Tribuna

La “nueva Iglesia”, una amenaza latente

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El ensayo de diecinueve páginas que escribió el papa emérito Benedicto XVI, y que hace poco ha sido criticado y rechazado por algunos sectores progresistas, sigue siendo objeto de censura, de reclamos y de anticuerpos por parte de un sector de la Iglesia católica alemana. Este ensayo no alcanzó a ser presentado en el encuentro de los presidentes episcopales, convocado entre el 21 y el 24 de febrero de 2019 por el papa Francisco, para discutir la crisis de abuso sexual.

Dado que el ensayo de Benedicto XVI no llegó a manos de los presidentes episcopales, tiempo después el papa emérito decidió hacerlo público. La crítica apunta a que sus afirmaciones en el “ensayo” no están en consonancia con los valores y los principios de la sociedad de hoy; es decir, los de una sociedad permisiva, relativista y donde el concepto de pecado se ha borrado de las conciencias. Evidentemente,  choca con los sectores progresistas de nuestra Iglesia por considerarlo casi anacrónico. Pero más grave aún es que la “nueva Iglesia” o “cato protestante” ─así es como la llaman─, que se supone está compuesta por católicos no cree en los valores fundamentales del Reino: Vida eterna, gracia, cielo, conversión, etcétera. Incluso se estudia la necesidad de plantear una nueva moral cristiana donde al parecer todo está permitido y nada es pecado. En efecto, todas las situaciones de los LGTB serían abordadas y aceptadas.

Fue a partir de finales de 1968 cuando la Iglesia se dejó contaminar por una sociedad secularizada y a renglón seguido, dentro de la propia Iglesia proliferó un sector más liberal, en ruptura con la Tradición, la Palabra de Dios y el espíritu del Vaticano II. Sumado a esto, en los seminarios surgieron los “lobby gay”, los cuales dieron cabida a una moral relativista y donde se fraguaba un nuevo caminar de la Iglesia, como también la necesidad de posicionar en lugares de mando de primera línea a personas con esta forma de pensamiento y tendencia. Es decir, junto con pregonar una moral más permisiva para las conductas humanas, también necesitaban alcanzar el poder para hacer los cambios.

Ante esta situación, el ensayo de Benedicto XVI caló hondo y no gustó. Primero, porque acusa a quienes lo critican de que buscan construir una moral y teología sin Dios; y segundo, porque su forma de pensar no está en sintonía con un espíritu en continuidad con el Vaticano II.

El enemigo interno

Una de las críticas del ensayo, una teóloga alemana, curiosamente, en un escrito sobre teología de cuatro páginas, no escribió ni una sola vez la palabra “Dios”. Habría que preguntarse: ¿se puede escribir algo sobre Dios y no nombrarlo? ¿Qué sentido tiene hablar de teología si no se menciona a Dios en la reflexión? Sin duda que un sector de la Iglesia alemana apunta hacia una “nueva Iglesia”, con una moral cristiana renovada donde no figura Dios; es más, Dios estorba y llega a ser molesto para muchos. Me atrevería a decir que ese malestar ha traspasado fronteras y también ha calado en Latinoamérica. Y no es novedad de que en nuestras comunidades y parroquias o facultades de teología haya sacerdotes, religiosos, teólogos y teólogas que no creen en la Tradición de la Iglesia, la Palabra de Dios y la vida sacramental. Quieren una Iglesia líquida y a la medida del mundo, es decir, es la Iglesia que debe adaptarse a la sociedad, porque los criterios para relacionarse con los demás nacen de los contextos sociales y culturales. Por eso se entiende la postura de la “nueva Iglesia” o “Iglesia cato protestante”, que acusa y critica a los que adhieren a la Tradición y a la Palabra de Dios porque los consideran que no se actualizan en su discurso moral, cerrando las puertas a las nuevas realidades sociales.

A decir verdad, estoy seguro de que quienes aún creen en la Palabra de Dios, el Papa, la vida sacramental, no aceptan que esta sea la Iglesia que fundó y quería el propio Jesucristo. Estos “cato protestantes” o “Iglesia nueva” se justifican en la misericordia de Dios y, por tanto, no existe pecado porque Dios todo lo perdona. Desde un tiempo a esta parte, hay un sector de la Iglesia que busca vincularse y someterse a los criterios de este mundo pensando que así aumentarán los bautizados y los creyentes en sus filas, pero la realidad nos dice otra cosa. Así lo hicieron en su momento la Iglesia anglicana o los mismos protestantes y hoy tienen menos fieles de lo que pensaban.

Sin duda que como creyentes y fieles al papa Francisco hemos de rezar mucho. Aterra saber que en nuestra propia casa nos pueden robar todo, incluso hasta el don más preciado: “nuestra fe”. Como dice el adagio: “A Dios rogando y con el mazo dando…”. En efecto, no podemos claudicar a nuestros valores más preciados de nuestra fe: la Palabra de Dios, la Tradición, la Vida eterna y la vida sacramental. Si comenzamos a poner en tela de juicio estos principios, entonces es perfectamente adecuada la frase que el Señor pronunció una vez: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Cf. Lc 18, 8)”.