Tribuna

Mujer, Cruz y Eucaristía

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Dicen que tanto el símbolo del género femenino como el del género masculino tienen su origen en la época medieval, que los habría copiado Carlos Linneo de un manuscrito y que vinculaban a astros galácticos con metales. El símbolo femenino estaría asociado al planeta Venus ya que uno de sus nombres proviene del latín phosphorus, es decir, lucero, portador de luz.



El emblema formado por un círculo y lo que parece una cruz invertida en su base simboliza a la mujer, a lo femenino, a la fertilidad y antiguamente representaba a la diosa Venus o Afrodita como alegoría de la belleza y del amor.

Nuestras generaciones han nacido con el uso de estas representaciones y las hemos adoptado sin más, como a tantas otras que van sintetizando nuestra vida sin que las interpelemos o las ajustemos a nuestras realidades. Todas forman parte del caos de representación, identidad y pertenencia en el que vivimos.

Los cristianos y las cristianas sabemos que la Cruz no es un símbolo –algo que está en lugar de otra cosa–, sino un signo, aquello que produce sentido y da sentido. Aun cuando muchas personas no lo reconozcan, la Cruz es un signo cargado de sentido para toda la humanidad. Aquí, surge la pregunta ¿qué significaría entonces la cruz invertida como base o sostén del círculo luminoso?

Mujeres en la Iglesia hoy

El papa Francisco dijo hace pocos días que la mujer “tiene la capacidad de tener juntos tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos”. Y agregó “usamos lo femenino como cosa de descarte, de juego, de broma”. Esto que Francisco pone sobre la mesa de lo cotidiano, sigue sin ser reconocido por propios, propias, ajenos y ajenas.

Hoy, las mujeres en nuestra amada Iglesia deberíamos preguntamos por qué no estamos necesaria, justa y felizmente incluidas en la vida total de toda ella y en el cuerpo de Cristo que fue, es y será la mitad si no lo completamos y complementamos con todo el palpitar, el sentir, el pensar, el obrar del espíritu de nuestras mujeres en todas sus formas, estilos y maneras de una nueva expresión para todas y todos.

Algunas nos hemos atrevido a decir casi en voz baja que si las mujeres nos retiramos o hacemos paro, se cerrarían las capillas y colapsarían las comunidades. Vemos también que aún faltan voces que legítimamente se propongan como decidoras, predicadoras, celebradoras, participantes con voz y voto en espacios de decisión. Incluso es esperable que muchas se atrevan a verse a sí mismas no precisamente desde el discurso del deber ser, sino desde sus propias entrañas cargadas de misericordia por ellas mismas y por lo que les ha tocado vivir tanto en la vida social como dentro de los muros insalvables de la Iglesia.

La pasividad que nos fue atribuida es algo que ya no nos endulza las orejas. Muchos de los atributos y las consideraciones hacia lo femenino fueron formulados históricamente por hombres que eran los únicos en acceder a instituciones, foros y estudios hasta hace un siglo. Las mujeres no hablaban de sí mismas, no podían acceder al conocimiento de su propio cuerpo y mucho menos manifestar que pudieran sentir placer a través de una buena gestión de su sexualidad. No podían decir no a nada que no quisieran hacer, ni emitir opiniones ante sus padres, ni hacer tareas pretendidamente masculinas.

Quienes ahora vemos cuánto avanzó la sociedad en estos últimos 80 años, podemos dar cuenta del atraso que tiene nuestra Iglesia en considerar a las mujeres en plural, pero también desde la concepción de lo que significa ser mujer para otros y otras.

Un nuevo símbolo

El símbolo usado de diversas maneras para visualizar a las mujeres hace tríada. Quizá el apropiarnos de ese conjunto de significados integrados nos permita vernos y mirarnos mejor para renacer a la multiplicidad de aspectos ignorados o descartados de las que hemos sido objeto.

Es la Cruz a la que podemos poner de pie y al derecho sosteniéndola con nuestra propia vida de procesos racionales y espirituales por los cuales la conversión nos permite donarla a nuestros prójimos con la sabiduría de Dios que proviene ancestral para todos los pueblos. La Cruz es Luz donada.

Es el círculo luminoso de la Eucaristía que responde a la Cruz, que nos mira y miramos, que comemos y nos come, que produce sentido de fecundidad inigualable para quienes quieran probar y ver los efectos del trigo universal. La Eucaristía está inscripta en el hambre.

Y ambas partes, juntas, procuran sentido de integridad total, como esa mujer de la que somos capaces cuando podemos ser en nosotras mismas y nos acompañamos unas a otras en el camino de las resurrecciones cotidianas.

Una Trinidad se asoma sutil, como pincelada que recuerda los orígenes. Trinidad que nos hace libres puertas adentro y puertas afuera. Trinidad que busca descansar en los tres lenguajes: nuestras mentes capaces de reflexionar sobre la vida de nuestros pueblos, de levantar la voz por ellos y de acompañarlos en sus caminos de desolación; nuestros corazones a pura oblación que son lenguaje de amor universal, y nuestras manos servidoras, constructoras de paz y de esperanza.

Que cada una de nosotras, pueda enarbolar hoy la fertilidad de nuestra casa y nuestra condición de anunciadoras potentes del reino, honrando a las mujeres bíblicas, a las de todos los tiempos y a las que nos permitieron llegar hoy a ser y sentirnos verdaderamente legítimas en el ser y el hacer de nuestra Iglesia y de la sociedad en su totalidad.