Tribuna

Francisco Jordan, nuevo beato en una Iglesia en salida

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El pasado 19 de junio el Santo Padre Francisco autorizó al prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos a publicar el decreto de reconocimiento del milagro en orden a la beatificación del padre Francisco María de la Cruz Jordan, fundador de la Sociedad del Divino Salvador, la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador y los Salvatorianos laicos y laicas.



La salvación y la construcción del Reino

Lo sugestivo de este nuevo beato, en este momento particular de la Iglesia, fue la tenacidad de su pasión por el reconocimiento por parte de todos los seres humanos de la salvación dada en Cristo para la humanidad y, por ello, un profundo interés y compromiso con la Iglesia y la incidencia en la realidad social por parte del laicado. Diseñó un movimiento integrador de laicos y laicas, religiosas y religiosos que se insertaran en el corazón de las situaciones de rechazo a la fe y a la Iglesia, como también de rechazo a la construcción de un mundo más cercano al Reino.

De origen humilde, vivió las privaciones que viven todos los pobres de todos los tiempos, lo que le llevó a realizar sus estudios con muchas dificultades, contando con la ayuda de personas generosas que lo apoyaron al constatar su férrea voluntad de salir adelante en su deseo de ser ministro del Señor.

Había nacido en Gurtweil, pequeña población del sur de Alemania, un 16 de Junio de 1848. Sus padres, un sencillo cuidador de caballos y una madre laboriosa y serena. Y a los tres días de su 172 cumpleaños, el papa Francisco, abre el camino al reconocimiento oficial de su santidad.

La originalidad del nuevo beato

¿Pero cuál es la originalidad de este nuevo beato? Ser un hombre que por su pasión por Cristo y su Reino se comprometió a fondo desde su juventud en la búsqueda de relaciones que le llevaran a una mejor y mayor eficacia en el anuncio de la salvación dada en Cristo. Por su natural inquierud y deseo de compromiso, desde sus tiempos de juventud participó en los congresos católicos de Múchen, Friburgo, Constanza, en los cuales se debatían las problemáticas generadas por el kulturkampf (lucha por la cultura) y su rechazo a la Iglesia condicionada por normas restrictivas a su misión y por el despliegue de un racionalismo que descartaba a Dios de la sociedad y la cultura.

Se interesa por los medios más adecuados de la Alemania de finales del siglo XIX, como era la prensa en ese entonces, y se ofrece como voluntario para propagar las publicaciones de la obra de san Pablo, desde antes de lograr su ordenación como presbítero. Su tenacidad singular le lleva a buscar relacionarse con las personalidades que debatían los grandes asuntos de la sociedad y de la fe, del compromiso con la Iglesia y con la cultura.

Sintiéndose llamado al ministerio presbiteral en la Iglesia, realiza sus estudios ayudado por tutores y luego en el Seminario de San Peter y la Universidad de Friburgo de Brisgovia, donde concluye su teología. Dotado de manera singular para las lenguas, dada la dificultad de ejercer su ministerio en Alemania, es enviado a Roma por su obispo Lotar von Kübel al instituto San Apolinar para estudiar lenguas orientales.

Allí también persiste su intención de una novedad para la Iglesia y en sus búsquedas viaja a tierra Santa donde entra en contacto con el cardenal Massaia, cuyo estímulo y apoyo le incitan a diseñar su propuesta de una sociedad que integrara esta diversidad de vocaciones en la Iglesia para una evangelización transformadora, redactando el Proyecto de Esmirna.

Un movimiento en tres grados

Perfila su movimiento en tres grados. Grados que tienen la característica de no ser de mayor a menor sino de niveles en la intensidad de compromiso con los objetivos de la Sociedad Apostólica Instructiva, nombre que da al primer diseño de su obra.

Un primer grado de laicos y laicas, sacerdotes y religiosos hombres y mujeres que se dedicaban exclusivamente e los fines de la Sociedad. Un segundo grado de intelectuales, académicos y científicos que aportaran con su saber y con su ciencia a estos mismos objetivos, y un tercer grado de colaboradores de todos los estamentos de la sociedad que apoyaban con su testimonio y su acción estos mismos objetivos. ¡Hermosa propuesta de Iglesia en salida!

No le faltaron dificultades para su ambicioso programa, incluso críticas de quienes no le consideraron capaz de llevar adelante esa obra, pero su pasión por Cristo y por la Iglesia, su férrea convicción del valor de la integración de fuerzas, y su tenacidad para relacionarse con quienes pudieran ser puntales de lanza en la consecución del ideal, fueron mayores que todos sus críticos o detractores.

En ese momento de la Iglesia no se comprende su propuesta y tiene que ir cambiando, primero el nombre por Sociedad Católica Instructiva, luego la Iglesia le da el nombre de Sociedad del Divino Salvador, el que acoge con gozo, y la reducción de su movimiento a dos congregaciones religiosas, manteniendo el movimiento laical sobre todo en Alemania.

La Familia Salvatoriana

El 8 de diciembre de 1881 funda la rama masculina con tres cohermanos alemanes en la capilla del Convento de Santa Brígida en la Piazza Farnese en Roma, y el 8 de diciembre de 1888, con la baronesa Teresa von Wüellenweber (beata María de los Apóstoles), de la nobleza del norte de Alemania, la rama femenina, las que serán la Sociedad del Divino Salvador y la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador.

Por avatares de la historia, el movimiento laical, que había tenido un auge singular en Alemania, se diluyó y después del Concilio Vaticano II se re-estableció por iniciativa y liderazgo de los Salvarorianos de Estados Unidos, hasta su reconocimiento oficial por parte de los religiosos.

De manera que hoy tenemos la denominada Familia Salvatoriana compuesta por los Salvatorianos y Salvatorianas laicos y laicas, la Congregación de las Hermanas del Divino Salvador (Salvatorianas) y la Sociedad del Divino Salvador (Salvatorianos: ministros religiosos y ministros ordenados).

Teología al alcance de todos

En el Diario Espiritual del nuevo beato Francisco Jordan, Donald Skwor, historiador salvatoriano y hermeneuta de singular lucidez, encontró la clave de comprensión de su intencionalidad carismática: la popularización de la teología y la unión de fuerzas plurales en la tarea evangelizadora.

Hacer accesible a todos las verdades de la fe, en los registros lingüísticos del tiempo y para el tiempo, ante todo a niños y jóvenes, desarrollar un laicado adulto, sólidamente formado para el compromiso con la transformación de la Iglesia y de la sociedad, he ahí el programa de una Iglesia en salida que nos ha legado este nuevo beato de la Santa Iglesia.

El papa Francisco entrega a la Iglesia este modelo de bienaventurado que soñó con una Iglesia en salida y reta a los seguidores y seguidoras de Jesucristo, laicos y laicas, religiosos y religiosas a seguir la misión de no descansar en este propósito, por todos los medios que el amor de Cristo nos inspire, en especial de los más adecuados a estos tiempos. Este es el gran desafío y la singular aventura a la que estamos llamados los que quieran unirse a la propuesta singular y novedosa de Francisco María de la Cruz Jordan.