Tribuna

El Sínodo, un proyecto ¿viable o inviable?

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En la tarde del 27 de octubre se terminó de redactar el documento final del Sínodo de los Obispos acerca de ‘los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’, el cual quedó estructurado en tres partes, doce capítulos y en solo sesenta páginas. El escrito fue aprobado por los dos tercios del Aula y luego tuvo la autorización del papa Francisco para su publicación.

A la hora de hacer una reflexión sobre este acontecimiento, quizá lo primero que se desprende es que no tuvo o no colmó las expectativas que se vertían sobre él, sobre todo desde el sector más “liberal y progresista”. Aunque si algo hubiera que destacar por sobre otros como algo relevante, fue sin duda el aspecto de la “sinodalidad” que dio cabida a la participación de carácter “consultiva” pero no “deliberativa” de más de treinta jóvenes que estuvieron en las comisiones de trabajo y que a la posteridad marcó un precedente digno de destacar.

A esto habría que señalar el manto de dudas y de sombras que pululaba en el Sínodo entre los que están en consonancia con la Tradición y los que manifiestan un pensamiento rupturista con este último. Y en ese sentido, la “moderación” del papa Francisco en sus intervenciones buscó siempre la necesidad de llegar a consensos. Quizá su preocupación por buscar siempre un acuerdo de más de los dos tercios de los que participaron se diera sin problemas o bien en su deseo de “continuidad” con la Tradición y el Magisterio apostó por la mesura y no por la polémica. No obstante, este Sínodo ha de interpretarse con algunos elementos de discernimiento, es decir, como algunos señalan: un criterio de ruptura con respecto al Magisterio y la Tradición; o bien un criterio de continuidad con las enseñanzas de Jesús.

La familia

Vemos que en algunas temáticas que se trataron, por ejemplo la “familia”, hubo un pleno consenso de que los valores que la sustentan deben privilegiarse, como también motivar la urgencia de que los padres sean los verdaderos primeros promotores y educadores de la fe de sus hijos.

En el ámbito de la sexualidad, los jóvenes ven la moral sexual como una opresión, con más prohibiciones y restricciones que libertades: “frecuentemente la moral sexual es percibida como un espacio de juicio y condena…”; se reconoce la moral sexual como algo represivo; pero lo que no dice es que esta deba ser cambiada o modificada. Quizá el error de la Iglesia ha estado en el cómo y de qué manera la ha mostrado al mundo.

Con respecto a las personas con tendencias homosexuales y su acompañamiento, –iniciativa que la Iglesia ya venía haciendo–, ni siquiera alude al término que generó más de alguna polémica: LGTB. Además, dice que se hará con ellos un discernimiento para que estos puedan hacer un camino espiritual que les permita ser admitidos a la comunión. No dice que habrá una apertura total a estas realidades sociales, sino que habrá una acogida concreta y se buscará las “formas” de incorporarlos.

La sinodalidad

Otro aspecto importante es lo que tiene relación con la “sinodalidad”, es decir, la apertura y “participación” en los ámbitos de la toma de decisiones de la Iglesia, donde los laicos se sientan representados y tomados en cuenta por la jerarquía de la Iglesia, aunque muchas veces no tengan una participación “deliberativa”. No se puede llegar a la idea de un parlamento donde todo se decida por consensos; entonces, es necesario “escuchar” a todos los sectores.

Otro tema es el lugar de las mujeres en la Iglesia; pero no dice nada revolucionario, ya que reitera, nuevamente, que estas sean consideradas en los ámbitos académicos y ojalá con cargos de responsabilidad a todos los niveles; por ejemplo, en el dicasterio para los laicos y la familia, en el cual ya tienen participación.

En este sentido, si nos remontamos al término del Concilio Vaticano II, donde Pablo VI padeció las consecuencias de su encíclica ‘Humanae vitae’, cuando pone en marcha el Concilio, él siente como un retroceso… y llega a decir: “por alguna grieta, el humo de satanás ha entrado a la Iglesia”. Hay una minoría “liberal y de élite” (obispos), que arrastraron a otros y que buscaron que sus ideas fueran consideradas en el documento final; pero el Papa no las aprobó. Así fue como la letra del Concilio fue olvidada por estos grupos de élite, que apelaban al “Espíritu del Concilio”, pero en ruptura con las enseñanzas de Cristo. No obstante, con Juan Pablo II, y más con Benedicto XVI, se aplicó este “Espíritu del Concilio” pero ya no en ruptura sino en continuidad con el Concilio.

El Sínodo que acaba de terminar, seguramente, se confrontaron líneas de pensamiento distinto, es decir, hubo un ala progresista junto a una más tradicional. Es difícil ver cómo se conjugan en la práctica estas dos caras del Sínodo. Se dice que la “sinodalidad” se da cuando avanzamos juntos, todos los organismos del pueblo de Dios que deben participar para que se escuche al mundo laical. Lástima que la aplicación de las conclusiones de este Sínodo y el éxito de este no va a depender solamente de estos dos modos de mirar a los jóvenes, el mundo y la Iglesia, ni tampoco de su “sinodalidad”, sino fundamentalmente de la respuesta de los creyentes y, por qué no decirlo, también de los no creyentes que se sintieron interpelados en la forma “documento” y en el espíritu las “ideas”.

 

Para comunicarse con el P. Fredy: ftobar@sanpablochile.cl