En camino hacia la reconciliación

Sebastián-Arismendy

De pie, Sebastián Arismendy durante sus palabras a la delegación de las FARC en La Habana

Crónica del encuentro entre familiares de los diputados del Valle y las FARC

Vamos hacia los 15 años del secuestro de los doce diputados del Valle en manos de las FARC y hacia los diez años del asesinato de once de ellos en el 2007. Cada aniversario remueve sentimientos, promueve encuentros y conmemoraciones. Pero este año surgió una pregunta nueva: los diálogos en La Habana. Se avanzaba en el tema de verdad, justicia y reparación. Le pedí al doctor Henry Acosta que llevara mi pregunta a Pablo Catatumbo: ¿habrá verdad sobre este crimen? ¿Qué decirle a los familiares y a la sociedad?

La respuesta fue inmediata. Se trata del más difícil hecho para las FARC. Quieren este acercamiento a los familiares y a la ciudadanía, pero de la mano de la Iglesia. Quieren entregar la verdad de los hechos: la que saben, la que pueden aún indagar y precisar con actores o testigos, con los aportes de las investigaciones judiciales y la situación en el aquí y ahora del terrible desenlace. Muchas facetas de la verdad. Pero importa la verdad que palpita en el corazón del lado de las víctimas. La verdad del corazón que, escuchando a las víctimas, pueden expresar los miembros del Secretariado.

Invitados por las FARC y la Delegación del Gobierno, ayudados por la ONG El arte de vivir, acompañados por la Iglesia, con el padre Francisco de Roux SJ y por el arzobispo de Cali, se concretó el encuentro en La Habana el 10 de septiembre. Exactamente a los nueve años de la entrega de los cadáveres y su sepultura, mediante gestiones del doctor Álvaro Leyva Durán, quien nos acompañaba también. Todas las circunstancias y todos los sentimientos encontrados: rabia, dolor, miedo, expectativas, se agolpaban en el alma de los representantes de ocho de las 12 familias, incluida Patricia Nieto, esposa del único sobreviviente de esta tragedia, el diputado Sigifredo López, capítulo doloroso y de delicada y paciente asimilación para todos. Allí estaba el momento de abrir y confirmar una verdad que pusiera en su lugar a la víctima sobreviviente, terriblemente re-victimizada y vilipendiada, casi entre la pregunta de si fue una providencia divina o una suerte maldita ser el único sobreviviente.

Viajamos a La Habana y nos encontramos en el Hotel El Palco, casi sin poder dormir, esperando el amanecer de ese sábado, con su carga de memorias, heridas y dolores.

Después del desayuno, nos reunimos el padre De Roux y yo con el Secretariado, en su casa de habitación. Nos acogieron con amabilidad, expresando sentimientos muy positivos por nuestra labor de Iglesia. Conocimos sus expectativas y les dimos nuestras sugerencias para la reunión. Los animamos a recorrer este viacrucis de la verdad, a ser fuertes y sinceros, a escuchar. Sí, una escucha sin justificaciones, sin interrupciones, sin prepotencia. Luego nos reunimos con los familiares del lado de las víctimas y vimos allí el tremendo drama previo al encuentro. Algunos estaban realmente enfermos. ¡Las lágrimas podían recogerse en odres! ¡Eran tantas!

Recogimos sus propuestas sobre cada paso: la llegada, el saludo, el orden de la reunión, los participantes; en qué momento aceptaban la presencia del Gobierno; cómo manejar la información de lo que allí ocurriría; cómo se dispondrían los asientos. A cada uno lo animamos a decir lo que tenía recogido en el alma. A pensar con el derecho del dolor sobre este pasado, a vivir este presente cara a cara, a mirar hacia un mañana que desborda los hechos, los círculos y entornos, y se vuelve horizonte de reencuentro entre colombianos, adversarios y enemigos, responsables de hechos tan criminales e irreparables.

