Tribuna

Don Gabino, obispo conciliar y apóstol de la reconciliación

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Don Gabino Díaz Merchán, fallecido el 14 de junio en Oviedo a los 96 años de edad, recibió la ordenación episcopal un tórrido 22 de agosto de 1965 en la Plaza Mayor de Guadix-Baza. Pocos días después, oliendo el Santo Crisma, tuvo que emprender viaje a Roma para asistir a la IV Sesión del Concilio Vaticano II.



Aunque era la última, todavía se debatieron y votaron documentos sobre cuestiones muy importantes, como la Gaudium et spes, el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos, la declaración sobre libertad religiosa, la formación y el ministerio de los sacerdotes… Tan importantes fueron para él esos tres meses, que él mismo dijo que habían sido el mejor noviciado para su vida episcopal. Le transformaron. Se sorprendía porque había hecho la tesis doctoral sobre Eclesiología, precisamente con el P. Joaquín Salaverri, SJ, perito del Concilio para una materia que allí dio un giro vertiginoso y que él supo asumir.

Llegó a Asturias en el momento oportuno y fue el obispo idóneo para la situación que atravesaba. Sucedió al cardenal Tarancón, que había iniciado un episcopado pastoral y renovador muy dinámico, pero que tropezó con la crisis minera y las huelgas, que abrieron una discrepancia muy tensa con un sector del clero asturiano que exigía un mayor compromiso de la Iglesia y del arzobispo, que espiaba y enfurecía a los gobernantes de aquel momento. El suelo estaba minado.

Inesperadamente, D. Vicente recibió el nombramiento como arzobispo de Toledo. El cambio fue rápido, en días, casi sin protocolo de despedidas. No guardó buen recuerdo el cardenal de sus cuatro años asturianos. Casi ni los menciona en sus ‘Confesiones’ (PPC, 1996). Lo que sí ha dicho es que le dejaba a Díaz Merchán un clero dividido (estaba muy viva La Hermandad Sacerdotal), una Iglesia muy comprometida en lo social y tensionada con la autoridad civil, y sin acabar todavía con los viejos anticlericalismos de la revolución del 34.

El obispo rojo

D. Gabino venía curtido en lo social, sobre todo de Guadix, donde había iniciado, después de visitar toda aquella diócesis, un Plan Social Diocesano, algo novedoso, y venía de trabajar antes en Toledo con la Acción Católica y los movimientos apostólicos. Su paciencia, su capacidad de diálogo, de escucha, de compresión, de aguante, y su verdadera voluntad de contribuir con la doctrina y el compromiso social de la Iglesia a la solución de los problemas, le fueron dando credibilidad y prestigio.

Pasó noches oscuras, recibió incomprensiones, tuvo rodeada por la policía la residencia episcopal y la imprenta diocesana, le llamaron el obispo rojo, pero supo imprimir a la Iglesia de Asturias un estilo pastoral como respuesta evangelizadora al momento y situación que se vivía. No se puede escribir la historia de Asturias sin reconocer la influencia de su persona, tanto en lo religioso como en lo social.

Lo que pasa es que fue un hombre sencillo, humilde, que nunca buscó protagonismos, sino el bien de la Iglesia y de Asturias. No hay duda de que dejó una Asturias más reconciliada y una Iglesia más social. Para la diócesis de Oviedo, fue una larga bendición, porque disfrutó con él uno de los episcopados más largos.

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