Tribuna

¿Dónde estás, hombre?

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El pensamiento bíblico es un pensamiento siempre abierto que va destejiéndose y volviendo a tejerse en el conocimiento dialógico entre Dios y el hombre. Diálogo en el cual no se ha dicho la última palabra ni sobre Dios ni sobre el hombre, que por cierto, es un ser abierto.



El hombre recibe su existencia gratuitamente, como un acto de amor de Dios, que no solo lo crea, sino que le prepara todo su entorno físico, acompañándolo en todos los días de su vida y le da algo de sí, su soplo vivificante. “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios”; en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material, es un horizonte; es creado “hombre y mujer”; Dios lo estableció en la amistad con él. Ideas que podemos recoger del Catecismo de la Iglesia Católica.

Hace algunos años, cuando el Papa Francisco visitara el memorial del Yad Vashem en Jerusalén, clamó al cielo con espesa angustia para que tragedias como las del holocausto nazi no se repitieran. Francisco preguntó: ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido? Recordando aquel momento del Génesis cuando Dios le pregunta a Adán, luego de cometer el pecado original junto a Eva, dónde estaba, dónde se escondía. Hombre, pregunta el santo padre, ¿Dónde estás? ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo?

Somos hombres huecos

De pronto, mientras las preguntas hacían su trabajo cuestionador en mi espíritu, recordé aquellos versos que T.S. Eliot escribió en 1925 y que dieron forma a sus hombres huecos: “Somos hombres huecos / somos hombres de trapo / unos en otros apoyados / con cabezas de paja” Hombres huecos, de voces roncas, sombras sin color, como almas perdidas y violentas sembrando oscuridades sobre la piel de una tierra cada vez más baldía. Hombres huecos viviendo en el centro de una espiral de miedo. Temiendo, como señalara San Juan Pablo II, que los propios frutos de su entendimiento y voluntad, terminen volviéndose con él mismo.

Hombres huecos, descansando tranquilos en su mediocridad, viendo cómo sus almas se espesan en ciénagas sosegadas, conformistas, indiferentes, llenando sus vidas de muerte, renunciando sistemáticamente a la luz. José Luis Martín Descalzo, sacerdote y escritor católico, escribe que solo tiene luz quien ha ido recogiéndola, cultivándola. La luz, la belleza, están en el mundo, pero debemos aprender a recogerlas comprendiendo que hay que empezar por tener las manos siempre abiertas. El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios.

¿Qué has hecho? ¿Qué estamos haciendo?

En la encíclica ‘Evangelium vitae’, san Juan Pablo II, se hizo preguntas similares a las que hoy se hace el papa Francisco, referidas a Caín, asesino de su hermano. Explica el papa Juan Pablo II que “la pregunta del Señor ‘¿Qué has hecho?’, que Caín no puede esquivar, se dirige también al hombre contemporáneo para que tome conciencia de la amplitud y gravedad de los atentados contra la vida, que siguen marcando la vida, que siguen marcando la historia de la humanidad; para que busque las múltiples causas que las generan y alientan; reflexione con extrema seriedad sobre las consecuencias que derivan de estos mismos atentados para la vida de las personas y de los pueblos”.

Hombre ¿Dónde están tus ideales? ¿Dónde las cosas grandes, buenas y bellas? ¿Por qué has hecho del milagro de la vida un largo bostezo de aburrimiento? ¿Qué te hizo olvidar que la vida es una larga promesa de alegría? Viktor Frankl afirma que el único modo de soportar la vida es siempre tener un fin por el cual vivir. ¿Qué te pasó, hombre moderno, que te olvidaste que el amor es tu verdadera vocación? El amor nos revela el sentido de la vida por ser el encuentro con otra persona como donación gratuita e incondicional. El Santo Padre Francisco nos recomienda permanecer en la fuerza viva del Evangelio, esa fuerza es capaz de transformar los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes de inspiración y los modelos de vida. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz ArteagaProfesor y escritor. Maracaibo – Venezuela