Tribuna

Zen y cristianismo, una imagen distorsionada

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Siendo cristiano y practicante zen, me he sentido concernido por las Orientaciones Doctrinales sobre la oración cristiana recientemente publicadas por la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. Sin ánimo de entrar en un debate teológico, quisiera compartir mis impresiones para contribuir al sincero y fraternal diálogo entre el Pueblo de Dios y sus pastores. Y me mueve la preocupación que la lectura del documento me ha dejado ante su descripción del zen y de las llamadas técnica zen y meditación zen.

Desde mi experiencia, la imagen que se ofrece no responde a la realidad. Afirmar que “la meta de la meditación zen es ese estado de quietud y de paz (…) renunciando a cualquier compromiso por cambiar el mundo y la realidad” (n. 12) o que el zen “elimina la diferencia entre el propio yo y lo que está fuera, entre lo sagrado y lo profano” (n. 13) solo puede hacerse desde el desconocimiento.

Una caricatura

No creo que nadie que practique zen en ninguna escuela seria admita que “la técnica zen consiste en observar los movimientos de la propia mente con el fin de pacificar a la persona y llevarla a unión con su propio ser” (n., 11). No sé a qué técnica se refiere en esta frase, pero puedo asegurarles que no es propia del zen. Existen prácticas meditativas con pretensiones espirituales que podrían inscribirse en los parámetros descritos por el documento. No pocas han usado impropiamente el término zen. Pero la tradición auténtica del budismo zen no se ve reflejada en el documento, sino que se caricaturiza.

zen

En el texto se reconoce que no se puede “entrar aquí en un análisis entre las distintas corrientes” (n. 11). Es cierto que la naturaleza de un texto así no puede dar cabida a un tratado teológico de religiones comparadas o fenomenología religiosa; pero sí se le debe exigir no caer en deformaciones sobre otras religiones. Echo en falta un planteamiento en el marco del diálogo interreligioso de Nostra aetate, que insta a que los católicos “reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como valores socio-culturales, que en ellos [los creyentes de otras religiones] existen”. Así, la Carta a los obispos de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, aprobada por san Juan Pablo II (1989), conjuga la firme exposición de la identidad de la oración cristiana con un reconocimiento del aporte de otras religiones en la experiencia de Dios.

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