‘La parte de los ángeles’: whisky para cuatro

La parte de los ángeles película

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J. L. CELADA | Ken Loach está de vuelta, lo cual es de agradecer, porque casi siempre significa que tiene algo interesante que contarnos. No hay tema que se le haya resistido: desde la España de la Guerra Civil (Tierra y Libertad) a la Nicaragua sandinista (La canción de Carla), pasando por el IRA y el conflicto en Irlanda del Norte (Agenda oculta o El viento que agita la cebada).

Aunque si un argumento se lleva la palma en su dilatada filmografía son las historias de perdedores, esos a los que la política económica de la Era Thatcher condenó al paro y la exclusión social: Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe

De un tiempo a esta parte, sin embargo, parece que el veterano realizador británico haya decidido rebajar el tono de aquellos dramas a base de humor. Ya lo hizo en Buscando a Eric (2009), y vuelve a probar suerte ahora con su último trabajo: La parte de los ángeles.

Si entonces se servía del fútbol para contagiar cierto optimismo a la gris existencia de su protagonista, aquí será el whisky –la otra gran pasión de las Islas– la excusa perfecta, pero un tanto disparatada, para reinsertar a un grupo de jóvenes delincuentes y brindarles una segunda oportunidad.La parte de los ángeles película

Junto a su guionista habitual, Paul Laverty, el director nos traslada a un barrio de Glasgow, donde este cuarteto sin oficio ni beneficio se dispone a prestar sus servicios a la comunidad por los delitos cometidos. Bajo la supervisión de un buen samaritano paciente y hospitalario, los descarriados muchachos aprenderán a retomar el control de sus vidas… ¡y a catar whisky! Mientras se esfuerzan por lograr lo primero, la cámara va recogiendo apuntes ya familiares del universo Loach: la violencia –interna y externa– que amenaza cualquier posible cambio, la tentación de volver a las andadas, el miedo a dejar escapar el enésimo tren…

Hasta que el preciado licor irrumpe en escena como catalizador de la narración y sorprendente compañero de viaje. Llegada a este punto, la cinta toma la senda de la comedia que venía anunciando uno de sus personajes (el tonto de turno que todo lo pregunta y cuyas ocurrencias son objeto de burla y admiración a partes iguales).

Y en esas anda –entre faldas escocesas, subastas millonarias y asaltos de tres al cuarto– cuando alcanza su tramo final. Pero a estas alturas, como si de una metáfora del propio relato se tratase, solo importa La parte de los ángeles, ese pequeño porcentaje del whisky que se evapora en su proceso de destilación.

Una “pérdida” que el cineasta transforma en ganancia: para sus chicos, en forma de negocio… y necesaria rehabilitación; y para el espectador, que acaba disfrutando de una película ingeniosa, por momentos inverosímil, pero fiel al espíritu comprometido de sus creadores. Sin renunciar a la denuncia, su mejor baza, el dúo Loach-Laverty propone una mirada tierna e irónica que despierta la sonrisa cómplice del público. Y eso bien merece un brindis… con whisky escocés, por supuesto.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: The angels’ share.

DIRECCIÓN: Ken Loach.

GUIÓN: Paul Laverty.

FOTOGRAFÍA: Robbie Ryan.

MÚSICA: George Fenton.

PRODUCCIÓN: Rebecca O’Brien.

INTÉRPRETES: Paul Brannigan, John Henshaw, Gary Maitland, Jasmin Riggins, William Ruane, Roger Allam, Siobhan Reilly.

En el nº 2.825 de Vida Nueva.

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