Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.140
Nº 3.140

Lecciones de vida para acompañar en la enfermedad y preparar una buena muerte

“Mejor no cabe”. Son las palabras a las que nos acostumbró Cándido, mi padre, durante toda su vida, una vida de 90 años, y que con más fuerza verbalizaba en el tramo final de sus días.

En el mes de mayo, fue ingresado por primera vez en un hospital. Y los médicos que lo atendieron nos dijeron que habían encontrado un gran tumor en su cerebro. Fue entonces cuando eso que repito a menudo profundamente convencido, que “este mundo es bello y hermoso porque ha salido de las entrañas de Dios”, se tornó en mí, en mis hermanos y en toda la familia en un mar revuelto y encrespado de contradicciones y de absurdos.

Hasta que fuimos hallando sentido común y las virtudes cristianas que han permitido que vivamos este acontecimiento con algo de calma y un poco de equilibrio. Desde el silencio, el llanto, la oración y el amor hecho creíble en la vida de bastantes personas. De todo esto que he vivido durante los últimos meses quiero escribirte aquí, amigo lector.

He experimentado en primera persona esta realidad, pero he comprobado también qué es lo que, al final, en verdad nos hermana: la muerte nos llegará, con certeza incuestionable.

Con frecuencia nos sentimos embotados frente a los miedos constantes que nos acechan y paralizan; y uno de ellos es el miedo al dolor y a la muerte. Al menos, a mí me pasa; sin embargo, a veces tengo la sensación de que la verdadera vida solo llega a atisbarse en los rincones de la existencia, en las menudencias de cada día que luego encierran una de las grandes cuestiones vitales o en esos movimientos apenas intuidos por el rabillo del ojo cuando pensamos en la muerte.

Porque casi siempre pensamos que se mueren los demás, o preferimos mirar para otro lado, y lo nuestro lo vamos dejando al margen. Pero en un destello de la existencia, en un abrir y cerrar de ojos, por una fisura personal o familiar, se nos cuela en el alma el dolor profundo. Un dolor vivido con desasosiego o con paz ante la enfermedad y la muerte de alguien muy querido por nosotros, como un padre, una madre, un hermano, un amigo o esa persona que forma parte fundamental de nuestra existencia.

A mí me ha ocurrido todo eso recientemente con la enfermedad y la muerte de mi padre. Ha sido un tiempo de lucha, de búsqueda de soluciones, de calvario, de cruz, de presencias reales y creíbles, de decepciones, del progreso de la medicina, de los cuidados paliativos, de dejarse hacer, de silencio y de noche, de oración y de sequedad en el alma, de muerte; pero una muerte en paz y con esperanza cristiana, mejor, de dormición en el Señor y de confianza absoluta en Cristo resucitado, que es el garante de nuestra resurrección.

Un servidor, como hijo de Cándido, junto a mi hermana y mi hermano, con todo el abrigo de la familia, los vecinos, los compañeros, el saber estar, el respeto y el hacerse presente sin meter ruido de la Iglesia en oración, hemos experimentado la certeza de que el dolor y la muerte llegarán, y pedimos a Dios que en esos momentos ni se nos nuble el amor ni se nos aleje la paz.

Amigo lector, de esto quiero hablarte, por si te ayuda. Así lo he vivido en compañía de mis familiares, cuando hace apenas doce días que dimos cristiana sepultura al cuerpo de mi padre. Es una manera de hacer contigo este duelo por el que hay que pasar. Sé que mientras escribo este Pliego, que me ha sugerido la revista ‘Vida Nueva’, asomarán las lágrimas en mis ojos y brotará el llanto, pero te confieso que no siento rubor, porque de una u otra manera somos arrieros que nos vamos encontrando en el camino de la vida.

Lo hago con humildad, y te pido disculpas por todo aquello que consideres algo exagerado, pero ten la seguridad de que nace sin adornos del corazón de un hijo al que acaba de morírsele su padre y que hace cuatro años perdió también a su madre, Jorja. Ahora, mis hermanos y yo podemos decir que somos huérfanos; y aunque sabemos la teoría de que es “ley de vida”, lo cierto es que te recorre un escalofrío por todo el cuerpo y una sensación de precipicio bajo los pies que te congelan el aliento. No nos quedamos ahí, pero estamos pasando por esos momentos. Creo que no hay resurrección sin pasar por la cruz. (…)

Pliego completo solo para suscriptores


Índice del Pliego

INTRODUCCIÓN

I. LO QUE MI PADRE ME ENSEÑÓ SOBRE LA VIDA

1. Tiempo de preparar la tierra

2. Tiempo de siembra

3. Tiempo de cosecha y vendimia

II. LO QUE HE APRENDIDO CON SU ENFERMEDAD

1. Días de luz

2. Días de tormenta

3. Días de calor

III. EL LEGADO QUE ME HA DEJADO TRAS SU MUERTE

1. Una fe de amplios horizontes

2. Una esperanza a prueba de pérdidas

3. Cándido, nuevo nombre de la caridad

CONCLUSIÓN. Amén

Lea más: