Retos de la construcción de paz en Colombia (II)

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Movilización en Bojayá en favor de la justicia

Las inevitables y abundantes heridas de la guerra pueden suscitar dos caminos: el de la venganza o el de la reconciliación. La venganza encierra muerte y desolación y nos hunde en el abismo de una guerra sin fin. El camino de la reconciliación nos abre el panorama de una nueva y esperanzadora etapa en la historia. La fe cristiana es maestra en la reconciliación y debe ofrecer el apoyo al país en estos momentos tan definitivos de la historia colombiana. No es un camino fácil, pero es la única vía para avanzar en la construcción de una paz estable y duradera. Los maravillosos ejemplos de muchas víctimas nos deben animar a recorrer este sendero.

La reconciliación no sólo abarca el reconocimiento de responsabilidades por parte de los victimarios y la disponibilidad al perdón por parte de las víctimas, sino que exige también la participación de esa gran parte de la sociedad que de alguna manera ha sido espectadora del conflicto armado, que ha sido indiferente ante el sufrimiento de las víctimas, complaciente ante la barbarie de los victimarios o ha estigmatizado a quienes han sufrido el rigor de la guerra.

En la edición anterior (VNC 156, p. 6) compartí algunos retos de la construcción de paz en Colombia: el fin del conflicto, la reintegración de antiguos excombatientes y la atención integral a las víctimas de la violencia. He hablado en las líneas precedentes, de la reconciliación; a continuación, me propongo hablar de (1) las agendas regionales de paz, (2) la pedagogía para la paz, (3) el cambio de modelo económico, (4) la superación de la ilegalidad y de la corrupción, y (5) la formación política de la sociedad civil.

(1) El tradicional centralismo político del sistema de gobierno en Colombia ha generado crecimientos regionales inequitativos. Mientras algunas regiones absorben los recursos del país y alcanzan altos niveles de prosperidad, en otras regiones el abandono estatal ha consolidado el empobrecimiento de millones de hombres y mujeres. Las regiones deben generar sus propios modelos de desarrollo a partir de agendas regionales de paz y desarrollo. Para este propósito hay que fortalecer liderazgos regionales honestos y competentes, y unas sanas y maduras relaciones con el nivel central. Es triste ver que en Colombia alcaldes y gobernadores deben mendigar ante el Gobierno Nacional los dineros y las obras que requieren los habitantes de sus regiones.

(2) Los acuerdos de paz con los grupos armados ilegales constituyen un logro muy importante para la sociedad colombiana. Sin embargo, la paz integral va mucho más allá. La paz empieza en el corazón de las personas y se traduce en paz familiar, escolar, con los vecinos, entre sectores de la sociedad, habitantes de barrios y veredas, sana convivencia entre grupos religiosos y étnicos, regiones y países.

Las diferentes violencias existentes exigen construir pedagogía para la paz. En Colombia, esta es una asignatura pendiente, pero debe ocupar un lugar privilegiado en los esfuerzos de la Iglesia Católica y de todas las iglesias, de las familias, de la academia, de las organizaciones sociales y del Estado. Sin pedagogía para la paz hay pocas esperanzas de cambios estructurales en Colombia.

(3) Aunque siempre existirá un sector de la población que optará por la vía del delito y la criminalidad, los estudios sociológicos demuestran que muchas personas entran en la perspectiva de la delincuencia al no encontrar oportunidades de estudio, trabajo, sana recreación y construcción de empresa. El modelo económico colombiano, inspirado en el capitalismo, es el responsable de la pobreza y la injusticia en que viven muchos colombianos. Esta constatación es una invitación a trabajar por el cambio de tal modelo, hasta lograr un país con un sistema económico más equitativo, solidario y con altos niveles de inversión social. Este desafío es un compromiso que la sociedad civil colombiana debe asumir, sin confundirlo con el modelo de socialismo totalitarista que tanto daño ha causado en muchos países.

(4) La ilegalidad y la corrupción son el principal cáncer de la sociedad colombiana. Los innumerables ejemplos que sostienen esta afirmación dan cuenta de la profunda crisis humana de nuestra sociedad, de nuestras instituciones y de nuestra tradición política. La corrupción administrativa, el narcotráfico, la minería irresponsable, el contrabando, la extorsión, la trata de personas, la evasión de impuestos, la deshonestidad frente al trabajo, son signos del desgaste de una sociedad en la que ni el evangelio de Cristo ni los valores éticos han hecho una incidencia profunda. Colombia debe despertar ante esta tiranía de los corruptos e ilegales para que la actual y las nuevas generaciones puedan gozar de un país en paz.

(5) La indiferencia política, la ignorancia frente a la realidad social, la falta de amor por el bien común y la anticultura de la corrupción son pesadas cargas de la débil democracia colombiana. La inmensa cantidad de personas que venden y compran votos; otras que han decidido no participar en la política; muchas que se quejan de sus malos gobernantes, pero no disponen de mecanismos de veeduría ni de reclamación, configuran una sociedad sin formación política. Llegó la hora de generar ciudadanos comprometidos y formados en la verdadera participación política, inspirados en los Derechos Humanos y la Doctrina Social de la Iglesia; sólo así combatiremos la politiquería y el dominio de las élites mafiosas y corruptas.

Nos queda un largo y hermoso camino para recorrer en búsqueda de la paz integral. El Dios de Jesús, el Padre misericordioso, nos acompaña.

Juan Carlos Barreto.

Obispo de Quibdó

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