Tribuna

Anne Burghardt: yo, pastora

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Mi país, Estonia, es conocido como una de las naciones más laicas del mundo, por lo que uno de los dones que aportaré será la experiencia de compartir la palabra de Dios con personas de sociedades laicas. Nací en 1975 durante la ocupación soviética y crecí en un entorno familiar laicizado.



Mis abuelos habían sido miembros activos de la Iglesia Luterana y en 1949 mi abuela fue deportada a Siberia junto con mi padre y mi tía. Como cualquiera que había pasado por esa experiencia, mis abuelos dudaron sobre si implicar a sus hijos en la vida de la Iglesia, ya que estaban preocupados por las consecuencias que podría tener en un estado agresivamente ateo.

Invitaciones y caminos

Fue una invitación a la confirmación de un amigo de la escuela secundaria lo que me llevó por el camino de la ordenación, ¡un camino que difícilmente hubiera creído si alguien me lo hubiera dicho hace 30 años! Mi escuela fue una de las pocas que en ese momento ofrecía cursos de educación religiosa y las discusiones con mis compañeros de clase encendieron la chispa dentro de mí. Todo el mundo buscaba una identidad, tanto a nivel nacional como personal, y yo empecé a interesarme cada vez más por las cuestiones religiosas.

Creo que para algunos el camino de fe se experimenta como un crecimiento natural en el seno de una familia cristiana tradicional. Otros se convierten de forma repentina, como el apóstol Pablo. Y luego hay otro camino, que es el mío, el del lento crecimiento a través de muchas preguntas, avanzando paso a paso, arraigándose cada vez más en la fe. En 2004, diez años después de esa invitación que recibí de mi amigo de la escuela secundaria, fui ordenada pastora en la catedral de Santa María en Tallin, porque había sentido que quería servir a la Iglesia con los dones que me habían sido dados.

Ecumenismo y formación

Estudié teología en la antigua universidad de Tartu y pasé un tiempo en Berlín y Baviera, donde preparé mi doctorado en el estudio de las liturgias ortodoxas. Recibí formación pastoral y enseñé en el Instituto de Teología de Tallin, que cuenta con una cátedra de teología ortodoxa, un raro ejemplo de cooperación ecuménica de alto nivel en una institución académica eclesiástica.

Debido a mi interés por el mundo ortodoxo, me convertí en miembro de la primera comisión de diálogo Luterano-Ortodoxo en Estonia y fui miembro de la Comisión Conjunta Global Luterano-Ortodoxa. Después, trabajé durante cinco años como secretaria de relaciones ecuménicas en la sede de la Federación Luterana Mundial en Ginebra, supervisando el diálogo con anglicanos y menonitas, así como, más tarde, con cristianos ortodoxos y pentecostales.

Durante ese tiempo, también ayudé a coordinar los preparativos para el quinto centenario de la Reforma, en la que participó el papa Francisco junto a los líderes luteranos en Lund, donde se estableció la Federación Luterana Mundial en el 47. Creo que, a pesar de ser una comunión confesional de iglesias, la Federación Luterana Mundial siempre ha estado muy comprometida con la unidad de los cristianos ya que su constitución estuvo fuertemente influida por el movimiento ecuménico de principios del siglo XX.

Cada comunión cristiana contribuye con sus propios dones especiales a la Iglesia global, por lo que nuestra tradición luterana también hace su contribución a través del énfasis que pone en la centralidad de la gracia incondicional de Dios y en la libertad que fluye de ella.

Otra característica de los reformadores fue la importancia otorgada a la educación para compartir el Evangelio y fomentar el pensamiento crítico. Son para mí también los principios centrales que me han permitido comprender la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Una de las principales innovaciones durante el tiempo que fui directora de desarrollo en el Instituto de Teología de Tallin fue el establecimiento de un master en estudios de la cultura cristiana. El curso fue concebido como “una misión académica” para quienes trabajaban en el mundo laico, pero querían comprender algo más sobre su historia y tradición cristiana.

Pensamiento crítico contra la polarización

El programa, que tuvo un gran éxito, se basó en el legado del Instituto de Teología que permaneció abierto durante todo el período soviético. En esos años, el Instituto fue capaz de ofrecer una formación académica que aseguró que los pastores estuvieran preparados para pensar de manera diferente, no solo en blanco o en negro. Hoy, dado que muchas sociedades se enfrentan una creciente polarización, es esencial que la Iglesia no apoye un paradigma en blanco y negro, sino que refleje una forma de pensar más diferenciada.

