Tribuna

La importancia del “nosotros”

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Es muy difícil hablar de familia porque, mirando la historia y el mundo contemporáneo, nos encontramos ante realidades muy distintas. Van desde las actuales familias de Occidente y Norte del planeta hasta las gentes de la antigüedad clásica y las familias extensas, o clanes, de poblaciones tradicionales. Por mencionar los modelos más conocidos, pero existen otros diferentes.



No pretendemos situarnos en un plano sociológico encaminado a estudiar y a analizar las diversas formas de familia y sus rasgos distintivos, sino en un plano antropológico-reflexivo encaminado a comprender, con rigor, qué distingue a la familia de otras formas de relaciones interpersonales.

Una se pregunta por qué ante realidades tan lejanas se puede utilizar el mismo término, familia, o si es mejor no renunciar a utilizar el mismo concepto y considerar cada una de estas realidades de forma particular. El objetivo es poder mostrar por qué el concepto de familia puede aplicarse a situaciones tan diferentes entre sí. La categoría central en toda esta reflexión es la de “nosotros” y ahora se trata de ver qué significa, qué implica y qué beneficio comporta.

“Aquí ya no se trata tanto de vivir el uno para el otro como de vivir ambos para el ‘nosotros’” (Joseph de Finance). Esta cita puede servir para orientar la dirección a la que encaminarse. La cuestión parece complejizarse porque tenemos que preguntarnos qué es ese “nosotros” en el que queremos identificar la esencia de la familia. La solución consiste en entender cómo el “nosotros” viene superado por los individualismos y egoísmos, superación por la que los sujetos ya no miran solo el uno hacia el otro, sino que lo hacen juntos hacia esa nueva realidad.

En el “nosotros”, en la familia, la alteridad del otro sigue siendo tal y no puede ser absorbida en un vano intento de simbiosis que privaría a cada sujeto de su irrepetible peculiaridad, sino que se vive una nueva forma de existencia no reducible a su simple suma. En la familia persisten las diferencias de género y generación y son estas las que le dan su riqueza y fecundidad, pero hay una unidad en la que confluyen las intenciones individuales, aun cuando, como en el caso de los niños pequeños, no haya una conciencia explícita.

La supervivencia del “nosotros” está  en peligro por el peso de la libertad que puede generar cansancio hacia el vínculo al que está ligado e infidelidad al cumplimiento de las promesas iniciales. Se puede distinguir entre la familia y las llamadas “uniones de hecho” ya que, en la familia, el amor es el principal aglutinante, aunque no el único fundamento de su existencia porque necesita algo que le dé consistencia y estabilidad.

Célula esencial de la convivencia

De este modo se combinan el papel y la función de la institución que, en cada sociedad, ha reconocido a la familia dándole consistencia y estabilidad frente a todos sus miembros. La institución no es la que constituye la familia, fundada en el “nosotros” de los sujetos, sino la que garantiza y protege su permanencia más allá de la debilidad y precariedad de los sentimientos. El vínculo, de esta manera, ya no es solo un hecho privado, sino que se confirma ante todos los miembros del grupo social que se responsabilizan de su protección y promoción, como célula esencial de la convivencia.

Una reflexión aparte es para aquellas uniones que obtienen su fuerza del vínculo del sacramento del matrimonio cristiano. En este caso, la pareja ya no es el único núcleo sobre el que se funda la familia, sino que el vínculo es de tres: la pareja, como primera célula de la familia, y Dios ante quien se establece el pacto conyugal bendecido por él. En este caso, la debilidad de los compromisos personales encuentra apoyo en una voluntad superior que la sostiene y que, con la cooperación de los cónyuges, permite que la familia sobreviva más allá de todas las flaquezas e infidelidades a los compromisos asumidos.

*Artículo original publicado en el número de abril de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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