Tribuna

“Juzgar” con la misericordia de Jesús

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En muchas ocasiones, nos vemos en la necesidad de criticar y hasta, a veces, hacemos juicios prematuros sobre las personas. Pero estamos invitados a no juzgar “en el corazón a los demás”; por lo tanto, la consigna “perdonar” nos lleva a reconocer que la plenitud de la ley o la verdadera justicia es Jesús con su misericordia.

En el libro del profeta Daniel, nos encontramos con la figura de Susana y la ofensiva de los jueces del pueblo. Estos la enredan en un “adulterio falso, ficticio” y la obligan a decidir entre la fidelidad a Dios y a la ley o salvar la vida. De una u otra forma, ella permanece fiel a su marido, aunque sea una mujer que ha cometido otros pecados. Otro ejemplo de corrupción a destacar es el de la mujer adúltera donde todos la condenan, pero Jesús es el único que demuestra su compasión y perdón. En ambos episodios están presentes la inocencia, el pecado, la ley y los jueces corruptos. Frente a los pecados y la corrupción, la única plenitud de la ley es Jesús.

Es sabido que siempre la corrupción ha existido en el mundo, y jueces corruptos hay en todas partes. Ahora, ¿por qué se manifiesta la corrupción en una persona? Una cosa es el pecado: la persona peca, cae, es infiel a Dios, pero luego intenta no hacer más aquello que ofende a Dios y se arregla con él; por lo menos, es consciente del mal que hizo. Sin embargo, la corrupción es un pecado ¡terrible! Es un pecado que invade y ciega la conciencia, y no deja lugar a nada más. Los que son corruptos creen, con cierta impunidad, que lo que hacen lo están haciendo bien. En este sentido, ¡cuánta! impotencia, por ejemplo, ha causado el caso de la “ruta del dinero K” en Argentina y que aún no ve la luz verde. Hasta ahora muchos se han de contentar con ver algunos pagando sus culpas y todavía no caen los más importantes: “Cristina y cía.”, pues goza de un fuero político que aún la mantiene libre y sin ningún sentimiento de culpa, realmente “insólito”. Sin duda, que en estos casos cuesta aplicar la misericordia de Dios y no levantar el dedo para dictar sentencia. Pero en la óptica de Dios siempre hay que considerar su compasión y amor por sus hijos, sean como sean; es decir, Dios siempre va a condenar la acción de mentir, pero no al que miente, pues hasta el más asiduo mentiroso puede arrepentirse y recibir el perdón de Dios.

No obstante, en el caso de Susana, los jueces han sido corrompidos por los vicios de la lujuria y la amenazan con dar falso testimonio en su contra. Cuidado, no es el primer caso, la Biblia menciona otros falsos testimonios: el propio Jesús fue condenado a muerte con un falso testimonio. A su vez, en el caso de la mujer adúltera, esta es acusada de haber perdido la cabeza, alimentando en ellos una interpretación de la ley tan rígida, que no deja espacio al Espíritu Santo, es decir, se da una corrupción de legalidad o de legalismo contra la gracia.

La pedagogía de Jesús no incumbe en absoluto a los falsos jueces, que tienen “pervertido el corazón” o que comunican sentencias injustas oprimiendo a los inocentes y absolviendo a los malvados. Él, en cambio, dice: “Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra”. Y a la pecadora: “Yo no te condeno. Pero no peques más”. Esta es la plenitud de la ley, no la de los escribas y los fariseos, que habían corrompido la mente creando leyes e imponiendo cargas pesadas a las personas que ni ellos mismos estaban dispuestos a llevar.

Frecuentemente, pensamos en la maldad con la medida que nuestros vicios juzgan a la gente. En este sentido, somos rápidos al condenar. Es cierto que quisiéramos ver justicia pronto ante la astucia y la maldad de los corruptos; no obstante, al mirar a Jesús, hemos de tener presente cómo juzgamos. Jesús siempre juzgó con misericordia: “Ni siquiera yo te condeno. Ve en paz y no peques más”.