Uno de mis objetivos es fortalecer la red de educación y formación teológica de la Federación Luterana Mundial haciendo que el material esté ampliamente disponible para los estudiantes que no tienen acceso a recursos y formación en pensamiento crítico. Al hacerlo, espero poder compartir en parte mi experiencia en investigación y formación en los más diversos campos como la resolución de conflictos, la asistencia psicológica contra el VIH o el desarrollo de las comunidades en zonas rurales.

Otro de mis objetivos es ampliar el debate teológico sobre la comprensión luterana de la ordenación, para apoyar a las iglesias que están avanzando hacia la inclusión de mujeres en puestos de liderazgo y ministerios ordenados. Como la primera mujer en liderar la Federación Luterana Mundial, creo que en muchas regiones y en muchas de nuestras Iglesias hay mujeres que se sienten animadas por mi ejemplo.

En Estonia, las primeras mujeres fueron ordenadas pastoras hace más de medio siglo, pero creo que mi nombramiento marca un momento histórico para nuestra Iglesia y para nuestra región. Al mismo tiempo, sin embargo, espero ansiosamente el día en que el sexo de la persona ya no sea un tema en el debate cuando se habla de liderazgo en la Iglesia o en la sociedad.

Teología, misión y justicia

Entre las principales tareas que tendré que afrontar como nueva secretaria general está la de supervisar los preparativos de la próxima Asamblea de la Federación Luterana Mundial, prevista para septiembre de 2023 en Cracovia y centrada en ‘Un solo cuerpo, un solo espíritu, una sola esperanza’. Junto al trabajo teológico y ecuménico, se debe establecer una orientación para la rama asistencial y de desarrollo de la Iglesia, conocida como el LWF World Service.

Este servicio mundial que opera en 27 países, muchas veces en lugares aislados y de difícil acceso, es conocido por su trabajo humanitario profesional, siempre volcado en las comunidades locales y orientado a la tutela internacional de la justicia, la paz y la dignidad humana, especialmente para los más vulnerables. Durante muchos años hemos sido uno de los principales socios operativos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y trabajamos en estrecha colaboración con varios socios ecuménicos, incluida Caritas Internationalis, así como con otros grupos confesionales como la Islamic World Relief.

La situación de los refugiados, que ya preocupaba a los fundadores de la Federación Luterana Mundial tras la Segunda Guerra Mundial, sigue siendo una de nuestras principales preocupaciones hoy en día en el trabajo con las comunidades vulnerables. Actualmente hay más de 80 millones de personas en el mundo desplazadas internamente u obligadas a huir de su país debido a los conflictos, la pobreza, la persecución o la crisis climática.

Al mismo tiempo, constatamos el surgimiento de regímenes autoritarios, la lentitud de los estados para reducir el impacto del cambio climático y la falta de compromiso para respetar los derechos humanos, especialmente los derechos de las mujeres. Otra preocupación es la persistente disparidad en el acceso a la vacuna del coronavirus en todo el mundo, así como el hecho de que las vacunas se estén convirtiendo cada vez más en un arma dentro de una guerra de desinformación, lo que se suma a la polarización existente y a las teorías de la conspiración.

Como Federación Luterana Mundial, continuamos luchando por soluciones justas y a largo plazo que vayan acorde a los objetivos de desarrollo sostenible y que aborden las causas subyacentes de la pobreza para que todos puedan disfrutar de sus derechos y vivir una vida digna.

Habiendo crecido en una época en la que los derechos y la dignidad eran habitualmente pisoteados por el régimen soviético, creo que nuestras iglesias pueden y deben desempeñar un papel esencial en la defensa de estos valores cristianos en el ámbito público. En un mundo cada vez más fragmentado, estamos llamados a discernir la voluntad de Dios en situaciones complejas y a ser agentes de cambio positivo y de reconciliación. Como cristianos, primero debemos pasar de las palabras a los hechos, respondiendo a la voluntad de Cristo de unidad y sanación para nuestro mundo roto.

*Artículo original publicado en el número de enero de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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