Tribuna

Posverdad: “Miente, miente que al final parece verdad”

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Fue en el marco de un debate realizado por la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas (ANMP), en Santiago de Chile, que diversos comunicadores dieron cuenta de los obstáculos que debe enfrentar el periodismo en un contexto donde la información ya no se basa en los hechos debidamente comprobados, sino que apela a las emociones, creencias o deseos de lo que la opinión pública desea escuchar. Hacia fines de 2017, la Real Academia Española incluyó en sus registros el significado de “posverdad”, término que surgió en los años 90 y que indica la relación con aquella información que no se basa en los hechos comprobados, sino que apela a las emociones y creencias. El concepto saltó a la popularidad en el marco de la campaña presidencial de Donald Trump, cuando la prensa internacional definió al empresario como un “político de la posverdad”, es decir, un político que basó su programa en la emotividad más que en proyectos y reformas concretas y que utilizó las plataformas de las redes sociales como principal medio de difusión. Prueba de ello son sus constantes mensajes por Twitter cada vez que desea provocar alguna polémica o descargar sus protestas acerca de algún tema que le afecte.

En este debate “Posverdad versus Periodismo”, organizado por la ANMP, surgieron las siguientes interrogantes: ¿cuál es el futuro del periodismo en tiempos donde la información es propiciada por las redes sociales? ¿Qué hacer ante estas circunstancias? ¿Cómo colocar al servicio del periodismo las nuevas tecnologías y no perderse en el intento? Sin duda que la reflexión da para mucho, porque al parecer a más de alguien la “verdad” siempre incómoda. Es como el zumbido de un mosquito que no deja dormir y está ahí. Lo cierto es que cuando alguien nos dice alguna verdad, la mejor forma de comprobarlo es reconociendo si nos molestó. Si te molestó es porque algo de cierto tiene; de lo contrario, no te afecta y, por tanto, no le das importancia.

La Real Academia Española de la Lengua (RAE) define el término posverdad como “toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”. Se dice que todo concepto de “moda” marca un antecedente para ser catalogado como una revolución. Al respecto, Charles Dickens, en Historia de dos ciudades, dice que “estamos en un cambio de era revolucionaria donde hay esperanza y futuro; pero también un misterio tenebroso y terrible”. Como terrible también puede llegar a ser, actualmente, el mundo de las redes sociales.

Posverdad y redes sociales

Las redes sociales, como el mercado, ofrecen un montón de soluciones u ofertas al hombre para sus múltiples necesidades o bien le crean una necesidad que no era fundamental o que nunca existió. Ni hablar en materia de derechos a la diversidad, de la inclusión, la migración, etcétera. Las redes sociales en esos escenarios son rápidos en la propagación y difusión, pero lentos a reivindicar la honorabilidad y honestidad de las personas. Hay un sentido de supervivencia en la sociedad que lleva a las personas a convivir con los prejuicios, que a veces son sanos para la sobrevivencia. Pero el problema es que esto, tarde o temprano, se convierte en alguna patología. No obstante, las redes sociales y la creciente comercialización de lo que conocemos como posverdad han aprendido a manipular esos prejuicios.

En un principio, las redes sociales eran bastante librepensadoras, más ciudadanas, solidarias y creativas. Quienes las utilizaban y creaban sus contenidos eran más genuinos y talentosos. Hoy existen sistemas corporativos que las manipulan. Por ejemplo: las últimas elecciones de EE.UU. Hay compañías que saben cómo lograr los trending topic, que saben cómo darte lo que necesitas o aumentar el rating, los clics o me gusta; también abundan las compañías de hackers, que se dedican a alterar resultados o a hackear cuentas, páginas web, sistemas de seguridad, o compañías que falsean la “identidad”. Estas malas praxis solo amplifican el poder de la mentira y ensucian el mundo de las redes sociales, porque se toman estas conductas como formas lícitas o legítimas de interactuar con la sociedad.

Vivimos en el mundo del “sálvese quien pueda”, y es urgente que internet deje de ser un lugar de suspensión del Estado de derecho y del debido proceso judicial. Hoy ni siquiera tienes que ser “anónimo” para que no te pase nada, a pesar de que puedas difundir acusaciones o rumores peligrosos, denuncias falsas sobre personas. Por ejemplo: Cuando al cantante mexicano Luis Miguel lo daban por muerto (información que se filtró por las redes sociales). No se sabía nada de él. Meses atrás, en su gira por América del Sur, tuvo que desmentir todo y se quejó a la prensa por el daño a su imagen. En un Estado de derecho, quienes divulgaron esa noticia deberían ser sancionados y los afectados, indemnizados.

Quizá lo que más duele en todo esto es que cualquier persona está a merced de las redes sociales, las cuales en cuestión de segundos cliquean un chisme, una calumnia, una foto maliciosa o una conversación privada que saca a la luz ese espacio de intimidad tan sagrado de cada persona. En este sentido, los inescrupulosos de siempre tendrán la manera más fácil de ser exitosos en el mundo de la posverdad y es llegar a ser un “buen mentiroso”. Me pregunto: ¿Cuesta mucho operar en medio de las redes o de internet desde la verdad y no con carácter de manipulación o de poder? Sobre todo cuando se entrega a una cosa poco racional y de voluntarismo. Por eso, necesitamos determinar cuál es la constitucionalidad que garantiza los derechos y deberes en este ámbito, como también incentivar el capital ético del periodismo en general y de quienes manejan las redes sociales en particular. Creo que cada vez es más difícil y desafiante formar y ser parte del mundo público que se está creando a partir de la posverdad. El valor de la integridad y la veracidad en las cosas se ha despreciado. Es urgente revivir valores del periodismo clásico, donde existía investigación “de calle” −y no con la pc de escritorio− y el chequeo de datos era parte esencial del trabajo.