Tribuna

Si la Iglesia no puede renovarse…

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Días atrás Georg Gänswein, prefecto de la casa pontificia de la Santa Sede y secretario del papa emérito, Benedicto XVI, presentó en Roma el libro ‘La Opción Benedicto’, de Rod Dreher. Esta obra invita a reflexionar acerca del cómo deberíamos los cristianos orientar nuestra presencia en la vida pública y nuestro modo de vivir la fe comunitariamente en las nuevas circunstancias marcadas por un Estado cada vez más invasivo y dispuesto.

El día de la presentación se cumplían diecisiete años de los atentados de las Torres gemelas y Gänswein se refirió a la crisis que vive la Iglesia: “No quiero comparar las víctimas con las personas que perdieron su vida en el atentado, pero recuerdo cuando el papa Benedicto XVI (16 abril 2008) se avergonzó de los abusos ante los obispos de EE. UU”. Además, enfatizó que los ataques que padece la Iglesia, sus sufrimientos y abusos no vienen solo desde afuera sino de adentro, desde su propio pecado.

Gänswein ve la imperiosa necesidad de sincerarnos como Iglesia y que solo la ‘verdad’ nos llevará a una sanación real. También puso una voz de alerta al señalar que, si la Iglesia no puede renovarse con la ayuda de Dios, entonces todo el proyecto de nuestra civilización está en riesgo y no podrá recuperarse de esta situación. Sin duda, que las palabras de Gänswein son tajantes y fuertes, pero no está lejos de la realidad y para muestra un botón.

De Pensilvania a Chile

Después de conocer el informe elaborado por la Conferencia Episcopal Alemana, el cual documenta un total de 3.677 casos de abusos sexuales, cometidos (desde 1946 a 2014) por 1670 sacerdotes católicos. El documento establece que aproximadamente la mitad de las víctimas eran de sexo masculino, menores de 13 años y que uno de cada seis casos se incurrió en una forma de violación. Sus victimarios eran sacerdotes que hacían de protector, guía espiritual o confesor.

Una vez más, continuamos con la lista interminable de situaciones de abusos y así lo demuestran los casos del Pensilvania, Irlanda o en Chile, luego de que se conociera el informe de monseñor Charles Scicluna y el reverendo Jordi Bertomeu, ambos destaparon la “caja de pandora” de una situación que -hasta el día de hoy- la Iglesia chilena no puede levantar ni cambiar.

Hemos llegado a un nivel de desaprobación tal que no sé si será suficiente el poder reinventarnos como verdaderos evangelizadores de la palabra y no como funcionarios de esta, lo veo poco probable sino se parte desde bases sólidas como las enseñanzas de Jesús y su praxis. Es urgente que las congregaciones no continúen traicionando sus principios fundacionales y la recta intención en su forma de operar, organizar y vivir su carisma. Se ha manoseado tanto este derecho y deber que, casi todos por no decir ‘todas’, las congregaciones han perdido su ‘identidad’.

Que la verdad se haga presente

Es cierto que en todo este tipo de situaciones se habla de ‘unidad’, pero para llegar a ello se necesita un sinceramiento y que la ‘verdad’ se haga presente, como lo señalaba Gänswein. Nunca se podrá hablar de ‘unidad’ si en la Iglesia se continúa con los focos de poder, con personas que se eternizan en los cargos, que son juez y parte en las decisiones. Si no se establece la distinción debida en los roles y en las funciones.

Es cierto que estamos siendo atacados desde afuera, pero también desde dentro. Hay un sector de la Iglesia que cuestiona toda esta situación de los abusos sexuales y de poder -que se habla poco-; es decir, los flancos abiertos son muchos y cuesta ver por dónde empezar. Sin embargo, el lamento de los fieles es comprensible y se quejan con justa razón.

Hace poco en una encuesta hecha por la Conferencia Episcopal Alemana decía que el 50% de los sacerdotes no se confesaba ni realizaba su oración matutina, es decir, cuando los fieles se encuentran con sacerdotes que llevan una vida casi nula de oración, no se confiesan, muy aferrados a las cosas materiales, flojos de papeles y con cargos que no se condicen con lo que saben, entonces son justificadas las críticas, porque cada vez son menos los sacerdotes con olor a oveja y realmente idóneos.

¿Queremos personas o mentes?

Incluso, hay algunos que no gustan de celebrar la eucaristía, es decir, el ‘colmo’ de los ‘colmos’. ¿De qué clase de sacerdotes estamos hablando? Sin duda, que la formación de los sacerdotes es deficitaria, diría que faltan las ‘capacidades’ para formar. En los seminarios se ha instalado una cultura del padrinazgo donde algunos candidatos son favorecidos y protegidos si caen bien a los superiores, si es un obsecuente empedernido o si es un buen estudiante. Es decir, no importa si el candidato como persona es impresentable, pero si es inteligente entonces tiene pase libre para hacer carrera en Europa.

Hoy impera en un sector de los católicos una sensación de que los sacerdotes de hoy no están siendo fieles a la palabra de Dios. Tampoco se puede caer en una cacería de brujas donde por justos y pecadores deban pagar todos. No debemos ser inquisidores que vamos persiguiendo delincuentes por todos lados y en eso la prudencia llama. Debe haber premura por terminar con los abusos y también los encubrimientos de superiores que hacen vista gorda a todo y se lavan las manos, liberándose de toda responsabilidad.

Las palabras de Gänswein son muy acertadas: “La civilización corre el riesgo de poner en jaque el proyecto de Dios”, porque no quieren asumir la responsabilidad que les cabe en la construcción de una Iglesia como la quiso y pensó el propio Jesús. Urge dar un salto “cualitativo” para entrar en la cultura de una ortodoxia y orto praxis cristiana que tanto se extraña.

 

Si desea comunicarse con el P. Fredy: ftobar@sanpablochile.cl