Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.265
Nº 3.265

Conversión a la esperanza en Cuaresma

Existe un refrán castellano, muy usado en situaciones difíciles, que sostiene que “donde hay vida, hay esperanza”. Y así es efectivamente: la existencia humana, sobre todo cuando está amenazada de la forma que sea, se encuentra siempre sostenida por la esperanza y guiada por sus efectos bienhechores, de modo que las personas no lleguen a desfondarse.



La aceptación gozosa de la propia vida y el sentido de la realidad, como un caminar orientado hacia el más allá, pero siempre responsabilizados con el más acá, resultan posibles cuando actúa la esperanza cristiana. Sin su empuje no querríamos ni podríamos seguir en esta vida; nos apartaríamos de los otros y acabaríamos por aislarnos incluso de los más cercanos, llegando hasta el suicidio.

El suicida ha dejado de esperar, ya no sale de su dramática soledad. Cuando se ha perdido la esperanza, no hay ganas de vivir ni de regenerarse. Para Dante Alighieri, el infierno –tal como él lo representaba– constituye la pérdida de toda esperanza.

Esperanza renovada

A pesar de la terrible pandemia que aún continuará tiempo entre nosotros, urge mostrarnos esperanzados, aunque haya habido altibajos en nuestro quehacer diario. No todo resulta negativo en la actual situación. Podemos constatar aquí y ahora el surgimiento de una ‘nueva humanización’, una apuesta firme por crear una esperanza renovada, que nos ayude a superar el pesimismo.

No podemos estancarnos en la mera pasividad, estamos llamados a no perder la gozosa confianza de saber que la Trinidad Santa acompaña nuestro camino como lo ha hecho siempre y de una manera especial en los momentos difíciles, en los que las señales divinas se hacen más visibles y hasta se vuelven más apremiantes. En este sentido, la Iglesia, más allá de los escándalos de la pederastia, nos brinda durante la primera mitad de este año un motivo especial de entusiasmo con la celebración del Sínodo universal, del que más tarde hablaremos.

Saber vivir felices, con ganas de emprendimiento, es señal indiscutible de tener esperanza. Este hecho trascendental nos lleva a afirmar que la esperanza tiene una relevancia fundante en el ser y quehacer de cada persona, en el porvenir de la fe, en el avance de las sociedades y, de forma decisiva también, en la configuración del futuro de la tierra.

Dos virtudes trinitarias

El año pasado hablábamos de la conversión a la fe (‘Vida Nueva’, nº 3.215, pp. 23-30); en 2022 queremos completar la reflexión, indagando en la conversión a la esperanza. Fe y esperanza constituyen dos virtudes trinitarias, que están íntimamente implicadas, como enseña la Sagrada Escritura y ha recalcado Benedicto XVI en su celebrada encíclica ‘Spe salvi’ (SS): “En efecto, ‘esperanza’ es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras ‘fe’ y ‘esperanza’ parecen intercambiables.

Así, la carta a los Hebreos une estrechamente la ‘plenitud de la fe’ (10, 22) con la ‘firme confesión de la esperanza’ (10, 23). También cuando la primera carta de Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre el ‘logos’ –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3, 15), ‘esperanza’ equivale a ‘fe’” (SS 2). El autor de este precioso escrito, al hablar de la Resurrección de Jesús, inculca a sus destinatarios la necesidad de que pongan su fe y su esperanza en Dios (1 Pe 1, 21), en el que radican ambas virtudes.

Fe y esperanza son ciertamente distintas, pero tan implicadas entre sí que se exigen necesariamente. Una sostiene a la otra y ambas se afirman mutuamente, hasta el punto de que ignorar una significa tanto como negar la otra. La fe tiene que ver, sobre todo, con lo que aquí y ahora vivimos; la esperanza se proyecta especialmente hacia la hora final, en que nuestro destino permanecerá para siempre. Aquella se verifica de modo especial en el presente, esta se plenificará en el momento definitivo, aunque también es verdad que ambas, viniendo del pasado, se realizan tanto en el presente como en el futuro.

Presente y futuro

La esperanza teologal proporciona a nuestra fe lo que la mirada humana no puede percibir en la consideración del futuro y menos darnos en la concreta situación presente. Y al revés: la fe teologal proporciona a nuestra creyente mirada esperanzada lo que una esperanza humana nunca podrá darle.

Santo Tomás de Aquino definió la esperanza con exactitud teológica como “la virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para llegar a ella con ayuda de Dios”. Me gustaría poder aclarar estos conceptos tan precisos propuestos aquí, teniendo en cuenta la cultura que estamos viviendo, el tiempo por el que atravesamos y la situación que está pasando la Iglesia; pero el espacio con que cuento no me lo permite.

Al menos, quiero recalcar que la esperanza tiene su destino final en la consecución de la vida eterna definitiva, que Jesucristo nos consiguió con el acontecimiento de la resurrección y en la que sus seguidores seremos felices sin limitaciones. Esa vida eterna actúa desde los inicios de la fe en Jesús, que podemos experimentar aquí y ahora. “En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida” (Jn 5, 24).

Bienaventuranza definitiva

Por eso Cristo nos puede hacer felices en el presente y conducirnos a una esperanza plenificada, que culminará en la bienaventuranza definitiva. Y así la esperanza cristiana constituye un camino personal comprometido, en el que la búsqueda de la consumación, así como el anhelo gozoso y las parcelas cotidianas de felicidad, siempre están presentes y no dejan de actuar en los actos que realizamos.

Caminamos en una actitud de esperanza cuando estamos a gusto con nosotros mismos y con los demás, en nuestra casa común que es el mundo, y avanzamos hacia la morada definitiva desde un presente gozosamente aceptado, que cada vez se hace más generoso con nuestra aportación y la ayuda de los demás. Esto es lo que verdaderamente importa en nuestra existencia humana, todo un reto que nos conduce a la felicidad, generadora de esperanza. Además de esta esperanza, la más trascendental de todas y hacia la que se encaminan las demás, contamos con esperanzas –llamémoslas de ‘tipo medio’– que alegran nuestra existencia y hacen posible una vida terrestre más lograda, sobre todo en situaciones como la que estamos atravesando. (…)

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Índice del Pliego

INTRODUCCIÓN

I. LA ESPERANZA ES FE Y LA FE ESPERANZA

II. PRECISIONES SOBRE LA ESPERANZA

III. ASPECTOS TRASVERSALES DE LA ESPERANZA

  • La perspectiva trinitaria
  • La perspectiva antropológica
  • La perspectiva eclesial
  • La perspectiva cósmica

IV. MI PROPIA ESPERANZA

DESENLACE: ELOGIO DE LA MEMORIA ESPERANZADA

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