Tribuna

Teología del llanto y la sonrisa: reflexión tras 10 años del papa Francisco

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“Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.

Con eso distingo, dicha de quebranto.

Los dos materiales que forman mi canto”.

(Violeta Parra)

Nuestro amado papa Francisco no cesa de sorprender intercalando enseñanzas que entresacan asuntos cotidianos de las experiencias sobre temas de grandes dimensiones. Una de las más recientes fue cuando nos recordó a todos la importancia de llorar y sonreír. ¿Qué sentido tiene que lo haya hecho en el contexto de sus reflexiones al cumplirse su décimo año como sumo pontífice?



No me refiero a los motivos del Papa. Esos tendrán que ver con la forma pedagógica -que me parece genial- de resaltar cosas muy cercanas a cada uno para explicar mejor lo que afecta a todos. Digamos que eso es una manera de hacerse cargo de la función de Madre y Maestra de la Iglesia.

Lo que me motiva en este momento es la reflexión que suscita en mí y que, me parece, podría aplicarse a muchos otros como yo.

Ser como niños

Desde que llegamos al mundo como bebés, el llanto fue algo que nadie nos tuvo que enseñar. Salir del santo vientre de nuestras madres nos hizo llorar. Para avisar que teníamos hambre o alguna otra sensación de carencia o de dolor, el llanto nos acompañó de niños. Lo mismo podemos decir de esa historia que tuvimos de bebés y en la infancia, en las que una de las cosas más lindas es el espectáculo de un bebé o un infante riendo ante aquello que le place. No puedo menos que recordar la predilección de Jesús por los niños y su advertencia de que para poder llegar al Cielo hemos de volver a ser como niños.

Cuando Francisco llegó al papado, todavía estaba comenzando la guerra de Siria y aún no se habían desatado los acontecimientos que provocaron en Ucrania la guerra interna de Dombás y la posterior invasión de Rusia. Pero no faltaba mucho. El propio Papa ha manifestado su dolor y su preocupación de que su tiempo en el Vaticano coincida con la Tercera Guerra Mundial. El Papa ha sufrido de manera muy personal la hasta ahora imparable destrucción de la Amazonía, el avance de las industrias que se nutren de las guerras, el uso de la pandemia del Covid para aumentar la distancia entre ricos y pobres, la conversión del Mar Mediterráneo en un gran cementerio para inmigrantes desesperados… y paro de contar, porque la lista es demasiado larga. Llora cualquiera. Pero no es a eso sencillamente que se refiere el Papa.

Francisco habla de cómo los hermanos lloran juntos y sonríen juntos. Su punto de partida es la fraternidad, entre aquellos que se conocen y hasta de toda la raza humana. ¿Cuándo se nos olvidó llorar y reír? ¿Por qué tenemos tantos en nuestras parroquias y comunidades religiosas que muestran ante la vida unas caras largas, serias, que parecen inmunes al dolor de los otros y a las alegrías de los demás? ¿Por qué no nos fijamos en cómo Jesucristo se compadecía hasta las lágrimas y cómo sonreía ante las manifestaciones inocentes? Gracias Francisco, por recordarnos que, al pasar balance en las experiencias de la vida, no nos olivemos de llorar y, muy especialmente, de sonreír.