Tribuna

Los años de la mordaza

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Hoy nos parece un mal sueño. Los que tuvimos ocasión de vivir aquella época oscura de la Iglesia, sobre todo en los años 80, no imaginábamos que iríamos a respirar el aire libre del pontificado de Francisco. La represión de los teólogos se remonta a una división que se vivió durante el Concilio, en concreto y, sobre todo, durante la discusión del famoso Esquema 13, que daría lugar a la constitución Gaudium et Spes, uno de los textos más avanzados y positivos de la magna asamblea sobre la relación de la Iglesia con el mundo. El cardenal Karol Wojtyla, junto al luego cismático arzobispo Marcel Lefébvre, diferían sobre el carácter optimista del texto y lo que el cardenal polaco calificó de exceso de “sociologismo”.



No era de extrañar que, elegido papa, Juan Pablo II nombrara “guardián de la ortodoxia”, para presidir Doctrina de la Fe, al cardenal Joseph Ratzinger, que inaugura un “quinquenio restauracionista” que lamentablemente se prolongaría. Lo preanunciaron nombramientos significativos, como los de Suquía para suceder a Tarancón en Madrid, o Groer para sustituir a Köning en Viena, que afectarían también a otras diócesis. Como sucedió con el golpe de mano contra la Compañía de Pedro Arrupe, y otros signos que movieron al diario La Croix a definir la orientación de Juan Pablo II de “catolicismo defensivo y de murallas”.

En Estados Unidos, 1.200 católicas se rebelaron enseguida porque la Iglesia no considera a las mujeres “como auténticas personas”. En 1984, aparece la primera instrucción muy crítica de Ratzinger sobre la Teología de la Liberación, suavizada por otra más conciliadora dos años después. Entre los primeros en ser llamados a Roma estuvo Leonardo Boff. Más tarde, pese al buen trato que el Papa daría a su amigo Lefébvre, este ultraconservador consuma el cisma en mayo de 1987. La represión afectaría también al obispo poeta Pedro Casaldáliga, modelo evangélico de servicio a los pobres, que recibe un requerimiento que le prohíbe viajar, hablar y escribir, pese al apoyo internacional de que era objeto. Otras teologías de la liberación africanas, orientales y feministas recibirían parecido tratamiento.

‘Declaración de Colonia’

No era de extrañar que 169 teólogos, saturados por los acontecimientos, publicaran la famosa Declaración de Colonia, a la que se sumarían franceses, italianos, españoles y belgas, en la que afirmaban que, “a la luz del Evangelio”, no se reconocen en estas disposiciones, y añadían que “no podemos aceptar este comportamiento ni someternos a esta política”. Los españoles hablaron de un “fortalecimiento del carácter coactivo de las instituciones eclesiásticas y de los procedimientos cuasi-judiciales, sin garantías procesales”.

En 1989, uno de los más prestigiosos moralistas, el anciano Bernard Häring, pide públicamente al Papa en un artículo que cesen estos procedimientos; y, ante las humillaciones recibidas, llega a afirmar que prefiere “encontrarse ante un tribunal de Hitler que presentarse otra vez ante el Santo Oficio”. A pesar de ello y de haber sufrido tres operaciones para erradicar un cáncer con peligro de muerte, es convocado de nuevo. Allí contestó que nunca había caído en la tentación de confundir a la Iglesia con la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Sentía “náuseas” y le “estallaba la cabeza”, según contó en un libro-entrevista que alcanzó doce ediciones y una dura respuesta, sin nombrarlo, de L’Osservatore Romano. No solo no se arredró, sino que acompañó al tribunal a otro moralista represaliado, Charles Curran, por sus ideas sobre moral sexual. Opiniones sobre esta moral silenciaron también al español Benjamín Forcano.

En mayo del mismo año, son destituidos dos profesores de la Facultad de los jesuitas de Granada: José María Castillo y Juan Antonio Estrada. Los superiores de la Compañía, por presiones de Doctrina de la Fe y del cardenal Suquía, se ven obligados a esta medida. Estrada impugna el procedimiento y declara que, en sus doce años de docencia, no había recibido demanda alguna de aclaración de las autoridades eclesiásticas, ni se le permitió la posibilidad de defenderse o retractarse como se ofreció a Schillebeeckx, Küng o Boff.

A este último se le impide predicar, dar conferencias, enseñar y publicar libros. Ese mismo mes de diciembre de 1989, Ratzinger escribe una carta a los obispos de todo el mundo contra el uso del zen, el yoga y otras prácticas orientales de meditación. Después de muerto, ese mismo año, fueron investigados los escritos de Anthony de Melo, calificando a algunos de ellos como “incompatibles” con la fe católica. En respuesta a la Declaración de Colonia, Ratzinger intenta en 1990 suavizar el enrarecido ambiente con una instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, la libertad y la fidelidad al magisterio, pero sin dar un paso atrás.

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