Tribuna

Morir por amor

Compartir

El martirio es una especie de testimonio de amor a Dios. No en vano la palabra mártir deriva del griego màrtys, testigo. El Catecismo de la Iglesia Católica recoge que el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte.



El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas, me será dado llegar a Dios” (CIC, n. 2473). El amor llevado al extremo que es, a fin de cuentas, su expresión más verdadera.

El martirio es el amor que se sublima en la cruz: belleza detrás de la belleza, verdad extrema. Simboliza y testifica la victoria de la vida sobre la muerte, experimentando sobre su propia piel, en su propia carne, la Pasión de Jesús, resistiendo sufrimientos inconfesables, con absoluta conciencia de que, al final, el consuelo del amor de Dios aligerará todo tormento.

Precisamente por estas cuestiones, san Oscar Arnulfo Romero, pensaba que el martirio era una gracia de Dios. Monseñor Romero, efectivamente, fue martirizado por odio a la fe, pero, al mismo tiempo, también lo fue por amor al amor.

El rojo martirio de Monseñor Romero

La Iglesia Católica reconoce tres tipos de martirio cristiano que conducen a la recompensa celestial. Estos son diferenciados por colores: blanco, verde y rojo. El martirio blanco radica en que se renuncie a todo lo que ama por devoción a Dios, aunque allí sufriera ayuno y labores. El martirio verde consiste en que, por medio del ayuno y el trabajo, nos liberemos de deseos malignos, o suframos angustias de penitencia y conversión. El martirio rojo será el de la entrega extrema, aquel que ofrece su vida como testimonio de amor al límite.

“Todo cuanto atenta contra la misma vida, como son el asesinato de cualquier clase, el genocidio, el aborto, la eutanasia, y el mismo suicidio voluntario, todo lo que viola la integridad de la persona humana (…). Todas esas prácticas y otras parecidas son en sí infamantes (…), son totalmente opuestas al honor debido al Creador”.

Bajo la perspectiva de San Oscar Arnulfo Romero todo gobierno que actúe de manera semejante está opuesto a Dios y oponerse a Dios es oponerse al hombre. Esta actitud de abandono total a la verdad de Dios lo impulsó a asumir su hora con valentía, no exenta de gran angustia. Esa búsqueda por la justicia lo condujo a su martirio en plena misa un lunes 24 de marzo de 1980.

La valentía de Romero

Ser cristiano no ha sido fácil en ningún momento de la historia. De alguna manera, se vive bajo el signo de la persecución constante. Algunas veces, por fuerzas externas contrarias al amor, a la verdad y a la justicia que encarna Jesucristo. Por otro lado, a mi juicio, las más complejas, son las que vivimos internamente cuando se emprende este camino de contradicción permanente con el mundo.

Estas dificultades nos llevan a tener miedo. Miedo al dolor y al sufrimiento, por un lado; miedo a ser rechazados, por otro lado. Ese miedo, que no es distinto al de Cristo en Getsemaní o al de Romero aquellos días finales de su vida, no puede tener la última palabra. No podemos permitir que tenga la última palabra.

En tal sentido, la valentía de Romero resulta hoy una obligatoria reflexión frente a nuestra realidad. Una valentía que no estaba sostenida de sus fuerzas de hombre, sino de Dios, de su abandono total y absoluto al Señor. Y es que, en medio de todas las circunstancias adversas que atravesó, en especial las últimas semanas de su vida, no se dejó vencer por el miedo, sino que, por el contrario, se abrazó con mayor radicalidad al amor.

En la que fue su última entrevista, ante la pregunta de su tenía miedo, nos da una respuesta como bitácora de seguimiento cristiano: “Miedo propiamente no, cierto temor prudencial naturalmente, pero no un miedo que me inhiba, que me comprima de trabajar… pero yo siento que mientras camine en el cumplimiento de mi deber, que me desplace libremente a ser un pastor de las comunidades, Dios va conmigo y si algo me sucede, pues estoy dispuesto a todo”. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela