Tribuna

En una playa de Calabria

Compartir

Podría ser un buen título para una novela, sin embargo, es el subtítulo de la noticia que anuncia la muerte de cuarenta y tres personas -entre ellas dos niños y un bebé recién nacido- en el Mediterráneo. Los cadáveres aparecieron ayer, domingo 26 de febrero, en una playa de Calabria. Estas cuarenta y tres personas, que no olvidemos son hermanos y hermanas nuestros, han perdido la vida, alguno sin haberla estrenado todavía, para buscar una vida mejor, en paz, con alegría para los niños.



A estas noticias no te puedes acostumbrar nunca y, casi de inmediato, me ha brotado una oración por su descanso y en acción de gracias por el Dios misericordioso y lleno de ternura que ya los ha abrazado; y otra de petición de perdón por nuestro silencio y, en muchas ocasiones, por ser inconmovibles a estas tragedias.

En plena Cuaresma

Estamos en Cuaresma y leemos muchas interpretaciones del ayuno, del sacrificio, de la Cuaresma en sí misma. Este domingo, el Evangelio nos presentaba las tentaciones y, asistía a una celebración litúrgica de lo más decepcionante, donde hacer una lectura más literal del Evangelio en la homilía hubiera sido imposible. Y no he podido evitar pensar que la mayor tentación para nosotros es vivir para dentro y no para lo que los demás necesitan.

 

Las víctimas de la playa de Calabria ya no nos necesitan. Las necesitamos nosotros a ellas, para aprender a abrir nuestra mirada, para dejar de apostar por un cristianismo que, todavía, busca en grandes concentraciones su razón de ser. Y eso no es así. Gastamos muchos recursos económicos y humanos en justificarnos porque, en el fondo, nos sabemos ya irrelevantes y no queremos aceptarlo. Esto es una tentación en la que caemos y nos disociamos de lo verdaderamente importante.

Aportando soluciones

Si nos dedicáramos a ser lo que tenemos que ser, sencillamente hermanos y amigos, estaríamos concentrados aportando las soluciones necesarias para que ese bebé de la playa de Calabria hubiera conocido la vida. Y nosotros tendríamos credibilidad y relevancia sin buscarla o, mejor dicho, sin haberla perdido.

Sin la más mínima duda, el Mediterráneo es un mar santo.