Tribuna

Rosmini y la persona

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Hace algunos años leí en algún sitio que la historia de la humanidad era la historia de una búsqueda y esa búsqueda era la propia humanidad. Algunas ciencias humanas han pretendido dar una respuesta a la pregunta por el hombre, apenas atisbando a responder ciertos aspectos esenciales del ser humano.



Se ha intentado esbozar una respuesta entre enigmas y fatigas, entre homicidios, holocaustos y genocidios. A pesar de ello, nos atrevemos a hablar de ‘posthumanismos’ o ‘transhumanismos’ o, pero aun, pretender un acercamiento al misterio que somos desde la genitalidad.

Pérez Reverte, en ‘La Carta Esférica’, comenta que los hombres vamos por la historia a trompicones, de aquí para allá, envejeciendo y muriendo sin comprender bien lo que pasa, los nos acontece mientras acontecemos. En este marco, cada vez más confuso e histérico, viene nuevamente el vivo recuerdo de Antonio Rosmini, cuyo centro gravitacional de su pensamiento es el hombre al que contempla como lugar en el cual convergen todos los significados y modos del ser: “‘Todo se une en el hombre’, porque en él se desvela el ser”, o como comienza su ‘Introducción a la Filosofía’, “una filosofía que no haga al hombre mejor es superflua. Nos atrevemos a decir incluso todavía más: es falsa, en cuanto que la verdad hace siempre al hombre mejor”.

La persona es signo del ser

Hemos afirmado que en Rosmini todo se une en el hombre, porque en él se desvela el ser, por tal razón la integridad a partir de la cual hay que hablar del hombre es desde una filosofía que abrace sin reservas a la teología, ya que esta totalidad es una camino del espíritu hacia Dios ¿Podríamos referirnos a Rosmini como un precursor del personalismo? Absolutamente, de hecho, podríamos asegurar que sería un iniciador del un personalismo ideal del cual beberán figuras como Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y Dietrich von Hildebrand.

La persona es más que sus funciones, que sus actividades, que sus actos. Por otro lado, la dignidad que brota de la esencia de la persona y su naturaleza racional constituye un valor intrínseco y absoluto que no es meramente relativo a nuestras inclinaciones, apetitos o satisfacciones. En tal sentido, para Rosmini como para la Iglesia, la dignidad es un valor supremo, irreductible, propio de la condición personal. Aquí descansa la Doctrina Social de la Iglesia y su participación política en la dinámica social. Entiende que la persona supone la organización de los principios naturales, lo cual la transforma en el más elevado de los principios activos.

Persona y libertad

Antonio Rosmini escribe que la libertad “es la facultad de elegir entre dos voliciones”, es decir, entre dos deseos. El acto de esta facultad es la elección. Justamente es la facultad de determinarse más bien hacia uno que hacia otro de los dos deseos. No es la facultad de las voliciones o deseos en sí mismas, sino la de elegir entre ellos. En el ejercicio de la libertad se desnuda la autodeterminación de los hombres. El hombre, intelectivo y volitivo (deseante), por sí mismo se determina a favor o en contra de uno u otro objeto querido. La libertad, señala Rosmini, es la señoría del hombre, el ser él con derecho propio, el tener, por así decir, la propiedad de sí mismo.

La luz de la razón y el hombre forman un todo indivisible que transforma a la libertad en un poder superior al de la voluntad. El hombre domina su voluntad y, cuando el hombre es libre, en ese sentido, reflexiona Rosmini, la razón no tiene dignidad por sí misma; sino que recibe la dignidad de la luz del ser, de la cual la razón depende en su propio hacer y operar. Jesucristo será esa luz, dado que es autor y objeto de la caridad, si Él el hombre nada puede hacer, no puede dar frutos. Su luz muestra al hombre su propia plenitud, que, a su vez, muestra el arte que todo hombre debe aprender: ser hombre. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela