Monseñor Héctor Epalza, Obispo de Buenaventura

 

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Hace diez años, monseñor Héctor Epalza cambió la tranquilidad del Seminario Mayor de Manizales por el ajetreo de Buenaventura. En medio del drama que vive hoy la ciudad, el obispo es el líder social más conocido entre la gente. “He visto la opresión de mi pueblo, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias”. Son palabras del Éxodo en un pasaje que el prelado mantiene cerca de sí por estos días. En conversación con Vida Nueva, monseñor Epalza habló acerca del sufrimiento de la población civil, de las promesas del Gobierno Nacional y del trabajo de la Iglesia a su cuidado.

¿Cómo caracteriza lo que pasa en Buenaventura?

Es bastante dolorosa la situación. Yo creo que no hay familia que no haya padecido en un momento dado la perdida, el asesinato o el desplazamiento de algún ser querido. Lo mas impresionante ha sido el “boleteo” a los comerciantes. Todo tiene “vacuna” y extorsión: las platoneras que venden el pescado, los conductores de motos, el que vende minutos de celular… Por eso los artículos de primera necesidad aquí cuestan el doble. Además, 60 por ciento de la población adulta es desempleada, mientras que el 40 por ciento vive en la miseria junto a su familia. Estos son índices alarmantes a los que el Gobierno debe ponerle atención desde todo punto de vista. La atención a las víctimas tiene que ser una cuestión integral.

IMG_3977-copia-691x1024Al Gobierno Nacional le ha importado el puerto y no la ciudad. Por eso, como puerto, Buenaventura ha sido la puerta abierta al mundo; mientras que, como ciudad, ha sido marginada, excluida y abandonada en todo sentido. Hay un contraste impresionante en ella. Por una parte la gente es maravillosa. Todo acá tiene su originalidad. El 80 porciento de la población es afrodescendiente, el 17 por ciento es indígena, mientras que el 3 por ciento es mestizo o “paisa”. Yo admiro de la gente su paciencia, su conciencia de la problemática y su comportamiento en manifestaciones como la marcha realizada el 19 de febrero.

Sin embargo, por otra parte, la ciudad no tiene una estructura, y es muy estratégica, debido a que es el corredor para el bien y para el mal. El narcotráfico se ha peleado este corredor estratégico y de allí la presencia de las bandas delincuenciales, unas de las cuales estaban acá, mientras que las otras vinieron después para agudizar la presencia del mal.

Buenaventura ha sufrido mucho la indolencia, aun de los políticos, quienes vienen a buscar solamente los votos. Yo le preguntaba a la gente en las elecciones pasadas qué han hecho los políticos por la ciudad. Se puede decir que nada. Mi Dios nos tiene que ayudar para que este pueblo viva un éxodo social y humanitario, el cual está necesitando con urgencia.

Frente a la espalda del país

¿Cuál ha sido la respuesta del Gobierno en los últimos años?

A grandes rasgos, se le había dado la espalda a esta situación. En el año 2006 durante el Gobierno de Álvaro Uribe, la situación estaba tal y como hasta hace algunos días. La diócesis le presentó al Gobierno las causas de la violencia en Buenaventura y eso no tuvo ningún eco.

Recientemente, en el 2011, la diócesis lideró, junto a las organizaciones sociales de la ciudad, un diálogo social con el vicepresidente Angelino Garzón. Mucho “sí” y mucho aparato, pero tampoco. Fue como si se hubiera echado al cesto de la basura toda esa realidad.

Y el año 2012, terminando el mes de octubre, debido a 39 balaceras, desaparecidos, muertes, desplazamientos, toda la diócesis hizo un comunicado muy fuerte.

¿Cuál es la postura de la Iglesia diocesana? 

La diócesis ha tenido una herencia profética desde monseñor Gerardo Valencia Cano, de grata recordación porque supo vivir y meterse con el pueblo. De ahí que sea un referente que está vivo en el pueblo. Monseñor Valencia Cano llegó en 1953 en calidad de vicario apostólico y aquí estuvo hasta su muerte, el  21 de enero de 1972. Es el único obispo de Colombia (y quién sabe si del mundo) cuyo funeral se celebra después de 41 años como si fuera el primer aniversario.

