Tribuna

¿La política al servicio de la paz o de intereses políticos y económicos?

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Una vez más, el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz 2019 insta al mundo político a realizar un examen de conciencia por su responsabilidad y el rol que le compete en la sociedad. Sociedad que, con el correr del tiempo, ve sus esperanzas defraudadas y manoseadas entre tanta promesa no cumplida.

En ese sentido, el fenómeno migratorio es más que una señal de todo un discurso popular, que prefiere quedarse con la máxima “pan para hoy y hambre para mañana”. Es decir, es mejor dar soluciones de parche, satisfacer las necesidades básicas de un pueblo, que plantear propuestas para un desarrollo integral de las personas.

Es cierto que cada hogar, comunidad, país o persona anhela la ansiada paz, pero es aquí donde el saludo de paz de Jesús, ‘shalom’, se entrampa, ya que es muy difícil hablar de ella y el cuidado común de la casa cuando en muchos hogares falta el pan de cada día, el trabajo con un salario justo, la igualdad de oportunidades, el derecho a una mejora en la calidad de vida, entendiéndose por “calidad” no solamente el cubrir las necesidades básicas, sino el acceso al “desarrollo”.

La corrupción

Hasta hoy, el mundo de la política está en deuda y más todavía cuando se conocen casos de corrupción a todo nivel, con gobiernos corruptos que buscan eternizarse en el poder, empresas que financian campañas políticas para después cobrar sus favores a los propios políticos, coimas y lavado de dinero en cantidades estratosféricas y, lo que es peor, estos gozan de un fuero político que los hace personas intocables.

Cuando la política llega a estos niveles de impunidad es muy difícil que pueda edificar la ciudadanía, porque no se vive como un servicio a la comunidad humana y se convierte en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.

Es necesario que el mundo político se cuestione si realmente tiene un respeto fundamental por la vida, la libertad y la dignidad de las personas; de lo contrario, es muy poco probable que la caridad de la cual nos habla Jesús pueda ser el principio fundamental que inspire su don de servicio y razón de ser.

El Papa es muy asertivo al señalar que el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Además, esa acción por el bien común, cuando está motivada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.

Dice el Papa: “Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud”.

El fenómeno migratorio

Por ejemplo, hoy, más que nunca, se necesita una política migratoria que resguarde los derechos y deberes de los que llegan, pero también del país que acoge. Los musulmanes que han invadido Europa tienen que respetar las leyes del lugar y que sus guetos no afecten la convivencia y las buenas costumbres de quienes los reciben. No se trata solo de dar hospitalidad, sino también de preguntarse cuáles son los motivos por los cuales estas personas emigran de sus países de origen.

Es urgente profundizar e implementar políticas migratorias justas y caritativas, donde prime una mirada empática y misericordiosa sobre el que llega y que cada migrante no exija solo derechos sino también que asuma sus “deberes”.

Sin duda que el fenómeno migratorio ha padecido los vicios de una vida política que le resta credibilidad y autoridad a las acciones de las personas que se dedican a ella. En ese sentido, el mensaje del Papa afirma que estos vicios socavan el ideal de una democracia auténtica, poniendo en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o, con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la xenofobia y el desprecio por los que se han visto obligados a ir al exilio, etcétera.

¿Y el futuro?

Estos vicios han llevado a que el poder político solo apunte a proteger los intereses de una élite de privilegiados. Gran parte del aparataje político no ha reparado en que estas situaciones de pecado ponen en riesgo el futuro de la sociedad. Se genera, así, una ola de desconfianza que no da posibilidad a un proyecto real de desarrollo.

Sin embargo, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo para los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común.

La desconfianza en todos los ámbitos de la vida ha llevado a un individualismo a ultranza, donde pareciera ser que es imposible confiar, poner ideas en común y llevar adelante un proyecto. La desconfianza y el individualismo han sembrado una forma de vida que no contribuye en nada a una política que debe estar al servicio de la paz.

Una política justa

En pleno s. XXI, aún la política y todo su aparataje tienen muchas tareas pendientes, sobre todo en lo que se refiere a la necesidad de bajar los índices de pobreza y mejorar la calidad de vida de las personas. No se puede continuar alimentando a los más pobres con una esperanza de “cambio”, si en el fondo no hay una verdadera voluntad política de dar a cada persona lo que le corresponde.

No se puede pensar una política al servicio de la paz cuando en las comisiones de trabajo del parlamento, los senadores o los diputados tienen intereses creados, pues son juez y parte en la aprobación de las leyes. No se puede pensar en una política justa si los políticos, cada vez que piensan en un proyecto social, se miran el ombligo y el de los empresarios para ver si suben algún porcentaje de sus impuestos, en vez de traspasárselo casi siempre al ciudadano común.

Si la política quiere estar al servicio de la paz, debe tener una mirada transversal de la sociedad y no vertical. No se puede desgranar el choclo siempre desde arriba hacia abajo, sino que alguna vez debe empezar desde abajo. Si la política mirara hacia el bien del otro, seguramente que las cosas serían muy distintas, en el bien entendido de darle las herramientas necesarias a las personas para que evolucionen en lo material, espiritual, cultural, profesional y también en “calidad de vida”.

Respeto a cada persona

Cuando la política de un país se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas, es muy probable que alcance un desarrollo con mejores índices de crecimientoeconómico, de trabajo y de educación, etcétera.

Se dice que la paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. Me pregunto cuánto tiempo más ha de pasar para que quienes esperan de la política “algo más” no continúen en la expectativa de ver si tantas buenas intenciones y promesas políticas serán cumplidas. Me temo que gran parte del mundo político no ha entendido su rol ni menos que la política debe estar al servicio de la paz.

Los que aún creen en la política, con esperanza e incertidumbre, esperan que la vocación de servicio supere a la vocación de los intereses creados, que la clásica repartija de la torta y el “cómo vamos ahí…” disminuya, para que realmente otros también participen. Si el mundo político no asume el verdadero espíritu de servicio que le toca, desgraciadamente, continuarán en un estado terminal sin fecha de recuperación y, lo que es peor, “otros” terminarán siempre pagando el costo.