Tribuna

Apóstol de los detalles

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Debo confesar que, hasta hace muy poco, no sabía quién era la Madre María Félix. Nada sabía de su vida, de su pensamiento, de su obra. Aunque, debo corregirme, de su obra conocía los colegios Mater Salvatoris, pero nada que los vinculara con esta mujer nacida en Huesca en 1907. Será a raíz de mi ingreso como profesor en el Mater Salvatoris de Maracaibo cuando entro en contacto con ella.



Lo primero que puedo comentar es que, una vez dentro de la institución, resulta imposible no ver su rostro. Todo se parece a ella. Mi primer contacto con su rostro me lo brindo una fotografía en la cual su mirada parece contemplar el horizonte. Ese punto en el cual lo divino y lo terrenal se abrazan para mostrarnos un más allá del mundo, esa otra orilla de la cual habla Cristo en el Evangelio de San Marcos. Una mirada que, como ella misma escribe, aprendió a amaestrar los sentidos y la inteligencia “para discernir lo bueno de lo malo, de lo evangélico de lo mundano, lo que agrada a Dios de lo que no le agrada”. Una mirada que, también lo confieso, me gustaría tener.

Apóstol de los detalles

Un detalle abrió la herida que provocó el amor de Cristo en su interior. Alrededor de los 14 años, tuvo una experiencia que impactó en su vida. Era alumna en el internado La Enseñanza, colegio de la Compañía de María, en Lérida. Junto a unas compañeras decide entrar en la alcoba de la Madre Prefecta, Purificación Arnaldo. Pensó que hallaría allí una alcoba con muebles finos y bonitos, quizás algo digno del cargo que ostentaba. Sin embargo, al abrir la puerta: un detalle. “¡Qué sorpresa, Dios mío! Un pobre catre, una mesa de pino con un Cristo, un palanganero de hierro, sencillísimo, con una pequeña palangana de porcelana, una silla enea… y nada más”. En ese nada más arde otro detalle: la verdadera riqueza que despierta “la sorpresa por el gran misterio de amor a la Redención”.

Otro detalle que me ha brindado su biografía se refiere a una frase que hizo nido en mi corazón. Ante una deuda que no podía pagar, una deuda que superaba sus posibilidades, en vez de entrar en desesperación o angustia, se arrodilló frente a un Cristo que presidía la sala donde se hallaba. Le dijo al Señor: “Pagadla Vos, que yo no puedo”. Así de simple, así de profunda era su confianza en Dios. La deuda fue saldada, pero no como producto de un evento mágico. La fe no es magia. Ella misma lo reconoce cuando escribe que “Dios puede improvisar un santo sin sujeto recto; pero Él quiere que pongamos de nuestra parte el soporte humano digno de la santidad”.

Un detalle para mí

Viví recientemente una situación de apremio familiar. Una situación que me presionó mucho. Me sigue presionando, al menos en estos momentos en que escribo estas líneas. Compartí mi dificultad con la Madre Esperanza Godín, directora del Mater Salvatoris. Ella, sin pensarlo mucho, me dijo que le pidiera a la Madre María Félix, su intercesión. Así lo hice. Curiosamente, cuando le pedí, me gobernó un convencimiento que, todavía hoy, me extraña. Le pedí, no que me resolviera el problema, sino más bien, que me permitiera cierto desahogo para que la carga no fuera tan pesada. Ella, cual cireneo, me ayudó a cargar la cruz. “¡Qué sorpresa, Dios mío!”, ocurrió. De una manera contraria a la lógica de estos tiempos, su intercesión fue efectiva.

Y es que, aquí otro detalle que generosamente me ha brindado, enseñarme que “la única sabiduría empieza en el darse, por amor a Cristo desposeído de todo”. Qué hermosa estampa, tan viva y poderosa como el Cristo abandonado de Chiara Lubich, o el Cristo de Velázquez de Unamuno. La cura para todo dolor, para toda angustia, para toda crisis es, justamente esa, darse por amor… y nada más. Darse a mayor gloria de Dios Mantengamos la fe. Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y docente. Maracaibo – Venezuela