Tribuna

Un nuevo año para vivir en equilibrio

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Cuando llegas a Roma hay algunas palabras que, sin quererlo, te quedan grabadas desde el primer día. Una de las primeras es sciopero, que significa huelga –sobre todo de transporte–, un curioso ‘hobby’ practicado muchos de los viernes del año en la capital italiana. Luego te encuentras con algunas de esas clásicas confusiones en idiomas que se parecen mucho, como ocurre entre el italiano y el español. Por ejemplo, amar se dice amare, pero salir no se dice salire, que significa subir. También hay equivocaciones con palabras que se pronuncian casi igual pero que tienen significados muy distintos. Es el caso de la confusión entre uscire (salir) y uccidere (matar), lo cual ha motivado graciosas y un tanto aparatosas situaciones en que te preguntan si alguien ha salido de casa y le respondes que lo han matado. En mi caso, además de estas palabras, hubo una que me gustó desde el principio y que da origen a esta reflexión. Me refiero a la palabra bilancia, que significa algo muy parecido en español: balanza.



Una balanza permite pesar y comparar, pero además alcanzar el equilibrio cuando conseguimos que dos partes se sitúen en un punto intermedio. Utilizamos la balanza cuando queremos saber si nos hemos pasado comiendo durante la Navidad y decimos que estamos con un peso desequilibrado si se nos ha ido la mano con los mazapanes. Enero es un mes de propósitos para el nuevo año y también de dieta para reducir algún que otro kilo derivado de las fiestas. En ese sentido, enero es un mes para equilibrar y nos ofrece la oportunidad de mejorar.

Por lo general, al ser humano le cuesta ser equilibrado. Somos, más bien, un poco extremistas, razón por la cual nuestro mundo vive en constante conflicto. Las guerras, las problemáticas sociales, las disputas políticas, muchas de las discusiones familiares o entre amigos, suelen surgir por enfrentar posiciones extremas –seguramente cada una con sus muy buenas razones– pero sin tener en cuenta que para dialogar hace falta intentar comprender al otro. Todo extremo conduce a posiciones radicales, y si no hay apertura a la posición del otro, aunque no compartas su opinión, de ahí poco podremos obtener.

Relativizar

Hay una palabra que, quizás, debiéramos integrar un poco más en nuestra vida para equilibrarnos. Me refiero a relativizar. Si lo pensamos con detenimiento y sinceridad, todo no tiene la misma importancia, todo no puede ser considerado de la misma manera: no puede ser igualmente importante que alguien me pise sin querer en el Metro o que una persona, intencionadamente, agreda a otra de forma violenta sin motivo. No puede ser igualmente considerado el hecho de quedarse dormido un día y no poder ir al trabajo que robar a mano armada y con violencia a alguien por la calle. En la vida hay que saber dar a cada cosa su importancia. Todo tiene su valor, desde el gesto más sencillo hasta el mayor acto heroico, pero especialmente en situaciones de conflicto, no podemos considerar todo igualmente importante. De otra forma, nos convertimos en extremistas con los que resulta difícil el diálogo. Y de esto, seguramente, todos conocemos muchos ejemplos.

En este sentido, el actuar de Dios es un tanto relativista y equilibrado. Él observa nuestra vida, nuestros logros y meteduras de pata, nuestros días buenos y los menos buenos, nuestros momentos de coherencia y aquellos en los que damos la espalda a todo y a todos. Como Padre, Dios comprende, confía en nosotros, acoge y perdona, cosa que nosotros no solemos corresponder. Ya el Pueblo de Israel criticaba la acción de Dios, dejaba de confiar en Él, le daba la espalda, llegando a construirse sus propios ídolos humanos. A pesar de todo, su presencia, su guía, su misericordia hacia sus criaturas, se mantiene fiel. Dios es capaz, incluso, de enviar a su Hijo como signo de la fidelidad y de la alianza que mantiene con su Pueblo. Y aquellos que lo reciben, terminan matándolo en la cruz. ¿No sería esa razón más que suficiente para olvidarse del hombre, darle la espalda, vengarse de esa afrenta? Desde una perspectiva humana, seguramente sí. Pero Dios relativiza, Dios conoce nuestra vida, incluso más y mejor que nosotros mismos. Dios perdona. Dios confía. Dios sabe equilibrar.

Relativizar cosas en la vida no nos tiene que hacer menos responsables o despreocupados, pues el hecho de que tengamos en cuenta las circunstancias del otro, que hagamos un ejercicio de empatía con el otro, no exime de la responsabilidad de los propios actos. La definición más clásica de justicia consiste en dar a cada uno lo que le corresponde, también en términos de corrección.

Sin embargo, dar a cada cosa, a cada experiencia su importancia, distinguir lo que es fundamental de lo que es accesorio, todo ello ayuda a ser equilibrados, a no dejarnos llevar por impulsos momentáneos, modas u otras cosas pasajeras. En definitiva, vivir la vida en equilibro es buscar la paz interior, a pesar del ruido o problemas exteriores; es mirar al otro intentando ver reflejado en él la huella de Dios, a pesar de que la acción del otro tantas veces nos hace daño. Vivir la vida en equilibro es todo un reto que debiéramos tomar en serio en un mundo desequilibrado por las injusticias, las diferencias, los radicalismos. Todo un reto que debe partir de nuestro interior y, poco a poco, ir contribuyendo a construir un mundo más equilibrado. Un buen reto para iniciar el año.