Actualmente, la Iglesia, junto a las organizaciones sociales, ha liderado esta visibilidad de la problemática social y humanitaria de Buenaventura. En el manifiesto de la marcha “Entierro de la violencia en Buenaventura: para vivir con dignidad”, realizada con la participación de más 25 mil personas, decíamos que lo primero era una declaratoria de parte del Gobierno de una emergencia social y humanitaria. Porque aquí el drama es impresionante: desplazados por la violencia, desaparecidos, asesinatos, masacres. La diócesis ha motivado tal declaratoria de Buenaventura como el caso emblemático de la crisis humanitaria.

Además, la diócesis cuenta con una comisión diocesana de vida, justicia, solidaridad y paz; y con religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos la Pastoral Social ha liderado esta preocupación por lo social. Hemos llegado a los limites de la barbarie cuando no solo se asesina, sino que también (y es muy horroroso decirlo) se descuartiza a las personas. El año pasado, al otro día de celebrar una jornada durante la Semana por la Paz, después de haber hecho eco al Papa con el lema “Muévete al ritmo de la fraternidad, camino y fundamento para la paz”, un joven de 23 años fue descuartizado. Los trozos de su cuerpo aparecieron en varios barrios de la ciudad. Eso ha impresionado mucho… Es una contradicción que Buenaventura sea la capital de la alianza para el Pacífico.

Pasión por la humanidad

¿No es peligroso asumir una postura profética?

12499355215_2a3831576a_oEl hecho de hacer visible toda la problemática tiene sus riesgos. Pero yo he dicho con toda sinceridad que yo lo hago con toda conciencia de pastor, o mejor, como se dice acá, de hermano mayor. Es para servir al Pueblo de Dios que está en esta esclavitud, en este momento de problemática,  de crisis social y humanitaria. Es un trabajo exigente, sí, pero estamos viviendo lo que dice el Evangelio: ser luz y ser sal.

La vida consagrada aquí ha tenido una importancia capital, porque todos hemos trabajado de común acuerdo. Estamos sembrando entre lágrimas pero cosecharemos entre cantares. La gente estaba paralizada de miedo, pero hemos desencadenado una ola para demostrar que sí se puede, que la gente puede superar el miedo y la indiferencia. Hay gente que quiere meterle el hombro a un cambio radical. A mí la gente me dice: “usted ya no está solo, estamos con usted, ya somos muchos”. Para uno como pastor es un estímulo, un eco de comprensión. La gente necesita esa compañía y la agradece inmensamente; agradece que la Iglesia huela a Pueblo de Dios. Y es que la pasión por Dios nos hace vivir la pasión por la humanidad agobiada y doliente, por los pobres, que son los preferidos de Dios y los preferidos de la Iglesia.

¿Qué viene ahora para la ciudad?

Este año ha sido como “El año de Gracia”. En el aniversario 42 de monseñor Gerardo Valencia Cano yo decía al pueblo que debía despertar, dejar el miedo, la indiferencia, para reaccionar ante tanta situación de violencia que estamos viviendo. Yo creo que es providencial todo ese eco que se ha tenido. Pero lo recalco, es la Iglesia diocesana, junto a las organizaciones sociales, que se ha  unido para dar este grito, como el grito del pueblo oprimido de Egipto, que ha sido también nuestra experiencia.

Vemos con esperanza la reciente intervención del Estado, ya que si se le había dado la espalda a Buenaventura, ahora que se le de una mano generosa, efectiva para salir de esta situación. La esperanza es la gran riqueza del ser humano. Vemos con alegría y esperanza la intervención fuerte del Estado, que no es solo militar, sino también en la parte social. En los últimos días ha habido un interés del Gobierno nacional, con el señor presidente, los ministros, viceministros y todos los organismos del Estado, para ponerle atención a la ciudad. Es un diálogo muy fructífero, porque hay dos personas de la Gerencia Social del Gobierno. Se espera que se puedan responder todos los frentes, incluidos la salud, la educación y la pesca.

Texto: MIGUEL ESTUPIÑÁN.

Fotos: PRENSA DIÓCESIS DE CÚCUTA

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