Tribuna

‘Suscipe’

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Ni hoy ni nunca ha sido fácil el camino de la vida. Releyendo la Historia de los pueblos, la de nuestras familias y comunidades, e incluso la personal, propia o ajena, constatamos las innumerables dificultades que la surcan.



Si nunca ha sido fácil, en el mundo globalizado y digitalizado que estamos viviendo y de manera especial en la post pandemia o el resurgir de guerras absurdas (todas los son), vivir hoy la esperanza o esperanzadamente puede llegar a parecer una quimera.

Dicho esto, y desde la perspectiva cristiana, no podemos obviar algo importante, y es que la esperanza es una de las tres virtudes teologales, es decir, aquellas virtudes (fe, esperanza y caridad) que proceden de Dios y que al Él retornan. Por tanto, la virtud de la esperanza es una virtud que forma parte de la vida de Dios. Es desde este criterio que podemos hablar de la Vida Consagrada como un camino esperanzado, porque Dios mismo se encuentra en el centro de este camino, más aún, es su origen y su plenitud.

Como monje, me impresionan las veces que aparece en la Regla de San Benito, de manera explícita o implícita, la experiencia de la esperanza, en un doble sentido: en Dios que espera de mí, de los monjes/monjas, y de la esperanza que inunda o debería inundar nuestra vida monástica.

Para todos los hijos e hijas de san Benito de todos los tiempos hay un momento culminante de la experiencia monástica y es el día de la profesión monástica, en la que después de leer la cédula y realizar todas las formalidades, digamos jurídicas, el neo profeso canta tres veces el fragmento del salmo 118, 116: “Recíbeme, Señor, según tu palabra, y viviré; y no me confundas en mi esperanza”.

Toda la comunidad responda tres veces a este verso, agregando “Gloria al Padre” (RB 58, 21-22). Por ello es fácil encontrar en los maestros de espiritualidad benedictina que la vida de los monjes y de las monjas es prepararse para cantar el último y definitivo Suscipe. Pero no solo esto, sino que ya desde el principio el monje, la monja, se pone en camino para poder cantarlo. Por tanto, para que su esperanza no quede confundida tendrá que ponerse en movimiento para vivir esperanzadamente.

Dios también espera

En este camino de fidelidad esperanzada, los hijos y las hijas de san Benito no estamos exentos ni del cansancio, ni del desánimo. Pero san Benito mismo nos recuerda en el Prólogo de la Regla que Dios también espera, que no se desalienta, y nos lo expresa con una formulación muy impactante: “El Señor espera que respondamos diariamente con obras a sus santos consejos. Por eso, para corregirnos de nuestros males, se nos dan de plazo los días de esta vida (RB Pról. 35-36). Dios entra en nuestra cotidianidad y en toda nuestra vida y no únicamente como una condescendencia sino que “el piadoso Señor dice: No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (RB Pról. 37). Es por tanto la vida la que tiene la última palabra.

Me impresiona que en los instrumentos del arte espiritual, es decir, aquellas pautas que san Benito establece en el capítulo IV de la Regla para llevar a cabo la vida monástica, hay dos en las que la esperanza es su centro: Poner su esperanza en Dios (RB 4, 41) y no desesperar nunca de la misericordia de Dios (RB 4, 74).

Finalmente, comparto unas preguntas que me hago a menudo: ¿dónde anida mi  esperanza? ¿En qué lugar de mi corazón tiene su casa? 

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