritado que lo sienten así. Durante la última guerra de Gaza, mi mujer y yo recibimos cartas amenazadoras e insultantes, llenas de odio. Pero creo que, al final, todo depende de tus ideas y de la confianza en ti mismo: si te sientes seguro, puedes llegar a ser crítico, mientras que, si no tienes confianza, las opiniones diferentes te parecen una amenaza. A mi juicio, la sociedad de Israel está madura y tiene confianza para ser crítica… si la dejan, porque hay un cierto interés en algunas partes en impulsar una cierta inseguridad para favorecer esta sensación.

P.- ¿Qué opinión le merece la reciente visita del papa Francisco? ¿Cuál puede ser su papel en el proceso de paz?

R.- Durante el tiempo que lleva, que tampoco es mucho, Francisco ha mostrado una apertura y unos niveles de empatía que se agradecen, y más en una persona de semejante importancia. En lo que respecta a su papel de potencial mediador, soy más pesimista, puesto que lo que realmente podría impulsar el efecto de su discurso en Tierra Santa sería un sistema de sanciones y recompensas, porque, desgraciadamente, los gobiernos de nuestra zona han demostrado su incapacidad para escuchar palabras llenas de sabiduría o un mero razonamiento lógico. Es algo parecido a cuando un niño no quiere hacer los deberes, que no sirve razonar con él, solo llegar al punto en que hace los deberes porque tiene miedo a recibir un castigo. Etgar Keret escritor judío

P.- En todo caso, la responsabilidad no es igual entre todas las partes…

R.- La responsabilidad es compartida, pero la posibilidad para resolverla está básicamente en manos de Israel. Si los palestinos tuvieran unos líderes más humanitarios y valientes tampoco podrían cambiar la realidad.

P.- ¿Se siente usted culpable?

R.- La culpa es un concepto discutible. Me inquieta comparar mi vida con la de mis padres. Cuando estoy de gira en los Estados Unidos y voy a estados sureños, los policías palurdos me dicen que apoyan la causa de Israel. Sin embargo, cuando estoy en Berkeley, las universitarias más guapas que se pueda imaginar me escupen y me dicen que me odian a mí y a Israel. Y yo me siento mal, porque pienso que las guapas podrían agasajarme si los policías palurdos me escupieran.

P.- ¿Qué lugar ocupan los intelectuales en el actual Israel del primer ministro Netanyahu?

R.- Tradicionalmente, los intelectuales de verdad, como Amos Oz, eran privilegiados, gente muy respetada, pero con los años hemos visto cómo el diálogo intelectual se ha ido quedando en los márgenes, limitándose a la propia esfera intelectual. En su lugar, el foco lo ha ocupado una propaganda superficial agresiva e incluso racista. En los medios, la telerrealidad proporciona un entretenimiento más rápido y satisfactorio. Es un acto de capitalismo extremo y de una democratización brutal: mientras que antes se trataba de estimular al público, ahora el único objetivo que persiguen es que se quede. En realidad, Tierra Santa se parece a Gran Hermano: metemos a presión a mucha gente de distintos lugares y vemos qué tal se les da la convivencia. Incluso muchas veces hay expulsados…

P.- Parece complicado, cuando no egoísta, hacer literatura personal e intimista en su país…

R.- Uno puede preguntarse si Israel es un buen país para vivir, pero es indudable que se trata de un magnífico país para escribir. Todas las historias giran alrededor de un punto central, un conflicto, y en Israel tenemos miles de conflictos, somos expertos en acabar empantanados en conflictos. Es cierto que cuando decides asumir un tono intimista casi estás haciendo una declaración política, pero, una vez que has llegado a ese punto, es bastante fácil. Escribir sobre política es para mí como pagar impuestos: algo natural y desagradable. La ficción es liberadora, optimista… pero no puedo centrarme en hablar solo de mi padre cuando hay niños muriendo cada día en Gaza.

P.- Con tantos intereses, ¿cómo es su relación con la verdad?

R.- Es como escuchar a un niño: al escuchar sus historias, uno sabe qué datos no son verdad al 100%, pero sí que la esencia es real y sincera. Cuando escribo una historia sé qué emoción sentía al vivirla, y esa es la que quiero transmitir. Toda historia es subjetiva y no quiero eliminar la subjetividad. Lo único que elimino es la tentación de retocar la historia para quedar mejor yo mismo.

En el nº 2.924 de Vida Nueva

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