Tribuna

Jornada Mundial para la Vida Consagrada: Que no nos paralicen los números

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Muchos de nosotros aún recordamos la publicación de ‘Vita Consecrata’ en 1997. Todos éramos mucho más jóvenes y nos impactó aquella reflexión que nos invitaba a tomar conciencia de nuestra historia, sin duda llena de ricas vivencias comunitarias y pastorales, que merecían ser recordadas y también, cómo no, contadas. Treinta años después, esta inquietud de ‘Vita’ Consecrata sigue teniendo la misma vigencia.



Es cierto que algunos hemos sentido el “miedo de la reducción”: hemos aumentado en edad, ya no están entre nosotros aquellos hermanos o hermanas que fueron nuestros referentes vocacionales, hemos visto reestructurar comunidades, nos hemos marchado de alguna obra que estimábamos, echamos en falta las vocaciones de otros tiempos. Pero el mensaje de Vita Consecrata va mucho más allá. Aún tenemos por delante una gran historia que hemos de contemplar como memoria agradecida; y, a la vez, una historia todavía por construir. Acoger los desafíos que nos presenta el futuro pasa por asumir que la Vida Religiosa es don del Espíritu para la Iglesia.

Somos muchos los que intuimos que un nuevo estilo de Vida Consagrada está surgiendo para estos tiempos nuevos, aunque no acabamos de verlo del todo. Por fidelidad creativa al Evangelio y a nuestros orígenes fundacionales, se intuyen algunas realidades que son parte intrínseca de la Vida Religiosa y que siguen siendo de actualidad. En este tiempo en el que el contexto global nos invita a la autorreferencialidad y al individualismo, quizá la primera realidad intrínseca de la Vida Religiosa y que no podemos obviar es el “desafío de la fraternidad”; ser fraternos hacia nuestros hermanos de comunidad y para cuantos se acercan hasta nosotros, sean creyentes o no. Para muchos de nosotros, avanzados en años, sigue estando de actualidad la hospitalidad como misión, la escucha como servicio, la oración como apostolado, la presencia como testimonio y la alegría como mensaje.

Audacia profética

Es también un desafío para el tiempo que estamos viviendo lo que podríamos definir como “audacia profética”, entendida y vivida desde la “profecía de la fragilidad” para cuantos nos contemplan. Quizás el tomar conciencia de nuestra fragilidad pueda despertarnos a los caminos de sinodalidad que la Iglesia está demandando con tanta insistencia. Acoger de una manera efectiva, compartiendo misión y corresponsabilidad con tantos laicos que simpatizan y sienten como suyo el carisma.

Quizá también es tiempo de superar viejos prejuicios y rivalidades históricas, buscando acercarnos a las familias carismáticas afines en el campo de la misión. Con todo, en estos tiempos de “reducción”, la gran tentación de muchos de nosotros puede estar ligada al desánimo que nace de la fragilidad. Frente a estas tentaciones que apartan nuestra vida y misión del plan de Dios, tenemos nombres y rostros que, en tiempos críticos, se fiaron de Dios y se pusieron en camino: Abraham, Moisés, un buen grupo de profetas, Jesús de Nazaret y los primeros discípulos, nuestros propios fundadores. Que no nos paralicen los números, la edad, los miedos tan humanos y que a veces a todos nos asaltan.

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