Tribuna

Reconocimiento inaccesible para la mujer invisible

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Cómo cada 8 de marzo, desde la Iniciativa de Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) continuamos denunciando, cuestionando y visibilizando las discriminaciones que sufren las mujeres en el mundo del trabajo. Compartiendo con vosotras las palabras de Chimamanda Ngozi: “Existe un peligro real cuando nos quedamos con la historia del único relato; el cuál mayoritariamente ha sido contado por hombres”. Para compartiros estas líneas hemos tenido que observar nuestra realidad y día a día detenidamente, partiendo de nuestra propia vida y cotidianidad. Con ejemplos concretos, hechos que probablemente y muy a nuestro pesar te habrás encontrado y/o vivido personalmente o a través de compañeras, amigas, familiares, etc. Hechos que nos ayuden a entender este día, su dimensión reivindicativa, educativa y celebrativa.



Hechos como el de Pili, Clara, Tamar, Lola, Teresa, Mari Carmen, Olga, Marta, Paqui, Rosa, etc. No son “nadie”, son mujeres, obreras y trabajadoras, son las limpiadoras del hospital Reina Sofía en Córdoba, con su huelga indefinida desde enero de 2022 por la dignificación y reconocimiento de su trabajo.

Nos encontramos con que, en espacios eclesiales, sociales, académicos, medios de comunicación, en el arte, deporte, literatura, etc., la aportación, historia y voz de las mujeres sigue silenciándose. Con una representación mínima y en según qué espacios incluso inexistente. Aunque desde las instituciones públicas se ponen medios para que esto no ocurra, observamos como hoy su aportación y voz sigue sin tener suficiente representación. Y una de las consecuencias directa de estos hechos es que las jóvenes crecemos sin ejemplos ni menciones públicas de mujeres referentes; al contrario que los hombres, de quienes tenemos muchas referencias.

Margaret, Serena y Steffi

Y no es que la mujer referente no exista, sino que en su mayoría es invisibilizada, lo que hace de la situación esa “pescadilla que se muerde la cola”. Tal y como pasó el pasado 30 de enero, cuando desde la televisión pública nos informaban y celebraban la victoria de Rafael Nadal y su triunfo en el Grand Slam, comunicando lo siguiente: “Nadie ha logrado ganar 21 Grand Slam en la historia del tenis”. Y no es verdad. La tenista Margaret Court ganó 24, Serena Williams ha ganado 23 y Steffi Graf 22. Y así se reivindicó a través de las redes sociales. Esto no es un hecho aislado, ni un micro-machismo. No son “micros”, como nos cuentan Claudia de la Garza y Eréndira Derbez, son machismos cotidianos y sostienen un problema enorme (y no solo en el mundo del trabajo).

Informes como el de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), basado en el análisis de encuestas sobre la transición de la escuela al trabajo (ETET) en más de 30 países en desarrollo, confirman la alarmante situación en la que nos encontramos las mujeres jóvenes: tasas de desempleo más altas, diferencias de remuneración persistentes, una proporción más alta de empleo informal y una transición de la escuela al trabajo más larga.

Nos enfrentamos a la falta de acceso a recursos, responsabilidades familiares y domesticas y al trabajo no reconocido ni remunerado. Y debe abordarse desde los programas de empleo juvenil y educativos, la desigualdad en la distribución de las responsabilidades familiares, así como la superación de la discriminación en la contratación y en las condiciones de trabajo, hasta la segregación profesional.

El mundo, a través de la Agenda de Desarrollo Sostenible para 2030, aspira a un trabajo decente y productivo para todos los jóvenes, hecho imposible si las mujeres jóvenes no se sitúan hacia la emancipación económica (Azita Berar Awad, directora del Departamento de Política de Empleo de la OIT, y Ann Miles, directora de Medios de subsistencia e inclusión económica de los jóvenes de la Fundación MasterCard).

El cuestionarnos, no callarnos, avanzar hacia una mirada feminista; el reconocimiento, sororidad y solidaridad por y con las demás, desde nuestro ser creyente basada en una fe pedagógica y honesta, puede ser el primer paso para que dejen de invisibilizarse estos machismos cotidianos en el mundo del trabajo y llevarnos a la acción del compromiso común de eliminar los obstáculos que nos impiden desarrollar nuestro pleno potencial y nuestro derecho a la igualdad de oportunidades y de trato.