Tribuna

La Mochila de la Esperanza

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Hay muchos términos que se asocian a la esperanza: ilusión, expectativa, creencia. Para los cristianos es una de las tres virtudes mayores y nos anima a caminar hacia la Vida Eterna poniendo nuestra confianza en Cristo y apoyándonos en el auxilio del Espíritu Santo.



Los tiempos que nos tocan caminar están llenos de situaciones que invitan al desaliento. Más lejos o más cerca tenemos guerras, desigualdades, economías frágiles, políticas erráticas, puntas de iceberg de una realidad mayor que habla de jóvenes que no le encuentran sentido a la vida, de ancianos descartados, educación sin visiones, cultura degradada, estilos corruptos, dioses a medida, antipatías por filias o por fobias y varias otras mezquindades humanas que nos ponen en estado de des-esperanza. No hay espacio para la esperanza, ni para sembrarla ni para que crezca. La esperanza cristiana tampoco tendría lugar.

El único modo de seguir andando es poner el condimento de la esperanza. Y así no queda otra que pensar que la esperanza es una mochila pesada, que doblega, que molesta, que no tiene sentido llevarla, que parece que tiene un tronco dentro, que la vida se equivocó de puerta al dejárnosla como herencia.

Es verdad que la realidad no es alentadora y nunca lo fue. También es verdad que el pesimismo se invita solo y hecha a perder la mejor de las propuestas.

Imagino una tempestad en el mar, olas que nos baten y nos hacen sentir una fragilidad extrema y aparece un pequeño tronco de árbol al que nos aferramos. En momentos de bonanza ese pequeño tronco pasa desapercibido, pero ahora es lo que hay o lo que queda y, ese tronco, además de ser un puente de supervivencia indica que por ahí hay un árbol, hay tierra firme aunque la tormenta no permita la visión. Se trata de aferrarse a ese tronco. El mismo que nos pesa como mochila. El tronco que simboliza la esperanza en momentos en que la vulnerabilidad nos muestra quienes somos.

Darle vida a la mochila

Invito a darle nombre a ese tronco, a darle vida a la mochila para alivianar el peso. Puede ser amigos, familia, gratitud, ánimo, fe, corazón, Jesús.

Invito a dar otro paso y a mirar con un horizonte más amplio para visualizar a los que están en medio de tormentas y no pudieron sacar el tronco de la mochila y cada vez se les hace más pesada y más inservible. Un paso corajudo que se convierte en puente de esperanza.

Ese devenir del mar con más o menos olas, con más o menos tierra firme, es la vida misma si nos decidimos a vivirla en serio, la vida fluye así, entre lo bueno y lo malo, la esperanza y la desesperanza. Y aquí hay que darle lugar al coraggio, palabra que habla de valentía, de osadía, de audacia y que tiene la misma raíz que la palabra Corazón. Sí, hay que poner el corazón, sino todo está perdido.

Concretamente se  trata de tender la mano, de dar un poco de mi tiempo, mi sonrisa, mi gratitud, mi fe, mi Jesús. Esos regalos que Dios nos dio y nos da, esos dones que tienen la dinámica de aumentarse si se regalan y de empobrecerse si se guardan.

Cristo es esperanza para nosotros y lo será para los demás en la medida que no lo encerremos en la mochila. Busquemos en nuestra mochila ese coraje adormecido que le da latidos de vida a la esperanza cuando se convierte en mochila.

 

Imagen de Pexels en Pixabay