Dimos paso a la reunión conjunta en la sala de una casa cercana a la que habita el Secretariado. Solamente el padre De Roux y yo salimos a recibirlos. Fueron entrando a saludar. Todo era silencio tenso, llanto y sollozos. Sentados en poltronas, los familiares se debatían entre estirar o no la mano, mirarles la cara, decir a lloro abierto: “¡¿por qué, por qué, por qué?!”. Todos llegamos a nuestros puestos. ¡La respiración contenida, las miradas desconcertadas, las lágrimas incontenibles! Ese era el cuadro.

Momento de oración durante el encuentro.

Momento de oración durante el encuentro.

Entonces, dimos inicio a la reunión. El saludo, los agradecimientos por la voluntad de invitar e ir, la acogida brindada, la facilitación de Francisco Moreno y los gobiernos de Noruega, Colombia y Cuba; en fin, el propósito y la metodología de la reunión. Mi primer llamado, respetuoso, fue a invitar al Espíritu Santo, para que asistiera a cada uno en estos momentos difíciles de hablar, escuchar, responder. Un silencio orante, elocuente, íntimo, que a muchos les transmitió compañía, presencia, actitud. Y así dimos inicio a la voz de los familiares. Uno a uno, mujeres como Fabiola, Carolina, Diana, Ángela, Patricia; hombres como Jhon Jairo y Efraín Hoyos, el señor Quintero; pero, sobre todo, el joven Sebastián Arismendy, fueron encarándoles sus sentimientos, la verdad de sus vidas y el reclamo de la verdad de los hechos, de los recuerdos y memorias de sus seres queridos y sacrificados. Momentos inolvidables, estrujadores, que laceraban el más enfurecido sistema emocional. No pudimos evitar las lágrimas. Ninguno. Los hombres de la FARC estaban sobrecogidos. Vimos sus lágrimas. Su fija atención. Cada intervención evidenció la inmensa personalidad y la belleza del alma de las víctimas, de sus familias, de su formación humana y cristiana. Desde la carta de Daniela, la niñita de Fabiola, hasta la pieza magistral del abogado javeriano Jhon Jairo Hoyos. ¡Qué espectáculo fue aquello! Algo muy grande, muy esperanzador, muy confortante.

Concluida esta parte tan dura, los invité a ponernos de pie e invocar ahora a los espíritus de los once diputados. A entregárselos a Dios, a quien pertenecen nuestras vidas y nuestra muerte, porque se puede dar muerte al cuerpo, no al espíritu; porque todos tendremos el deber de morir, ¡pero nadie tiene el derecho de matar! Y así, con nuestras derechas cruzadas a la izquierda del vecino y nuestras izquierdas cruzadas a sus derechas, hicimos el responso por sus almas. Nos parecía sentirlos ahí. Repetíamos todos, guerrilleros y familiares: “Señor, concédeles el descanso eterno. Brille para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Descansemos en paz. Descanse Colombia en tu paz, Señor”. El llanto fue estremecedor, pero detrás de él vino la serenidad, la liberación, la paz interior. ¡Se veía!

Un rato de descanso y de asesoría a los guerrilleros, de modo personalizado, pues algunos estaban muy mal: confusos, preocupados, adoloridos. Y, así, volvimos a la segunda parte: a escucharlos. Iván, Pablo, Joaquín, Ricardo, Victoria, uno a uno fueron diciendo lo que vivían, lo que sentían el deber de aclarar. El proceso quedo abierto. Sentíamos que no había mentira. Que íbamos a avanzar hacia la verdad. Se pidió perdón: “Ojalá nos perdonen”, repetían. Y aclararon la situación de Sigifredo: “es una infamia lo que han hecho con él. No tuvo nada que ver con el secuestro y el asesinato de los diputados”.

Finalmente se invitó al Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, para enterarlo del encuentro y expresar, en la voz de Sebastián Arismendy, unas peticiones de los familiares.

Seguiremos este proceso. Un proceso con nuevos encuentros y con un acto público de recordación, de responsabilidad y petición de perdón a la ciudadanía del Valle y de Cali. ¡A todo el país! Seguiremos acompañando este proceso. Colombia entera necesita aprender de víctimas y victimarios este inmenso valor para reencontrarnos y ponernos en camino de reconciliación.

Mons. Darío de Jesús Monsalve
Arzobispo de Cali

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