El legado del profeta nasa

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Álvaro Ulcué vive en la alegría, la palabra y la esperanza del pueblo indígena

medida que el campero asciende por el filo de la cordillera de los Andes, se acentúa la niebla que envuelve a Zolapa, vereda perteneciente al municipio y resguardo de Jambaló. Al anochecer llegamos a la zona más alta del poblado. Aunque el frío y la lluvia arrecian, la asamblea indígena sigue deliberando sobre la contratación en la escuela, el manejo de los recursos de la tienda comunitaria y la liberación de la Madre Tierra. Hechos los consensos de los temas que preocupan a la comunidad, nos reciben en el salón de reunión y, en medio de aplausos y sonrisas tímidas, oigo por primera vez la lengua nasa.

Jambaló está ubicado al nororiente del Cauca. Limita al occidente con Caldono, al oriente con Páez, al sur con Silvia y al norte con Caloto y Toribío. Estos municipios fueron recorridos por el primer sacerdote indígena colombiano, Álvaro Ulcué Chocué. Filósofo, teólogo, antropólogo, defensor incansable de los paeces. Quien, por el ejercicio de su ministerio y su compromiso con la etnia nasa, fue impunemente asesinado el 10 de noviembre de 1984 y de quien hoy se tiene memoria en la lucha y las palabras de los indígenas caucanos.

Unidad, territorio y lengua

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En la introducción de la tesis sobre legislación indígena en Colombia, el padre Ulcué reveló que “entre los paeces los patrones de conducta son transmitidos por medio del diálogo de abuelos a nietos, en un contexto inmediato. Lo que aprenden está muy cerca de sus intereses, como es el amor a su tierra y su lengua, que es la base de la organización de una comunidad dentro de un resguardo”.  El sacerdote intuía que una tarea pendiente para la comunidad nasa era “formar profesores indígenas para educar de acuerdo con la situación de los indígenas y en su respectiva lengua”.

En la mañana, el profesor Elías Ipia Cuetia nos abre un espacio en la escuela rural de Zolapa. Los niños de la comunidad nos enseñan uno de los cantos en lengua nasa, que ha sido creado por los mayores con el fin de revitalizar el uso del nasa yuwe. Con gestos y palmas, la canción enseña a los pequeños qué partes de la gallina se pueden comer. Mientras los niños siguen en el juego, el profesor nos explica que la lengua ancestral de los nasa ha ido cayendo en desuso, porque los padres trabajan mucho y “ya no hay tiempo entre familias para el contacto cerca a la tulpa (fogón) que era donde dialogaban” y porque durante mucho tiempo se estigmatizó la lengua nasa como una lengua inferior al español; con la que no podían comunicarse, pues en las escuelas podían ser castigados por los profesores mestizos. Incluso, cuenta Ramón Cuetia, expresidente de la junta de Zolapa: “nos castigaban, nos llenaban la boca de ceniza para que dejáramos el uso del nasa yuwe, por eso muchos de nosotros por miedo a que nuestros hijos sufrieran la misma discriminación que habíamos sufrido, decidimos enseñarles solo castellano”.

Hoy en día los profesores y la comunidad en general procuran articular el Proyecto Educativo Comunitario (PEC) con el Proyecto Global del resguardo de Jambaló, al igual que se articula la enseñanza del idioma propio, como lengua materna, con el español, como segunda lengua. En el año 2005 este esfuerzo se logró concretar en cinco núcleos temáticos en la escuela: territorio, naturaleza y sociedad; producción y economía del desarrollo; comunicación y lenguaje; ser persona: nas nasa, nam misak, mestiza; y participación política y organización social de pueblos indígenas y no indígenas.

Mientras los niños juegan fútbol  en la cancha, sus padres y profesores -en un trabajo colectivo de minga- reubican la biblioteca escolar: corren estantes, arreglan libros, adecúan sillas, mesas, carteles. De fondo se escucha la emisora Voces de Nuestra Tierra que en nasa yuwe y español transmite las noticias recientes de Corinto (Cauca). Los libros que se ubican en los estantes tienen la firma de la comunidad nasa. Somos Agua,  el libro de ciencias naturales, y Atando Cabos, el libro de comunicación, han sido elaborados por un grupo de profesores de la comunidad, un comité técnico y la Asociación de Cabildos de Indígenas del Cauca (ACIN).

