Tribuna

Sabor a esperanza

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“Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”
Rabindranath Tagore

Al leer este título, conectamos inmediatamente con el canto «color esperanza» que, años atrás, se hizo famoso y trascendió las fronteras de nuestro país. Como sabemos, la esperanza, además de tener color tiene sabor. No es insípida, más bien es festiva, alegre, con gusto a encuentro, a sencillez, a eternidad, porque todo lo que vivimos aquí será asumido en la fiesta celestial1.


Somos conscientes de que la situación actual que vivimos a nivel mundial y, más a aún, a nivel nacional es incierta y reviste de mucha complejidad. Nuestra sociedad, hoy se encuentra devastada por la pandemia, pero también por los intereses mezquinos y egoístas de algunos sectores de la sociedad. Esto nos está conduciendo a un montón de enfrentamientos que lo único que acrecientan son las grietas, el autoritarismo y el sinsentido.

Los consagrados y consagradas, queremos ser signos de paz, cooperando en la comunión, generando estructuras más humanas y participativas. Cuando permitimos al Espíritu Santo  que asuma el papel protagónico en nuestras vidas y en nuestros institutos, las gestiones se tornan más ágiles y menos burocráticas; más fraternas y menos individualistas; más respetuosas e inclusivas de los carismas personales de los hermanos y hermanas de comunidad. Nuestras estructuras, hoy nos están pidiendo a gritos ¡más flexibilidad!, a la vida fraterna, a los horarios, a los procesos humanos y formativos, al carisma y a la misión2, para encarnar juntos, en este tiempo, la voluntad y el querer de Dios. ¿No son estos, acaso, los ingredientes que necesitamos para dar sabor a la esperanza y sentido a nuestras vidas?

La religiosa benedictina, Joan Chittister, en su libro ‘El fuego en estas cenizas’, nos ofrece un simpático relato y una pista valiosa para la esperanza:

“Un peregrino recorría su camino, cuando cierto día pasó ante un hombre que parecía un monje y que estaba sentado en el campo. Cerca de allí otros hombres trabajaban en un edificio de piedra.

– Pareces un monje, dijo el peregrino.
– Lo soy, respondió el monje.
– ¿Quiénes son estos que están trabajando en la abadía?
– Mis monjes, contestó. Yo soy el abad.
– Es magnífico, contestó el peregrino, ver levantar un monasterio.
– Lo estamos derribando, dijo el abad.
– ¿Derribándolo?, exclamó el peregrino, ¿por qué?
– Para poder ver salir el sol cada mañana, respondió el abad”3.

La pandemia, nos ha ayudado a derribar algunas estructuras, otras tenemos que hacerla nosotros. Nos urge demoler mandatos, viejas costumbres, para ver salir el sol, para apreciar al Señor en la realidad y, de este modo, tocar la carne sufriente de nuestros hermanos4.

Ingredientes, sabor esperanza

Podemos tener presente y sumar aquí tres palabras, tres ingredientes que nos inviten a vivir el evangelio, para no perder, definitivamente, el sabor a esperanza: providencia, paciencia y profecía.

Providencia. Nos urge renovar la experiencia en la providencia divina; hoy más que nunca testimoniamos, en carne propia, aquello que nos recuerda el evangelio: “No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6,34). Los consagrados estamos llamados a ser garantes de que el Señor no se desentendió ni se desentiende de ninguno de sus hijos, más bien somos nosotros los que nos soltamos de su mano. ¿Cómo estamos viviendo la providencia dentro de nuestras comunidades? ¿Somos capaces de descubrirla en la vida de los hermanos y hermanas? ¿Cómo nos percibe la gente? Sabemos que nada nos cae del cielo, por lo tanto, no debemos renunciar a las mediaciones, ofreciéndonos nosotros también como ayuda, servicio, voz, manos, para aquellos que no la tienen.

Paciencia. Estos tiempos nos demandan mucha capacidad de espera, tolerancia con los otros, pero, sobre todo, con nosotros mismos. Quizás, el verbo que hoy más nos cueste conjugar sea “esperar”. Sin embargo, la vida, la naturaleza, los otros, tienen su ritmo, y a nosotros nos cabe esperarlos, así como el Padre nos espera a nosotros (cf. Lc 13, 6-9). El papa Francisco, nos recuerda que esta virtud ofrecida en las bienaventuranzas es fuente de santidad:

“Es mejor ser siempre mansos, y se cumplirán nuestros mayores anhelos: los mansos ‘poseerán la tierra’, es decir, verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios. Porque los mansos, más allá de lo que digan las circunstancias, esperan en el Señor, y los que esperan en  el  Señor poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz  (cf. Sal 37,9.11). Al mismo tiempo, el Señor confía en ellos: “En ese pondré mis ojos, en el humilde y el abatido, que se estremece ante mis palabras” (Is 66,2).

Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad5.

Profecía. Es el talante que los consagrados nunca debemos perder de vista. Alzamos nuestra voz profética cada vez que recordamos al mundo el valor inestimable que tiene la persona humana, misterio sagrado, porque es creada a imagen y semejanza de Dios6. Es digna y merecedora siempre de todo nuestro respeto. Por eso, debemos trabajar por el bien común, y para que ninguna institución, norma o mandato, prevalezcan sobre ella. “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado” (Mc 2,27-28). El papa Francisco, nos invita hoy a la profecía de  la cercanía, la calidez y el cuidado; a cultivar afanosamente la cultura del encuentro, sin hacer acepción de personas:

“‘La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida’. Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la parte” […] Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones más definitorias7.

Finalmente, afirmamos que hay vida porque hay esperanza. Cada vez que apostamos a la providencia, encarnamos la paciencia y vivimos la profecía, extendemos las mesas, ensanchamos el presente, y aceleramos el Reino, convirtiéndonos en esa gente que, como canta Ana Bolívar, hace el cielo en la tierra.

Canción: ‘Bendita la gente’ – Ana Bolívar

1 Cf. Papa Francisco, carta Encíclica Laudato Si´(Roma, 24 de mayo de 2015), 244.
2 Cf. Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium (Roma, 24 de noviembre de 2013), 27.
3  Joan Chisttister,  OSB, El fuego en  estas cenizas.  Espiritualidad de la vida religiosa hoy, Sal Terrae, 31998 Santander, p. 106.
4 Cf. EG, 270.
5 Papa Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (Roma, 19 de marzo de 2018), 74.
6 Cf. LS, 238-240.5 Papa Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (Roma, 19 de marzo de 2018), 74.
7 Papa Francisco, Carta encíclica Fratelli tuttis, sobre la fraternidad y la amistad social (Roma, 3 de octubre de 2020), 215.