Tribuna

No tardes más

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Siempre me ha llamado la atención cómo las cosas más sencillas pueden descubrirnos grandes riquezas si logramos verlas con los ojos bien abiertos. Muchas veces –esto seguro que lo hemos experimentado todos– caemos en la cuenta del significado de un detalle, de un matiz, luego de un tiempo. Por más que sigue siendo provechoso el notarlo, definitivamente no tiene la misma fuerza que si hubiéramos sido conscientes de ello en su momento.



En la vida del cristiano, además de la presencia de Dios en el prójimo, uno de los ámbitos en los que solemos caer en la tentación de dar todo por sentado y andar con el piloto automático puesto es la liturgia. No podemos negar que tener de antemano algunas claves para interpretar lo que ocurre en nuestras celebraciones no solo nos permite no caer (con tanta frecuencia) en la rutina, sino que también nos abre a la posibilidad de que nuestro corazón y nuestra mente acompasen su ritmo a la marcha de las acciones litúrgicas. En mi caso, una experiencia que he tenido de este tipo ha sido con las antífonas de la O.

Oh Sol que naces de lo alto

La última semana antes de Navidad, hay algunos cambios en la liturgia que nos hacen presentir la inminencia del nacimiento del Hijo de Dios, como las lecturas y oraciones de la eucaristía, o los himnos, lecturas y oraciones de la liturgia de las horas. Sin embargo, la inercia puede que nos haga pasar de largo por las antífonas del Magníficat, quedándonos únicamente con la sensación de que son demasiado largas y, quizás, de que tienen una estructura peculiar.

Mi historia de redescubrimiento de estas antífonas se remonta a hace unos tres años atrás, cuando estaba en mi tiempo de noviciado. Un par de noviciados antes del mío, el grupo de novicios propuso, como pequeño apostolado, preparar unos momentos de adoración al Santísimo el último viernes de cada mes. Dependiendo del momento del año y de quién se encargara de la organización, la adoración giraba en torno a una temática en particular. Al empezar el noviciado, me apunté para el ‘Encamínate’ –así se llamaba este momento, que se sigue realizando mes a mes en el convento de Nuestra Señora del Camino, en Monteagudo–, de diciembre, y me desentendí del asunto hasta que llegara el momento de iniciar con la preparación.

Monasterio de Monteagudo, de los agustinos recoletos

Cuando se empezó a acercar diciembre, caí en la cuenta de que el ‘Encamínate’ estaba a caballo entre Navidad y Epifanía, en plena octava. ¿Cómo capturar la fuerza de lo que celebrábamos en esos días? No se me ocurrió mejor idea que poner como tema principal la peregrinación de los Magos para adorar al Niño Dios –“Venimos a adorarlo” (Mt 2,2)–, pero incluyendo en la ambientación una referencia a toda la preparación que habíamos venido haciendo durante el Adviento, para lo cual incluí símbolos que remitieran a las antífonas de la O.

Como suele ocurrir cuando uno prepara una meditación o un momento de lectura orante de la Palabra, el mayor beneficiado fui yo. Me sirvió todo ese tiempo de preparación para darle vueltas en mi cabeza a las antífonas y a todo lo que significan los títulos que se le da al Mesías en ellas y la petición que la Iglesia hace cada día. Cuando llegaron las ferias mayores de Adviento, para mí fue toda una revelación el percibir la fuerza de esas pequeñas oraciones insertas en la liturgia cotidiana.

A la espera del Pobre

El año pasado, busqué, como quien no quiere la cosa, algún libro que me pudiera acompañar en la meditación del Adviento. Ojeando un poco en el catálogo de la facultad, me decidí por uno de Gabriel Richi Alberti: ‘A la espera del Pobre’ (PPC, 2019). El título me atrapó desde el primer instante, así que no averigüé mucho más y lo pedí.

Seguro que debí esperármelo, pero la verdad es que me llevé una gratísima sorpresa cuando vi que la primera sección del libro estaba dedicada a rumiar mis queridas antífonas. Como indica el autor en el prólogo, debido a que el libro nació de la predicación de un retiro a una comunidad contemplativa, la referencia a la liturgia aparece de forma muy fuerte. Sin embargo, no se hace para nada pesada ni exige tener un conocimiento previo. Todo lo contrario, es de esas oportunidades que no nos podemos perder para conocer y profundizar en lo que celebramos.

Además, no solo reflexiona en torno a las antífonas, sino que en la segunda sección se detiene a desmenuzar todos los elementos de la liturgia del 24 de diciembre. En la tercera sección, profundiza en el don de la pobreza que nos trae Jesucristo, el Pobre que nace para enriquecernos. En fin, una meditación que nos ayuda a prepararnos para la Navidad, pero que también viene muy bien para ser más sensibles a la Navidad de cada día, a la venida del Hijo de Dios en nuestra vida cotidiana.

Ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra

Este año, las fiestas navideñas nos encuentran con algunas alegrías compartidas, pero también con mucho dolor que parece solo acrecentarse. Pienso concretamente en el sufrimiento del pueblo de Ucrania, que lleva tanto tiempo golpeado por la guerra, y en la inestabilidad y violencia que sufren tantos países –entre ellos, mi Perú–, que llena el panorama de desánimo y desesperanza.

Cristo, aquel Renuevo del tronco de Jesé tan esperado, ha venido y sigue viniendo, trayendo salvación a la humanidad. ¿Estamos dispuestos a dejarnos transformar por Él? ¿Seremos capaces de dejar a un lado el individualismo, el egoísmo y la indiferencia, y seguir el camino de salvación que Él nos muestra? En esta Navidad, pidámosle con insistencia al Sol que nace de lo alto que venga ahora a iluminar todas nuestras tinieblas y sombras de muerte. Quizás así nos hagamos más conscientes –de forma personal y como humanidad– de lo poco que le dejamos actuar en nosotros, y nos abramos a su acción fecunda.