Álvaro Ulcué Chocué, sacerdote indígena

Álvaro Ulcué Chocué, sacerdote indígena

Hace 30 años cayó una semilla por el camino de la Panamericana, una semilla empapada de sangre. “La semilla fecundó la tierra y el pueblo, era una semilla pequeña, resistente y humilde. Creció y se hizo árbol y se hizo bosque. Las aves vinieron y se anidaron en sus ramas. Muchos se cobijaron en su sombra de luz”. Con estas palabras el padre Ezio Roattino ha conmemorado el legado del padre nasa Álvaro Ulcué Chocué.

 

 

Liberar a la Madre Tierra

Al amanecer, llueve nuevamente en Zolapa. En la amplia cocina, las mujeres jambalueñas preparan tinto y masas de harina de trigo para todos. Hablan entre ellas en su lengua originaria, se hacen bromas, se ríen y llaman a los niños a desayunar. Israel Cuetia Uino, el presidente de la asociación de la vereda, llega a sentarse junto al fogón, al lado de su esposa Omaira. Al terminar el desayuno me acerco a él; ha accedido a hablarme de lo que su pueblo llama “La Liberación de la Madre Tierra”. Hace un recuento histórico, muy preciso, de las luchas históricas del pueblo paez por la tierra que ancestralmente ha sido suya. Se refiere a la masacre de 20 indígenas en el Nilo y a los incumplimientos del “gobierno de turno” que han dado lugar a las “vías de hecho” de los cabildos. “Antes de llegar los españoles, nuestros mayores habitaban el Valle”, dice. “El aumento de la población ha hecho que necesitemos más tierra para sembrar y alimentarnos (…) nos han relegado a las últimas partes de la cordillera, a las partes altas y las grandes multinacionales tienen en la parte plana el monocultivo (…) luchamos por la seguridad alimentaria de nuestras comunidades”, afirma.

La lucha por la recuperación del territorio de los pueblos indígenas no es reciente.  Se remonta a las épocas de la Cacica Gaitana (1535), de Juan Tama (1700), de Quintín Lame (1971) y de Álvaro Ulcué (1984). Pese a que en 1995 el estado colombiano reconoció que debía reparar a las comunidades indígenas del norte del Cauca por la masacre que la fuerza pública cometió contra 20 indígenas en el Nilo, dos décadas después la reparación no ha llegado. Según la ACIN solo se ha entregado la mitad de las tierras y la mayoría de ellas en zonas de laderas, poco aptas para el cultivo. Cuenta el profesor Elías que muchas de esas tierras tienen ojos de agua y que, según la legislación del territorio, no se puede sembrar a menos de 100 metros a la redonda de los cuerpos de agua, porque se atentaría contra la naturaleza misma de los resguardos y contra el agua que, cuidada por los indígenas, paradójicamente, va a alimentar a los monocultivos cañeros del valle.

Manos indígenas

“Su semilla nunca muere/más Álvaros nacerán” (Himno nasa)

“Su semilla nunca muere/más Álvaros nacerán” (Himno nasa)

Las manos del niño Diomedes Campo Ramos tejen una pulsera en hilos de colores y mientras ordena las hebras me cuenta cómo funciona el gobierno escolar: “los niños tenemos presidente, hace unos años fui yo; y también tenemos nuestra guardia indígena de niños que se encarga cuando el profesor no está, ellos cargan su bastón de mando”. Sin soltar completamente el tejido, me señala con una mano la cartelera que está fuera del salón de clases.  Allí se muestra cómo quedaron los votos de la última elección democrática en cada curso. Los niños, al igual que el resto de cabildantes, tienen responsabilidades específicas con la comunidad y desde muy pequeños aprenden en lo cotidiano el ejercicio político. El padre de Diomedes está en Corinto. Junto con otros miembros de la comunidad ha ido a apoyar a sus hermanos nasa en la liberación de la Madre Tierra. Están en minga. El Consejero Mayor, Feliciano Valencia, dice que “la minga es juntar las manos de todos los hombres y mujeres que viven por todo el territorio colombiano para ir construyendo país y transformar las estructuras que generan desigualdad, masacres, discriminación”.

La despedida se acerca. Hacia la madrugada, la comunidad de Zolapa se reúne para despedirse de los visitantes de Bogotá con música, versos y chicha. En la voz de sus mayores se oye la gratitud, porque los “hermanos” de la capital no los han olvidado. Mientras se proyectan fotografías de lo que ha sido una visita corta, pero entrañable, suena el himno nasa de fondo: “Su semilla nunca muere/ más Álvaros nacerán/ y el camino de la lucha/ alumbrando seguirán/. Mártires de nuestro pueblo/ en la memoria estarán/y marcarán el camino/en busca de libertad”.

Texto: Biviana García

Fotos: Paulo Castaño

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