Tribuna

Hay que estirar el alero

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Del Papa para abajo dicen que el Adviento es la época de preparar el corazón para que llegue Jesús, para darle cabida.

Personalmente sin desautorizar ese mensaje, creo que es un tiempo para estirar el alero.

Repasemos la historia de José y María agregándole el contexto y sacándole un poco el edulcorante de los villancicos.

Ambos eran judíos sometidos por los romanos, el matrimonio había comenzado de un modo apurado y el embarazo con un estilo extraño y único en la historia. Había mucho amor entre ellos y eran dos personas nobles, misericordiosas, resumiendo; un buen hombre y una buena mujer. Cumplidores de todas sus responsabilidades y por eso cerca del parto tienen que cumplir con la obligación del censo que mandó a hacer el emperador Augusto[1]. Debieron viajar de Nazaret a Belén, unos 160 km por zonas áridas y semimontañosas, sin autopistas porque el medio de transporte eran los burros y sin hoteles porque no había llegado el capitalismo, sólo algunas posadas. Muchos iban hacia Belén, imaginemos la cantidad de gente, el polvo del camino, la temperatura más bien baja. La añoranza de María por estar con su mamá, tan necesaria en estos trances y por qué no la preocupación de José, papá primerizo de un niño que no era cualquier niño. En el burro no se podían llevar mucha ropa y  mucho menos una cuna que con cariño habría fabricado José. Pero había que marchar y no había mucho tiempo, ni para el censo ni para el nacimiento. Belén estaría lleno de la gente que iba a censarse, más o menos como los shopping nuestros por estos días, y como ocurre estos días las posadas las habían ocupado quienes podían pagar y los sectores habitables de la ciudad por los que habían llegado primero y las casas de familia también. Después de un viaje largo (unos 5 días), peligroso y agotador para una embarazada, José y María llegaron a Belén al mismo tiempo que Jesús quería llegar al mundo. Este matrimonio joven estaba pasando una Noche Mala. Esa misma que nosotros llamamos Noche Buena.

Con todos los que les pidieron ayuda y no se las dieron, cerrándoles puertas y ventanas, se podría armar una buena lista de gente candidata al infierno (al menos así los representan en estos casos). Hay una mujer que también se la pone en esta lista y yo la sacaría. Es una mujer de esos que dicen “algo vamos a hacer”. “No tengo lugar en mi casa, pero en el alero donde duermen los animales podemos hacer un lugar”. Esta mujer se involucra, empatiza con la situación, no se lava las manos y estira el alero de su casa para que puedan entrar María y José. Y ahí sucede el milagro…Dios nace en su casa, entre sus animales y gracias a ella esta Nochemala se transforma en Nochebuena. La presencia de Dios da vuelta la historia y las historias personales de los actores de estas escenas. Como la viuda del Evangelio, esta posadera da lo que tiene y lo que puede[2].

Vengamos al hoy, no hace falta decir que hay muchos hermanos nuestros que, al modo de María y José y sin necesidad de un embarazo están pasando una Noche Mala, golpean puertas y nadie les abre, y si les abren no les hacen lugar. También hay muchos que egoístamente cuidan su metro cuadrado, su confort, su status y sin salir se ahí celebran la Noche Buena del consumismo y la indiferencia. Gracias a Dios está el tercer grupo, el de los “algo vamos a hacer” que muchas veces no tienen idea que pueden hacer, pero saben que, de modo metafórico, tienen un alero que pueden estirar, que saben compartir, que ejercen la solidaridad y esos celebran de verdad la Noche Buena con Jesús en sus casas.

Pensemos, en este Adviento, en esta Navidad, qué alero podemos estirar, a quién podemos cambiarle la noche, quizás a nosotros mismos, a un familiar, a un desconocido. La cuestión está en hacerlo. Sólo así, aún en un sitio frágil y sencillo o en unos corazones lastimados se vivirá la Noche Buena… porque a Dios le encanta hacerse presente en esos lugares.

Como decía el Santo Cura Brochero[3]: “Dios es como los piojos, le gusta andar entre los pobres”

 

[1] Cf Lucas 2, 1-7.
[2] Cf Marcos 12, 41-44.
[3] Sacerdote argentino, 1840-1914, canonizado en 2016 por el Papa Francisco.