Novedad en la continuidad

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Una Iglesia entusiasmada por la esperanza; actual, sin nostalgia del pasado ni miedo al futuro, en la ‘novedad de la continuidad’ y la renovación permanente…”.

Con ocasión y sin ella, pero en este caso tomando como motivo la celebración de los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II, la de voces lúgubres que hemos tenido que oír y la de apesadumbrados comentarios que leer lamentando el fracaso de un acontecimiento tan esperado y, en principio, entusiasmante para la vida y misión de la Iglesia.

Se trata de retroceso y de degeneración, de frenazo y olvido. Evolución e involución son términos fundamentalmente biológicos que se refieren al desarrollo, estancamiento y vuelta a etapas anteriores de un ser vivo. Se aplica también en otras ciencias e, incluso, a la relación entre las ideas. No es infrecuente hacer una traslación al ámbito de la eclesiología y de la teología, hablando de la involución de la Iglesia. Lo cual es, cuando menos, improcedente.

La Iglesia, como sacramento de Jesucristo, tiene su base y realización en el acontecimiento del Verbo encarnado, en el misterio de la redención y de la resurrección, en la celebración de la Eucaristía y en la presencia del Espíritu de Dios. Misterios tan profundos y presentes en la vida de la Iglesia no pueden detenerse ni, mucho menos, retroceder.

Puede haber momentos de mayor o menor fidelidad por parte del discípulo de Jesucristo, pero el sol no ha desaparecido, aunque una nubecilla se haya interpuesto entre la luz y los caminantes.

La Iglesia sigue su camino. Una Iglesia que tiene que avanzar entre las ayudas de Dios y los inconvenientes que pone el hombre; inserta en la cultura de cada pueblo, pero fuertemente interpelada y sensible a la situación en que viven los hombres y mujeres en cada momento social. Una Iglesia que tiene en el Evangelio su verdadera fuerza y goza de enormes cotas de credibilidad por su respuesta caritativa y solidaria con los problemas de los hombres.

Una Iglesia entusiasmada por la esperanza; actual, sin nostalgia del pasado ni miedo al futuro, en la “novedad de la continuidad” y la renovación permanente; evangelizadora, pues existe no para adaptarse a las circunstancias, sino para evangelizar en todo momento; servidora, que ofrece lo que tiene, no impone nada a nadie; fiel, pues más preocupada está por la fidelidad que por el “credibilismo” de los aplausos; liberadora, no para destruir, sino para ofrecer una vida nueva llena de dignidad.

Como decía Benedicto XVI, “la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación” (Apertura del Año de la fe, 11-10-2012).

En el nº 2.824 de Vida Nueva.

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