Tribuna

En salida hacia los jóvenes

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El estallido social que vivió Colombia el año pasado puso en evidencia, entre otras cosas, la creciente distancia que los jóvenes perciben entre ellos y la Iglesia. Mientras, por un lado, en muchos escenarios la Iglesia se hizo presente buscando salidas sensatas y dialogadas a la crisis, eran muchísimos los que veían con sospecha esa presencia e incluso exteriorizaban su incomodidad: “No nos representan”.



Con la sola pretensión de compartir mis vivencias en esos días, espero, al menos, provocar la reflexión y estimular el llamado a no claudicar por una pastoral juvenil capaz de ponerse en salida a los espacios donde hoy habitan cotidianamente los jóvenes.

Volviendo a lo vivido en aquellos días de crisis social, el reto grande que experimenté fue el de buscar con humildad y apertura mental entender el contexto para mirar la manera de recuperar confianza, tender puentes y hacer camino con una juventud necesitada de acompañamiento. Más adelante he emprendido un ejercicio de escucha, parroquia a parroquia, en el que los jóvenes han sido una prioridad. No se guardan nada, no les preocupa si las palabras duelen. Pero escucharlos hace mucho bien.

Mucha desconfianza

“La Iglesia es hipócrita”, “son abusadores”, “manipulan la conciencia de la gente”, “solo les interesa el dinero”, son algunas de las frases que se repiten encuentro tras encuentro. A medida que avanzamos voy entendiendo que hay muchos prejuicios, mucha desconfianza. Aquello que los jóvenes encuentran en las redes sociales, incluso algunos docentes están sometiendo a los jóvenes a una cruda ‘colonización ideológica’.

Lo que evidencia todo esto es que los jóvenes están expuestos, que sus entornos protectores (familia, escuela, etc.) cada vez son menos capaces de comunicarles puntos de referencia sólidos, de transmitirles la fe y los valores que les permitan enfrentar con sentido crítico lo que van encontrando en el ciberespacio, en la academia y en tantos otros escenarios.

Hay esperanza. Si bien puede intimidar escuchar tantas frases duras, se atisba en el corazón de las nuevas generaciones una chispa que debemos reconocer: les preocupa la injusticia, les angustia la depredación de la ‘casa común’, quieren un mundo mejor. No desean muchas palabras, pero sí están ávidos de experiencias de vida. Allí se abre una perspectiva. Los jóvenes son la mayor oportunidad que hoy tenemos.

Tender puentes

La realidad que vivimos confirma la necesidad de ponernos en salida hacia ellos como territorio de misión, como territorio sagrado, al que debemos entrar con los pies descalzos del respeto, de la humildad, del apostolado de la escucha, del hacer camino para tender puentes y pacientemente anunciarles, primero con el testimonio y luego con palabras, la belleza del Evangelio de la vida.

Jesús invita constantemente a no temer. No tengamos miedo a dar el primer paso con el entusiasmo que lo hace el papa Francisco en Christus vivit: “Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho. Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo” (n. 107).

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