Rosario Hermano

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“En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”

Hace algunos años Rosario Hermano tuvo la oportunidad de recorrer las calles donde nació su abuelo paterno, en Italia. Entonces comprendió por qué sus ancestros, cuando inmigraron a Uruguay, se ubicaron en la Ciudad Vieja de Montevideo: “era lo más parecido que había al barrio Pendino, de donde ellos venían, que es un barrio muy pobre, de callejones pequeños, al lado del puerto de Nápoles”.

Rosario nació en Montevideo, el 16 de mayo de 1962, “en un hogar de clase media empobrecida, formado por un padre trabajador, una madre ama de casa y un hermano nueve años mayor que esperaba una hermanita”. La fecha prevista para el parto se anticipó un mes: “estaba apurada por no perderme nada de la vida”, comenta afablemente.

Recuerda que su mamá “era muy apegada a Dios”. De niña la acompañaba a misa, especialmente durante el mes de María Auxiliadora. “Esa fe en Dios se propaga sobre todo por línea materna –dice–, como si fuera un gen dominante”. Al hacer memoria de su infancia, también evoca los tiempos de la dictadura. Algunos de sus familiares fueron perseguidos o presos por motivos políticos: “yo era niña, vivía con mucho miedo y, a la vez, con la sensación de que esas situaciones eran muy injustas, por eso, aunque era difícil, no dejaba de visitarlos, les daba ánimos, escribía cartas, era necesario hacerse presente”.

Ante estas realidades, encaró la vida con coraje y confianza en Dios. Su fe se tradujo en praxis y se aferró a algunos valores como la justicia y la libertad, que la llevarían a asumir compromisos sociales, políticos y religiosos.

Su experiencia cristiana se fue acrisolando en los grupos parroquiales. Se formó en la Pastoral juvenil, primero, y en el Oficio Catequístico del Uruguay, después. En este ambiente de compromiso eclesial y creatividad pastoral conoció y consolidó una entrañable amistad con Néstor Da Costa, con quien se casaría después. “La comunión y participación de la que tanto se habla en la Iglesia nosotros la vivenciamos en los distintos órganos de coordinación de la pastoral”. De la mano de pastores como monseñor Carlos Parteli, la Iglesia les abrió espacios para “pensar, discutir y comprometerse con el pueblo, con los pobres, y con todos aquellos que estaban sufriendo y no encontraban esperanzas”.

Luego, como joven-adulta, participó en el MIIC Pax-Romana y, concretamente, en el Movimiento de Profesionales Católicos, un espacio de reflexión y compromiso social –del cual aún hace parte– donde se convenció de que “la eclesialidad y la ciudadanía se construyen al mismo tiempo”, como decía Patricio Rodé, un uruguayo que llegó a ser presidente mundial del Movimiento.

Amerindia

Su vida normalmente ha sido agitada y multifacética. Actualmente, más de la mitad de su tiempo lo destina a la Secretaría Ejecutiva de la Fundación Amerindia, una red de católicos con espíritu ecuménico que hunde sus raíces en la tradición liberadora de la Iglesia latinoamericana. “Me corresponde coordinar y ejecutar lo que el Comité Coordinador piensa, discierne y organiza”, explica, y agrega que “me honra poder participar de este proceso que agrupa a tantas personas, colectivos y comunidades”.

También cree en la capacidad transformadora de la educación, tanto en la escuela y en universidad como en los ámbitos de privación de libertad. Da clases de ética –su área de especialidad– a grupos de pregrado y posgrado de la Universidad Católica de Uruguay, dedica dos horas semanales a la enseñanza de la biología –su primera carrera– a un grupo de jóvenes de 4º año de secundaria en una escuela pública, y es investigadora y formadora del Programa de Seguimiento en Estudios Penitenciarios, donde busca aportar “un granito de sal”, porque dice que “la sal se diluye pero da sabores nuevos a una realidad marcada por la exclusión y el dolor”.

Además de esto, semanalmente práctica hidrogimnasia y le fascina la lectura y la playa –en el verano–, lo mismo que disfrutar la dimensión festiva de la vida.

Lo que más valora de su itinerario es la capacidad que ha desarrollado para acompañar, escuchar, ayudar y, si es preciso, llorar con el otro. “Me gusta encontrarme con otros, con amigos, compartir sueños, realidades, nuestro ser en profundidad, la vida, que es la verdadera praxis del encuentro y del amor”.

Con todo, su familia ocupa un lugar prioritario. Considera que ser madre fue un regalo de Dios cuando los médicos le decían: “olvídese de los hijos”. “Federico no solo iluminó mi vida sino que la llenó por completo y me ayudó a aprender otra forma de amor incondicional y entrañable. Después María Laura Gründel, su esposa y compañera de ruta, se integró a nuestra dinámica familiar como si hiciera parte de ella desde siempre, ¡es un encanto!”. El día de su matrimonio, ella con 20 y Néstor con 22 años de edad, leyeron el estribillo de un poema de Mario Benedetti que dice “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”. “Eso es lo que hemos vivido en estos 32 años que llevamos de casados y en estos 36 que llevamos caminando juntos”, concluye.

Texto: Óscar Elizalde Prada Foto: Archivo Particular

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